El cierre de año del mercado laboral debe servir como aviso a navegantes
La fortaleza que ha mostrado el mercado laboral español a lo largo de buena parte de 2022, en un sorprendente ejercicio de desafío frente a unos indicadores macro en proceso de desaceleración, ha terminado el año con signos de retroceso. La crisis inflacionista ha hecho mella en el desempeño del último trimestre del año, que ha terminado con la destrucción de 87.900 empleos frente a los 153.900 que se crearon en el mismo periodo de 2021 y a los 77.000 generados entre junio y septiembre de 2022, según los datos de la EPA publicados ayer por el INE. Un vistazo a la serie histórica obliga a remontarse hasta 2013, en plena crisis financiera, para encontrar un final de año con un saldo adverso similar. Aunque el balance de los últimos 12 meses arroja la suma de 79.000 nuevos puestos, la tasa de creación de empleo se ha ralentizado y el ejercicio se cierra con una cifra de parados de nuevo por encima de los tres millones.
La explicación de este proceso de desaceleración, que ha tardado en reflejarse en la EPA, está en la evidente presión de un entorno inflacionista que poco a poco ha ido filtrándose en el tejido productivo, aumentando sus costes laborales, condicionando el consumo y las ventas y finalmente frenando el ritmo de creación de empleo. Las cifras de la EPA revelan que los sectores asociados al ocio, como la hostelería y los restaurantes, han destruido algo más de 270.000 empleos, una cifra abultada similar a la del cierre de 2021, ejercicio todavía marcado por los efectos de la pandemia. Los números también reflejan la caída del empleo en puestos de valor añadido, como comunicaciones, informática y farmacia, así como en servicios profesionales, como el del asesoramiento jurídico y la consultoría, lo que puede interpretarse como consecuencia de un retroceso en la inversión y la congelación de operaciones corporativas.
La resistencia que el empleo ha mostrado hasta el final del año pasado no debe interpretarse con un exceso de complacencia, especialmente a la vista de estas señales de ralentización en el último trimestre del año. Aunque hay razones para esperar un 2023 menos tormentoso de lo que se esperaba, la sombra de la inflación seguirá marcando la agenda económica, la incertidumbre no tiene visos de desaparecer del cuadro de análisis y la crisis energética seguirá condicionando a buena parte de la industria y del tejido empresarial. El Gobierno se congratulaba a principios de mes por el buen funcionamiento del mercado laboral, la variable marco que “mejor funciona”, pero los signos de fatiga que arroja el cierre de 2022 deben servir de aviso a los navegantes sobre el modo en que pueden evolucionar la economía y el empleo en los próximos meses.