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Tribuna
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Por un puñado de dólares se vende el Mundial a Qatar

Si en un evento planetario de este tipo al final todo vale, ¿por qué tengo que cumplir unas normas tan estrictas en mi empresa?

Cientos de aficionados ven un partido de la selección mexicana en una pantalla gigante en Ciudad de México, el 22 de noviembre de 2022.José Pablo Díaz
Cientos de aficionados ven un partido de la selección mexicana en una pantalla gigante en Ciudad de México, el 22 de noviembre de 2022.José Pablo Díaz

“Soy lo bastante rica como para apreciar a los hombres que se pueden comprar”. Esta frase pronunciada hace más de 50 años por la señora Baxter en la película que hoy nos da título, bien podría haber sido extraída de una distendida conversación entre alguno de los organizadores del Mundial de Fútbol 2022 y alguno de los decisores últimos que apostaron por celebrar en Qatar tan ilustre acontecimiento.

Como ya hemos apuntado en anteriores ocasiones, la realidad supera la ficción, y el caso que hoy nos ocupa (de plena actualidad por motivos obvios) ofrece una fuente de inspiración suficiente como para optar a varias estatuillas (si hay algún guionista en la sala, que recoja el guante).

Y es que las tramas de corrupción que han salpicado, salpican y, lamentablemente, seguirán salpicando grandes competiciones deportivas como es la celebración de un mundial de fútbol deberían servirnos para aprender valiosas lecciones en el ámbito de la ética empresarial, el cumplimiento normativo o los criterios ESG, pero para ello sería necesario castigar de forma notable comportamientos y conductas irregulares en lugar de ocultar las mismas bajo el ya célebre show must go on.

Si en nuestra experiencia en investigaciones de fraude, corrupción o blanqueo de capitales hemos tenido la oportunidad de observar cómo en el seno de entidades públicas y privadas, que cuentan con robustos programas de compliance, suceden ocasionalmente actuaciones irregulares que consiguen evadir sólidos sistemas de control, pueden fácilmente imaginarse qué situaciones habremos identificado en aquellas otras organizaciones en las que los mismos ni están ni se les espera.

Resulta incómodo constatar la facilidad con la que podemos pasar de impartir una sesión de formación en una compañía abordando cuestiones tales como la importancia de la prevención del fraude y la corrupción en la empresa, la responsabilidad corporativa, el compliance o el uso de los canales de alertas a contemplar unas horas más tarde sin rubor alguno un bonito publirreportaje sobre los estadios del mundial nacidos a la luz de unas prácticas como mínimo cuestionables.

Una reflexión que bien podrían hacernos algunos de los asistentes a esas sesiones de formación sería la siguiente: “Si en un evento planetario de este tipo al final todo vale, ¿por qué tengo que cumplir unas normas tan estrictas en mi empresa que no deja de tener carácter local y sin apenas impacto en el mercado?”. Buena reflexión para compartir con ciertas instituciones deportivas. Quizá debamos invitar a algunos de sus miembros a que participen también en estas sesiones (les reservaremos la primera fila… Aquí no hay palco).

Y sí, espero poder seguir el desarrollo del campeonato contribuyendo tristemente con mi granito de arena a la causa (no utilizaré como prueba de descargo aquello de “son cientos de millones los que van a seguirlo en cualquier caso” o “no es la primera vez que sucede esto en una competición deportiva”), pero lo haré con el deseo que, cual Marlon Brando en la entrega de los Óscar, la selección ganadora rechace recoger tan valioso trofeo alegando una noble causa como la lucha contra la corrupción. Un final a la altura de tan incómodo vodevil.

Hugo Sutil, director en Alvarez & Marsal

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