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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las indeseables consecuencias económicas si Irán entra a fondo en conflicto

La geopolítica condiciona de manera intensa el devenir de no pocas variables macroeconómicas globales

De izquierda a derecha:  La canciller alemana, Angela Merkel; el presidente ruso, Vladímir Putin; el primer ministro británico, David Cameron, los presidentes de EE.UU., Barack Obama; y de Francia, François Hollande; el primer ministro canadiense, Stephen Harper; el primer ministro italiano, Enrico Letta; el presidente del Consejo Europeo (CE), Herman Van Rompuy; el presidente de la Comisión Europea (CdE), José Manuel Durao Barroso; y el primer ministro japonés, Shinzo Abe, asisten a la segunda reunión plenaria de la cumbre del G8 celebrada en el hotel de Lough Erne, cerca de la localidad norirlandesa de Enniskillen, 18 de junio de 2013.
De izquierda a derecha: La canciller alemana, Angela Merkel; el presidente ruso, Vladímir Putin; el primer ministro británico, David Cameron, los presidentes de EE.UU., Barack Obama; y de Francia, François Hollande; el primer ministro canadiense, Stephen Harper; el primer ministro italiano, Enrico Letta; el presidente del Consejo Europeo (CE), Herman Van Rompuy; el presidente de la Comisión Europea (CdE), José Manuel Durao Barroso; y el primer ministro japonés, Shinzo Abe, asisten a la segunda reunión plenaria de la cumbre del G8 celebrada en el hotel de Lough Erne, cerca de la localidad norirlandesa de Enniskillen, 18 de junio de 2013.TIM BRAKEMEIER (EFE)

Hace más de dos años, hablaba sobre la interacción entre geopolítica y economía. Más que una mera influencia, argumentaba que la economía se veía completamente subyugada por la geopolítica en contextos como los actuales. En aquel entonces, analizaba las posibles implicaciones inflacionarias de eventos como una, entonces, hipotética invasión rusa en Ucrania. Si bien reconocía la dificultad de realizar tales predicciones, consideraba esencial explicarlas para facilitar la comprensión de los acontecimientos posteriores.

Así, parafraseando la famosa expresión “¡es la economía, estúpido!”, podríamos afirmar que en realidad es la geopolítica la que juega el papel preponderante. Las acciones con repercusiones globales conllevan consecuencias igualmente globales, que se intensifican según el nivel de riesgo involucrado. Sin embargo, este fenómeno no es nuevo; a lo largo de la historia, hemos sido testigos de las repercusiones económicas de conflictos globales o de perturbaciones en el suministro de bienes y servicios esenciales. Tal como en los años 70, hoy nos encontramos frente a la posibilidad de revivir una sucesión de diversos choques, aunque con sus más que evidentes notables diferencias que obligan a un análisis económico diferenciado, y cuyas consecuencias, del mismo modo que sucedió en dicha década, no nos resultarían gratas.

Hablemos de Oriente Medio. Si queremos buscar dichos paralelismos, podemos empezar por encontrarlos en los años previos a la Primera Guerra Mundial. Insisto, esto no implica que estemos buscando en hechos pasados predicciones sobre la geopolítica del futuro, la intención es solo la de encontrar similitudes aproximadas que nos ayuden a hacer una clasificación de escenarios económicos probables. Así, el asesinato del archiduque Fernando de Habsburgo en junio de 1914 en Sarajevo, jugó el papel de una chispa que terminó por encender un polvorín y desencadenando una explosión gracias a las alianzas políticas forjadas en los años precedentes. Los compromisos adquiridos en los años previos a la guerra obligaron a las naciones a sumarse en un conflicto global que, inicialmente, podría haber quedado simplemente en el enésimo local en los Balcanes. El objetivo de derrotar a Rusia antes de que esta pudiera tener la mínima capacidad de enfrentarse siquiera a las divisiones alemanas impulsó la entrada de Alemania en apoyo del Imperio Austro-Húngaro, un plan que el Estado Mayor alemán había concebido desde hacía lustros. Para Alemania, Francia sería un objetivo inevitable por dichas alianzas, pero secundario en el tablero de la guerra. Gran Bretaña solo entraría cuando la independencia, y neutralidad, de Bélgica fuera violada. El resto es historia.

Hoy en día tenemos presentes este juego de alianzas, aunque trasladado al escenario de Oriente Medio. Conflictos como el de Israel en Gaza pueden convertirse rápidamente en guerras a mayor escala. Los recientes ataques, como el bombardeo de la embajada iraní en Damasco, nos alertan sobre la posibilidad de que el conflicto en Gaza se extienda e involucre a todas las naciones que circundan el Golfo Pérsico. Una entrada de Irán en la guerra tendría consecuencias complejas de adelantar. No podemos olvidar que Irán es aliada de Rusia, mientras que Arabia Saudí se opone al régimen chiita. Estados Unidos no podría quedarse al margen, y la postura de China también será crucial. Todo esto ocurre en una región acostumbrada a que los conflictos armados no solo causan muerte y sufrimiento, sino que también tienen repercusiones económicas que nos afectan en nuestra vida diaria.

Estos eventos, y sus posibles consecuencias económicas, rimarían con lo sucedido en 1973 y en los años posteriores, aunque como en más de una ocasión he explicado, en un contexto y connotaciones diferentes. Y es que la década de los setenta nos dejó las consecuencias directas de un conflicto militar que logró derrumbar lo que quedaba del paradigma económico construido después de la Segunda Guerra Mundial. El conflicto bélico desatado, y que involucró a numerosos países de la vecindad, tuvo fuertes consecuencias globales motivado por el parcial embargo de crudo a los mercados internacionales, yonkis estos de petróleo como consecuencia de unas economías acostumbradas desde décadas a un suministro barato (véase el paralelismo actual si sustituimos petróleo por gas y nos centramos en países como Alemania). En consecuencia, lo más destacado de aquellos años fue la inflación, así como la detonación de una necesaria reconversión industrial primero y económica general después durante algo más de una década, prolongándose incluso una más, a través de réplicas en otros países, como fue el caso de numerosos países de América Central y del Sur.

Sin embargo, debemos recordar que la crisis que detonara la guerra del Yom Kipur parecía remitir conforme nos acercábamos a la nueva década. Sin embargo, antes de que se llegara a una nueva normalización, el mundo se vio sacudido de nuevo por un segundo golpe, la Revolución Iraní de 1979, y que devolvió a la inflación hacia una senda de crecimiento descontrolado en buena parte de los países occidentales. Solo la dura intervención de la Fed, y la adopción de un nuevo paradigma monetario desde entonces, permitió poner punto y seguido a aquella crisis que, sin embargo, se prorrogó por casi un lustro más.

Hoy en día, como entonces, después de una moderación evidente (y mejor de lo esperado) en la inflación, una escalada en el conflicto de Oriente Medio sería una muy mala noticia, ya que, como explicaba no hace mucho, no es lo mismo una repentina subida de costes y de precios de ciertos bienes cuando has experimentado décadas de estabilidad de precios, que una nueva subida cuando acabas de pasar un intenso periodo inflacionario. Los riesgos son muy elevados y, con ello, las consecuencias serían indeseables. Todas las previsiones que en estos momentos mantenemos sobre crecimiento e inflación quedarían en papel mojado si Irán accediera a entrar en el conflicto de forma explícita.

En definitiva, la geopolítica condiciona de manera intensa el devenir de no pocas variables macroeconómicas globales. La inflación vivida recientemente es consecuencia en buena parte de esta, y si en el futuro retoma su senda de crecimiento a niveles excesivos lo habrá sido por esta razón. Que a nadie le tome por sorpresa.

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