La fiesta de los grandes ingresos de las petroleras europeas
En un momento en el que los precios de la energía estrangulan las economías, el sentimiento de agravio del ciudadano ante esos beneficios es significativo
Para los supergigantes europeos BP, Shell y TotalEnergies, el año 2022 pasará a la historia por los enormes beneficios cosechados en un año en el que los precios se disparaban debido a la invasión rusa de Ucrania y al insaciable apetito mundial por el petróleo y el gas.
Si estas empresas quisieran cumplir con sus compromisos de cero emisiones deberían reducir gradualmente sus operaciones de petróleo y gas y realizar importantes inversiones en energía y transición ecológica. Sin embargo, en un contexto en el que los expertos señalan que el desarrollo de nuevos yacimientos de petróleo y gas es incompatible con el objetivo de los 1,5ºC, estos gigantes parecen estar yendo en dirección contraria.
El mes pasado, BP, que había anunciado los beneficios más elevados de su historia, informó a la vez que reducía casi a la mitad su objetivo de disminución de emisiones de gases de efecto invernadero de aquí a 2030. Justificaba la reactivación de las inversiones en combustibles fósiles por el incremento de la demanda.
Este mismo argumentario lo han utilizado la mayoría de las multinacionales que cotizan en Bolsa, así como las compañías nacionales del Golfo. Este paso atrás en la transición hacia una energía libre de combustibles fósiles corrobora lo poco que han evolucionado los modelos de negocio de los gigantes del petróleo y el gas, quienes vuelven a promover las vías de los combustibles fósiles tras un ligero desvío ecológico. Según un análisis del think tank británico Common Wealth, las retribuciones de BP a sus accionistas el año pasado fueron 14 veces superiores a lo que la compañía se gastó en actividades de “bajas emisiones”.
Los descomunales beneficios de estos gigantes son a menudo percibidos por los ciudadanos como algo ilegítimo, obtenido a expensas del bienestar de la sociedad. En un momento en el que los precios de la energía están estrangulando la economía y los Gobiernos de todo el continente les están pidiendo sacrificios extra a los hogares, el sentimiento de agravio ante esos beneficios es significativo.
Al otro lado del Atlántico, Joseph Biden dejó claro, durante su discurso sobre el Estado de la Unión de 2023, que le parecía “indignante” que las grandes petroleras hubieran reportado beneficios récord en medio de una crisis energética mundial. Ya en junio, el anterior economista jefe del Fondo Monetario Internacional, Olivier Blanchard, declaró que no había nada de malo en gravar estas “ganancias inesperadas”. Incluso el gobierno británico introdujo, en mayo de 2022, un modesto impuesto sobre los beneficios energéticos extraordinarios, al igual que la Unión Europea, a finales de septiembre, con su “contribución solidaria” temporal impugnada en los tribunales por Exxon. En Francia, donde el pasado mes de agosto la mayoría de los ciudadanos estaba a favor de gravar los “superbeneficios” de las petroleras, se ha reavivado el debate con el anuncio de los resultados de TotalEnergies: un beneficio de explotación de 36.000 millones de euros en 2022, lo que supone un 90% más que en 2021.
En este contexto, TotalEnergies anunciaba que está dispuesta a conceder nuevos descuentos en el precio del combustible, una forma de reconocer los problemas de responsabilidad corporativa y de imagen que conllevan unos niveles de beneficios tan disparados.
Podríamos considerar descabellada esa preferencia de las grandes empresas europeas por repartir dividendos en lugar de invertir en un futuro común. Sin embargo, en un entorno de mercado, esta preferencia podría considerarse más bien como algo totalmente racional.
Hoy en día, las inversiones en proyectos de bajas emisiones pueden reportar menores beneficios que los proyectos de petróleo, gas o incluso carbón. En el caso de los gigantes europeos, además, como invierten más en energía solar, eólica o hidrógeno que sus competidores en Estados Unidos, obtienen una peor valoración bursátil. También se han visto perjudicados por una economía débil y se enfrentan a una estructura accionarial más compleja. Así que necesitan convencer a sus inversores de que pueden generar rendimientos más atractivos en sus proyectos futuros de bajas emisiones o de lo contrario, deben mantener unos beneficios más elevados de proyectos de combustibles fósiles durante un periodo mayor de tiempo. Como corren el riesgo de verse debilitadas, su margen de maniobra parece limitado.
Sin embargo, algunos stakeholders con bastante poder han dado un paso adelante y han comenzado a presionar a las empresas de combustibles fósiles para acelerar el camino de la transición energética. En concreto, un número cada vez mayor de compañías de seguros ha decidido borrar los combustibles fósiles de sus planes de futuro poque ya están sintiendo los efectos del calentamiento climático. Es el caso de Munich Re y Swiss Re, las mayores reaseguradoras del mundo, que ya han tomado medidas claras para distanciarse de los proyectos de carbón, petróleo y gas.
Las cosas avanzan, pero lentamente. Según el Informe sobre el Mercado del Petróleo de la Agencia Internacional de la Energía de enero de 2023, la demanda mundial de petróleo aumentará en 1,9 millones de barriles diarios en 2023, lo que supone un récord alarmante. Dado que detener el desarrollo de nuevos hidrocarburos y cambiar rápidamente a fuentes de energía renovables es esencial para cumplir las ambiciones relacionadas con el clima, es obvio que necesitamos un enfoque mucho más audaz que confiar en las fuerzas del mercado para conseguirlo.
François Maon es profesor de Estrategia y Responsabilidad Social Corporativa de IESEG School of Management
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