Bienvenidos a ‘Disneywar’: 101 años de sucesiones traumáticas en el gigante del entretenimiento
El todopoderoso Bob Iger seguirá hasta 2026 en un proceso de relevo que replica viejos enfrentamientos
“¿Hay vida después de Disney?”. Con 101 años recién cumplidos, el gigante del entretenimiento mundial se embarca en una guerra de poder que no ha sido tan cruenta desde principios de este siglo, justo cuando Bob Iger ascendió a lo más alto de la compañía de Mickey Mouse en una refriega bastante similar en cuanto a puñaladas, traiciones, candidatos cruzados e incluso irrupción del mayor asesor de voto del mundo (ISS) para tratar de poner a un directivo ajeno. Casi 20 años después de su elección como máximo responsable, Iger sigue manejando los hilos en Burbank (California), pese a que siempre prefirió Nueva York y, sobre todo, pese a que ha dicho en varias ocasiones que se va. Hasta llegó a irse a pocos días de terminar el mes de febrero de 2020 y, por lo tanto, a pocos días de que el mundo se encerrara sobre sí mismo a causa de la pandemia. Volvió, cuando todo se hundió, y maniobró para echar al sucesor que él mismo puso -el efímero Bob Chapek-. Así que aquella frase que le imprimió un grupito de trabajadores para que la pusiera en la matrícula de su Porsche plateado como ironía sigue siendo, a día de hoy, una profecía inversa: ¿Hay vida en Disney sin Iger?
La habrá, por supuesto, de una forma u otra. En el apego del empresario a su cargo juega un papel fundamental su legado económico. Cuando sucedió a otro histórico como Michael Eisner (que estuvo 20 años al frente) en el año 2005, la compañía acababa de superar por primera vez la barrera de los 30.000 millones de dólares anuales en ingresos con una acción adormecida por debajo de los 20 dólares. Al cierre de 2024, el grupo Disney roza los 90.000 millones con una acción en el entorno de los 100 dólares, según las cuentas de la propia empresa.
En este viaje de toda una vida (parafraseando el título del libro que escribió Iger en 2019 sobre su experiencia empresarial), Disney llegó a pactos con Apple para emitir series propias por primera vez en dispositivos portátiles, compró a la misma Apple los derechos de la rival Pixar (que tanto daño le hizo a la animación clásica en el cambio de siglos), adquirió Marvel y el mundo Star Wars (por unos 4.000 millones cada una) y culminó la década pasada con la megacompra de la 21st Century Fox a Rupert Murdoch por más de 71.000 millones.
Por comparar al mastodonte de Disney con un rival similar, el conglomerado en torno a Warner facturó menos de la mitad, en torno a 41.000 millones en 2023, casi sin evolución desde los 37.000 que sumaba AOL Time Warner en el arranque de milenio; y Netflix no alcanza todavía los 10.000 millones, si bien la reina del streaming no suma potentes líneas de negocio como cadenas en abierto (así como las muy lucrativas opciones de pago para acceder a los grandes deportes) o parques de atracciones, gracias a los que Disney se embolsa unos 30.000 millones al año, tres veces más que en el 2005 de aterrizaje de Iger. Con él, abrieron en China su primer “lugar más feliz del mundo”.
“Nunca se va a ir”, le dijeron a Chapek al poco de ocupar el trono de Disney, según recogió The New York Times. Iger defiende que su misión en la casa de los sueños se acaba en diciembre de 2026. Mientras, en enero de 2025 ascenderá a presidente el último elegido para navegar en el periodo entreguerras: James Gorman, presidente ejecutivo actual de Morgan Stanley. Pero esta figura poco tiene que decir mientras Iger continúe ostentando el cetro de ejecutivo jefe, más allá de cooperar en teoría con el proceso definitivo de sucesión cuyo comité también lidera -una vez más- Iger.
Sucesión en diferido
La historia se replica desde varios flancos. Ya a finales de 2019, cuando Robert Iger anunció que se iría dos años después, se inició un proceso de relevo que se aceleró en febrero de 2020 con su sorprendente renuncia. Chapek, que venía de dirigir la rama de parques temáticos, logró dos hitos: afrontó el cierre total (incluyendo miles y miles de despidos) de esos mismos parques de atracciones que tan bien conocía y, en la primavera de 2021, al soplar el primer indicio de que la economía volvería a respirar, vio cómo la acción de Disney superaba por primera -y -única- vez los 200 dólares. El idilio bursátil en torno a los 180-190 dólares duró lo que tardó en llegar la siguiente primavera, la de 2022. En noviembre, Chapek fue despedido e Iger, con los disneylandias abiertos a pleno rendimiento y rodado ya el lanzamiento de Disney+ se autoinvistió en salvador resucitado.
Quizá debió leerse alguno de esos cómics de superhéores que ha admitido que jamás le gustaron de pequeño (cuando le supusieron miles de millones en taquilla empezó a apreciarlos) para enterarse de que todo regreso milagroso de un héroe acarrea un lado oscuro. O de Star Wars. Tenía ejemplos de sobra en casa donde elegir, desde luego.
Incluso personales. Para quien pretenda discernir cómo será ahora la sucesión de Iger, el camino más corto podría ser leerse el libro autobiográfico del magnate, The Ride of A Lifetime: Lessons in Creative Leadership (El viaje de toda una vida: lecciones en liderazgo creativo). En él, cuenta cómo empezó trabajando en el verano de 1974 en lo más bajo de la cadena de televisión de ABC, ascendió a las divisiones de deportes y entretenimiento, apostó para luego menospreciar a David Lynch y su Twin Peaks, y nunca logró pasar de segunda grande y acercarse a la poderosa y primera NBC. Pero escaló durante 20 años para situarse como máximo responsable del conglomerado a pocas semanas de que Disney pusiera sobre la mesa casi 20.000 millones para absorberlos.
A mediados de los noventa, por lo tanto, ascendió al gigante del ocio y, desde el primer momento, cuando se hizo de rogar para no irse tras la integración, se aseguró de estar cerca de Eisner, quien fue ganando enemigos tanto dentro (despidió a varios CEO) como fuera (su choque contra Steve Jobs fue histórico). Pasados diez años, Roy E. Disney, el sobrino de Walt y último miembro de la familia cerca del núcleo de poder, cumplió su venganza de acabar con Eisner y el consejo le echó sin mucho miramiento. Hasta ISS, el asesor de voto que este año ha querido echar a Iger, se metió de por medio y añadió leña al fuego de Save Disney, la plataforma auspiciada por los históricos nostálgicos de la empresa.
Entonces, se abrió un largo proceso de dos años para elegir al sucesor de Eisner e Iger realizó hasta 15 entrevistas con el consejo de administración para tratar de convencer a sus integrantes de que era el mejor candidato por mucho que en los últimos años fuera la mano derecha del denostado máximo ejecutivo anterior. No suponía ninguna continuidad, insistió una y otra vez. En su libro, Bob Iger no cuenta cómo convenció a los consejeros, pero también se afana en aclarar que no criticó a su antecesor para lograr el puesto.
Sí que critica (de las pocas sombras que hay en una narración de los hechos muy educada sin villanos) que uno de los mayores problemas que tuvo que afrontar en el proceso fue rebatir las “incorrecciones” del libro de James Stewart, Disneywar, donde se narraban las maniobras de todo tipo de Eisner y su número dos para retener el poder por encima del legado. Y que el mismo día que al fin logró el puesto llamó a Steve Jobs, a quien apenas conocía, para informarle de la noticia. “Me alegro por ti”, le contestó el rey de Apple, tras lo que Iger apeló al comienzo de una buena relación comercial. Entonces Jobs le preguntó cuánto tiempo había trabajado con Eisner. “Diez años”, admitió Iger, sabiendo que Jobs odiaba a su antiguo jefe. “Entonces no veo cómo podrían ser las cosas diferentes ahora, pero cuando el polvo se asiente, llámame”. Iger no cejó en ganarse la amistad de Jobs y, en su carrera meteórica, aquel primer acuerdo con Apple para emitir a la carta Perdidos o Mujeres Desesperadas años antes de la irrupción de Netflix, fue la clave de todo lo que vino después.
Bob Iger, si aguanta hasta finales de 2026, superará en longevidad al frente de Disney a su maestro Eisner, a quien superó en todos los aspectos económicos acelerando la evolución de una empresa demasiado tradicional para el siglo XXI cuando empezó el milenio. Nunca dejó que el polvo levantado tras su marcha se asentase. No se imagina una Disney sin él. Ni su vida sin Disney.