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LA PUNTA DEL ICEBERG
Tribuna
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El pleno empleo no está tan lejos, según se mire

La FERU, una nueva tasa con base en el bienestar social, puede evitar que se sobreestime sistemáticamente el nivel de desempleo “aceptable”

En la imagen, una camarera trabaja en un bar de Toledo, a inicios de este mes.
En la imagen, una camarera trabaja en un bar de Toledo, a inicios de este mes.Ismael Herrero (EFE)

En España, país acostumbrado a tasas de desempleo que harían sonrojar a cualquier economista, hablar de pleno empleo suena casi a ciencia ficción. Sin embargo, entender este concepto es crucial, no solo como ejercicio académico, sino como objetivo o destino que guíe nuestras políticas económicas, en particular para permitir medir cuánto de lejos estamos de utilizar todo nuestro potencial productivo.

Para ello, durante décadas, los economistas han intentado definir y medir el pleno empleo utilizando principalmente dos conceptos: la NAIRU y la NRU. La NAIRU, o tasa de desempleo no aceleradora de la inflación, es el santo grial de los bancos centrales. Es esa tasa mágica por debajo de la cual la inflación empieza a subir como la espuma en una olla a presión. Por otro lado, la NRU, o tasa natural de desempleo, es el concepto preferido de los legisladores, una estimación del desempleo “normal” en una economía que funciona a pleno rendimiento.

Aunque suenan parecidas, la NAIRU y la NRU tienen sus diferencias. La NAIRU es como el termómetro de la fiebre inflacionaria a corto plazo, mientras que la NRU es más bien el chequeo médico anual que considera factores estructurales como cambios demográficos o tecnológicos. La NAIRU se calcula con modelos econométricos complejos, mientras que la NRU se basa en tendencias a largo plazo y factores estructurales.

Pero aquí está el quid de la cuestión: ¿y si estos conceptos, por muy sofisticados que sean, no nos están contando lo que realmente queremos saber? Si fuera así, es como si estuviéramos utilizando un mapa desactualizado para navegar en aguas económicas cada vez más turbulentas. Investigaciones recientes sugieren que tanto la NAIRU como la NRU podrían estar sobreestimando sistemáticamente el nivel de desempleo “aceptable”. En otras palabras, se podría decir que en no pocos países se han estado conformando con menos empleo del que realmente podríamos alcanzar. Está nueva visión tiene que ver con el coste social (o bienestar social) que genera el desempleo. A partir de aquí surgen nuevas ideas. Y medidas.

Es en medio de este potencial debate cuando entra en escena la FERU, o tasa de desempleo de pleno empleo, un nuevo enfoque propuesto por los economistas Pascal Michaillat y Emmanuel Saez en un trabajo reciente donde se han atrevido a incluir una fórmula en su título. Según sus autores, la FERU no sería otra sigla más para el ya abarrotado alfabeto económico. Es un intento de redefinir el pleno empleo desde la perspectiva del bienestar social. Su fórmula, elegante en su simplicidad, sugiere que el pleno empleo se alcanza cuando hay un equilibrio perfecto entre buscadores de empleo y puestos vacantes. Recuerda mucho a la famosa curva de Beveridge.

Imaginen el mercado laboral como una báscula. En uno de los platos tenemos a los desempleados, cada uno representando un elevado potencial desperdiciado. En el otro, las vacantes, simbolizando recursos invertidos en búsqueda en lugar de producción. Lo que tiene, por lo tanto, un claro coste económico y social (tiempo invertido en buscar y no en producir). La FERU nos dice que el pleno empleo, el equilibrio perfecto, se alcanza cuando estos dos platos están nivelados. En ese punto, el coste de un desempleado más iguala al de una vacante adicional, según siempre los autores. Cualquier intento de mejorar la situación en un lado empeoraría proporcionalmente el otro.

Pero ¿por qué es ineficiente, según estos autores, alejarse de este punto de equilibrio? Imaginemos una economía con más desempleados que vacantes. Cada desempleado adicional representa una pérdida de producción y bienestar. Ahora bien, si intentamos reducir el desempleo creando más puestos, inevitablemente generaremos más vacantes. Estas vacantes, a su vez, implican costes: recursos destinados a la búsqueda y selección de personal que podrían haberse utilizado en la producción directa. Siempre que reducir desempleo sea más beneficioso que el coste de crear una nueva vacante habrá incentivos a reducir el paro. En el otro extremo, una economía con más vacantes que desempleados sufre de ineficiencias similares: empresas que no pueden producir a plena capacidad por falta de personal, mientras dedican cada vez más recursos a la caza de talentos. La FERU nos dice que la eficiencia máxima se alcanza en el punto medio, donde el coste que supone un desempleado más iguala al de una vacante adicional. Alejarse de este punto en cualquier dirección implica desperdiciar recursos, ya sea en forma de talento humano inutilizado o de esfuerzos de reclutamiento improductivos.

¿Y qué han descubierto Michaillat y Saez al aplicar esta fórmula a los datos históricos de Estados Unidos? Pues algunos resultados cuando menos curiosos. Al calcular la FERU en EE.UU. las cifras nos dan un promedio del 4,1% durante casi un siglo, mostrando una estabilidad notable en comparación con las fluctuaciones elevadas del resto de las definiciones de desempleo estructural. Pero lo más revelador es que, en general, la economía estadounidense ha operado por debajo de su potencial de pleno empleo, con una brecha promedio de 2,3 puntos porcentuales.

Tasa pleno empleo Gráfico
Belén Trincado Aznar

¿Y para España? En el gráfico adjunto se muestra el cálculo para nuestro país junto con la brecha que se abre desde esa cifra, que promedia un 13,4 % y la tasa observada de desempleo. Dicha brecha fue máxima, en el breve espacio de tiempo donde el cálculo es posible, en el primer trimestre de 2014 para ir reduciéndose hará el mínimo del 7,5 % actual. Pero esa cifra es aún muy elevada, explicando que nuestra economía opera bajo ingentes pérdidas de eficiencia cada año. Y de bienestar.

Para España, adoptar un enfoque como el de la FERU podría ser interesante, acompañando a las medidas previas como las mencionadas. Significaría asumir que tenemos mucho más margen de mejora del que podríamos pensar. Implicaría una política económica más ágil y simétrica, en particular las asociadas al empleo, como las políticas activas, que respondan con igual vigor tanto a la escasez como al exceso de empleo.

En definitiva, el trabajo de Michaillat y Saez nos recuerda que, incluso después de décadas de investigación económica, todavía hay espacio para ideas innovadoras que pueden transformar nuestra comprensión de la economía. Para España, reimaginar el pleno empleo podría ser el primer paso hacia una recuperación económica verdaderamente inclusiva y sostenible siempre que se hagan las políticas adecuadas. Es hora de que dejemos de conformarnos con menos y empecemos a aspirar al pleno potencial de nuestra economía y nuestra sociedad.


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