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La Justicia (importante) de la que nadie te hablará

la justicia del abogado de oficio o del particular que espera, y espera, y espera, hasta poder ser atendido

Dos guardias de seguridad de los juzgados de Plaza Castilla piden papeles a las personas que quieren entrar.
Dos guardias de seguridad de los juzgados de Plaza Castilla piden papeles a las personas que quieren entrar.

España es un país bifronte. Casi todo guarda dos caras diferentes, un haz y un reverso que no solamente no son coincidentes, sino que, con habitualidad, se excluyen y contraponen, como si la existencia se encontrase supeditada al mantenimiento irreductible de una permanente paradoja. Luces y sombras.

Con la justicia —entendida como concepto amplio y aglutinador de esa realidad que abarca desde los abogados y otros profesionales privados hasta los juzgados y tribunales— ocurre exactamente lo mismo. Tiene dos caras, es bifronte. La cara más conocida de nuestra Justicia es la que se anuncia periódicamente en el telediario y obtiene sus protagonistas en los órganos más solemnes como el Consejo General del Poder Judicial o el Tribunal Constitucional; en ella, también, se debaten y retuercen argumentos sobre la independencia de los jueces o lo acertado o desafortunado de tal o cual resolución. La Justicia de las cuestiones de estado es la de la renovación del CGPJ o la de la Audiencia Nacional y las macrocausas, glamour togado al servicio de lo mediático, puñetas de seda para ocultar el polvo de algunos estrados.

La Justicia anterior existe y es importante. Desde luego, es trascendental que los órganos constitucionales se renueven y que los grandes asuntos se aborden con rigor y responsabilidad política, pero más allá de esta cara encontramos un (su) reverso: la otra Justicia de la que nadie habla pero que, verdaderamente, se sitúa como elemento central en esa labor, nada sencilla, que es la aplicación diaria de la legalidad. La justicia de los juzgados de instancia, de los penales con señalamiento a dos años, con jueces a 400 sentencias anuales y oficinas judiciales con plazas vacantes durante meses. La Justicia de la discreta diligencia de ordenación o del auto estereotipado, la Justicia del abogado de oficio o del particular que espera, y espera, y espera, hasta poder ser atendido, a veces (con suerte) sentado en un banco de vetusto diseño, casi siempre (por desgracia) de pie, callado, en silencio, paciente y respetuoso, aunque las circunstancias inviten a la legítima insurrección.

De esta justicia (de la segunda e invisible) nadie te hablará. No llenará titulares de periódico ni será objeto de preguntas en el Consejo de Ministros de los martes. Es una Justicia callada —o, mejor dicho: silenciada—, una Justicia que resiste al abandono y la indiferencia con voluntad y resignación, sabedora de esa guerra pérdida que es su pretensión de situarse como un elemento determinante en la agenda pública. Esa Justicia no morirá, porque las cosas, a veces, en ocasiones, sólo agonizan lenta y pausadamente. Pervivirá, seguirá trabajando, se retratará con pinceladas grises en la cara del magistrado que agota las horas de la tarde para terminar la sentencia, o en la del procurador que organiza las notificaciones, o en la de tantos y tantos profesionales que sirven a esta justicia, tan importante, tan habitual y necesaria, pero tan cotidiana y tan acostumbrada al ostracismo, que nadie te hablará de ella.

Álvaro Perea González, letrado de la Administración de Justicia.

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