Esperemos lo mejor, preparémonos para lo peor
El nuevo orden aumentará la volatilidad en la renta fija y en la renta variable

El pasado 2 de abril, Día de la liberación, puede suponer un cambio en el orden geo-económico con profundos impactos para la economía global, pero también para los ahorradores. Identificar si nos encontramos a las puertas de un cambio profundo y sus implicaciones para el ahorro es un ejercicio obligado.
Si echamos la vista atrás y analizamos la evolución económica de los últimos (muchos) años, podemos resumir que el último medio siglo ha estado marcado por la globalización, el libre comercio y el dólar estadounidense como moneda de referencia. Esta receta ha facilitado, además de un período prolongado de paz en el mundo desarrollado, un crecimiento económico robusto y una inflación controlada. El producto interior bruto (PIB) global se ha multiplicado por más de cinco veces desde 1970. Pero también ha generado desequilibrios, principalmente en su locomotora, Estados Unidos. El precio por ser la moneda reserva del mundo se ha materializado en una serie de déficits estructurales: el comercial, el de capitales y el de la administración, llevando la deuda pública a niveles nunca vistos. Hoy se encuentra en el 120% del PIB, solo superada por el año de la pandemia en el que alcanzó el 130%. Además de los desequilibrios económicos, se han generado también desequilibrios estratégicos. Por ejemplo, las cadenas de suministro deslocalizadas hacen una economía más eficiente, pero al mismo tiempo generan dependencias de países que pueden considerarse como adversarios. O más chocante aún, si pensamos en la deuda del gobierno estadounidense, China es uno de los principales acreedores.
La administración Trump trata de reducir el déficit comercial, aumentar la recaudación y repatriar la producción. Todos ellos son objetivos con los que costaría estar en desacuerdo. Pero la forma en la que lo quiere conseguir dista mucho de la que se espera de la primera potencia del mundo. La aparente (al menos) falta de destreza ha sembrado de dudas, no solo ya el cumplimiento de sus objetivos, sino que también amenaza con unos efectos colaterales de impacto significativo.
Digamos que la parte positiva es que al fin alguien se está preocupando de los desequilibrios del viejo sistema. Pero la parte negativa es que la solución supone un misil en la línea de flotación del orden económico actual:
- Reducción del comercio mundial e impacto en el PIB global: El comercio representa al menos una cuarta parte de la economía global. Una caída del 20% en el comercio supondría una caída del 5% del PIB global. Una recesión.
- Paralización de la inversión: la incertidumbre frena en seco los planes de inversión de las compañías. No hay nada más cobarde que el dinero. Imagínese que usted tiene que invertir en una nueva fábrica, ¿lo haría ahora, o esperaría?
- Crisis de confianza en Estados Unidos y en el dólar: políticamente EE UU ha sido la potencia hegemónica en el mundo, y también la primera potencia económica. Ha liderado un multilateralismo eficiente, tanto en la economía como en la defensa. Ahora da paso a un unilateralismo excluyente. Muchos otros países buscarán nuevas alianzas, tanto a nivel económico como defensivo.
Las consecuencias de este nuevo orden son múltiples y difíciles de predecir en detalle. Pero fáciles de resumir: menor crecimiento, mayor inflación, y mayor deuda. ¿Y para los ahorradores? Tenemos dos opciones. Podemos creer que esta es una crisis más, y que como en las anteriores, los bancos centrales vendrán al rescate con políticas monetarias expansivas. Y que éstas cumplirán su objetivo de calmar los mercados y reiniciar el ciclo. Ya ha pasado antes, no nos asustemos por las correcciones. En los últimos 15 años el mercado europeo ha tenido caídas superiores al 20% en cinco ocasiones, y aún así ha sido muy rentable. Pero también podemos pensar que el nuevo orden geo-económico (de producirse) plantea un nuevo paradigma a los ahorradores. Este nuevo marco afectará tanto a la renta variable como a la renta fija, pero quizá a esta última en mayor medida.
Hasta ahora, la renta variable ha sido rentable, pero también incómoda. El coste de la rentabilidad era la volatilidad soportada, las correcciones temporales. Por el contrario, la renta fija, era cómoda pero no rentable. Los bonos daban pocos sustos pero muy poca rentabilidad. El nuevo orden aumentará la incomodidad de ambos activos. Los episodios de volatilidad serán más fuertes y no solo exclusivos de la renta variable. Un mundo con exceso de deuda, menor crecimiento y más inflación es sin duda una condena para el inversor en bonos.
¿Cómo nos podemos preparar los ahorradores? El primer paso es saber contra qué nos queremos proteger. Si buscamos protección frente a la volatilidad en el corto plazo habrá pocos sitios donde esconderse, más allá de los bonos gubernamentales (y no todos) a corto plazo. Pero si lo que queremos es protegernos frente a la pérdida del poder adquisitivo de nuestros ahorros provocada por la inflación, la solución que mejor ha funcionado siempre, y que seguirá haciéndolo es invertir en activos reales. Inmuebles y acciones, dado que ambos se defienden de la inflación, aún en entornos de poco crecimiento económico. La deuda, bien como inversión directa o bien como palanca de inversión en otros activos puede resultar un problema. Como inversión directa, en el mejor de los casos veremos como perdemos poder adquisitivo rápidamente. Pero en un entorno donde ya hay mucha deuda, un escenario de menor crecimiento (y con baches) puede generar impagos y pérdidas permanentes de capital.
Preparémonos para lo peor, invirtiendo en activos reales con poca deuda, capaces de proteger nuestro capital y hacerlo crecer a largo plazo. Y esperemos lo mejor, donde la inversión sensata en activos reales generará rentabilidades, aunque sean más pequeñas por no haber estado apalancadas.