Cuando los robots se vuelven importantes los abogados se vuelven relevantes
La autora considera que con la inteligencia artificial los abogados deberán cambiar su manera de trabajar. Se prevé que alrededor del 13% de todo el trabajo podría ser automatizado.
Desde hace un tiempo, la catástrofe tecnológica parece sobrevolar muchas profesiones, y en concreto la abogacía. Serán sustituidas por la inteligencia artificial. Además, noticias como la creación de Neuralink, por Elon Musk (fundador de Tesla), para crear seres humanos “superinteligentes” conectando su cerebro a las máquinas, añadiendo así una "capa" de inteligencia artificial a nuestra propia inteligencia, reabre el debate en torno a la sustitución de los humanos por máquinas o nuestra transformación en ciborgs para poder sobrevivir.
Diferentes cambios históricos han demostrado que no se trata de trabajar más, sino de trabajar diferente con la ayuda de la tecnología. Ejemplo de ello fue la revolución industrial, que provocó un cambio radical para los trabajadores denominados de “cuello azul” (obreros). La tecnología contribuyó a mecanizar y automatizar los procesos productivos. Hoy en día la historia se repite; no se trata más que de una nueva revolución que en este caso afecta a los trabajadores de “cuello blanco” y que implica la adaptación y el cambio de los mecanismos de funcionamiento de la profesión.
Por otra parte, es innegable que la automatización puede implicar el fin del ejercicio de algunos abogados que prestan un servicio “commodity” en un entorno superpoblado y atomizado en el que no hay mercado para todos. De ahí, la necesidad de una mejor gestión del tiempo y del despacho para conseguir ser competitivos cuando se pide “más por menos”.
En mi opinión, los abogados que sean capaces de implementar y sacar el máximo provecho a las tecnologías emergentes, y sepan adaptarse, no desaparecerán. En esta línea, en un estudio realizado por McKinsey se sugiere que el uso de la tecnología es más probable que transforme que elimine puestos de trabajo. Además, en el entrenamiento y la implementación de los nuevos procesos tecnológicos, el control de calidad hace necesaria la intervención humana.
David Autor, del MIT, sostiene que la inteligencia artificial sustituirá al hombre en los trabajos más rutinarios, y por ello aumentará el número de trabajadores en cuyos puestos de trabajo se requiera la resolución de problemas, flexibilidad y creatividad.
La realidad es que la ola de la automatización ha demostrado que determinadas tareas se pueden realizar con mayor rapidez y precisión utilizando software; el asesoramiento directo a los clientes o llevar a cabo negociaciones parece ser más difícil de “informatizar” a día de hoy.
En cuanto a las competencias del abogado del futuro, incluyendo la creatividad y algunas habilidades como la programación, creo que la vuelta a los orígenes es la clave: el ‘advocatus’ (aquel que advoca, defiende, intercede o habla en favor de alguien). Por ahora, cuando hablamos de inteligencia artificial, no nos referimos a máquinas con conciencia propia, ni capaces de generar ni predecir emociones o sentimientos de forma autónoma. En definitiva, todo aquello relacionado con la gestión de personas y la inteligencia emocional como uno de los pilares de la confianza con el cliente, que no pueden programarse ni simular.
En el reciente estudio ‘Can robots be lawyers? Computers, lawyers, and the practice of Law’’, realizado por Dana Remus, profesora de la Universidad de Derecho de North Carolina, y Frank S. Levy, se analizan las tareas en el trabajo de un abogado que podrían ser automatizadas o sustituidas por la inteligencia artificial, llegando a la siguiente afirmación: "Cuando una tarea es menos estructurada… a menudo será imposible prever todas las posibles contingencias". En este estudio se prevé que alrededor del 13% de todo el trabajo podría ser automatizado. Además, dicho documento aborda tres deficiencias fundamentales en los despachos que me gustaría destacar:
- La falta de participación del abogado en los detalles técnicos para apreciar las capacidades y límites de los programas informáticos existentes y emergentes;
- La ausencia de datos sobre la forma en que los abogados dividen su tiempo entre varias tareas, donde sólo algunas de las cuales pueden ser automatizadas;
- Y la inadecuada consideración en cuanto al ajuste del desempeño algorítmico de una tarea a los valores, ideales y desafíos de la profesión jurídica.
Nos encontramos diferentes posturas dentro del sector: la más tradicional que afirma que las tecnologías amenazan con socavar los valores fundamentales de la profesión, frente a otros más vanguardistas que ven en el uso de la tecnología una oportunidad de reducir costes y centrarse en dar un mayor valor añadido al cliente.
En mi opinión, debe llevarse a cabo una evolución en los modelos de negocio y gestión, en los que los abogados sean más relevantes apoyándose en nuevas skills y en la tecnología y, a su vez, en línea con el informe de Dana Remus y Frank S. Levy, diseñar “estructuras reguladoras más eficaces que se basen en la pericia jurídica y la técnica para proteger a los clientes y los valores del sistema legal”.
Sara Molina Pérez-Tomé es consultora en gestión de despachos de abogados, especializada en marketing y nuevas tecnologías.