Un aterrizaje de realismo para las grandes tecnológicas
La corrección de valor que han sufrido estas compañías puede hacer que su economía se alienee mejor con sus grandes (pero no infinitas) potencialidades
Las grandes compañías tecnológicas son protagonistas imprescindibles del mundo empresarial desde comienzo de siglo sobre todo por su espectacular crecimiento en todos los frentes y su creciente presencia en nuestras vidas. Nos han facilitado gran número de nuestras actividades cotidianas y no tan cotidianas: desde la localización de una dirección física, a un mensaje a través de una app o en el proceso de búsqueda de un empleo. Son tres ejemplos, pero se podrían mencionar infinidad más. Las tecnologías de información se han desarrollado considerablemente en estas dos décadas, con nuevas potencialidades de servicio o utilidades. Algunas de ellas acometidas, otras pendientes, incluidas las aparentemente inverosímiles. Esta evolución dio lugar a unas expectativas de crecimiento de ingresos y de monetización del modelo de negocio basado en el aprovechamiento de los masivos datos que manejan y la inteligencia artificial. Las capacidades que ofrecían esas grandes tecnológicas –fundamentalmente desarrolladas a partir de ingeniería de datos– eran aparentemente infinitas y así se reflejó en una valoración de mercado que no paró de crecer hasta hace un par de años.
Todo lo que olía a tecnología, fuera una gran empresa ya establecida o un nuevo unicornio, rápidamente recogía una carga de positividad en el valor de su acción. Sorprendía, no obstante que, en muchos casos, su valoración (por ejemplo, Tesla) tuviera una evolución bursátil espléndida incluso los años (la mayoría) que aún no tenían beneficios o no contaban con perspectivas del todo claras. Otro ejemplo eran los neobancos (bancos digitales) que tenían un valor muy significativo en los mercados, en claro contraste con sus contrapartes convencionales (bancos tradicionales) con descuentos importantes en su valor bursátil. Las expectativas de ganancia futura basadas en potencialidades, materializadas o no, eran muy optimistas.
Es más que probable que la economía de estos negocios no estuviera alineada con las cifras reales de beneficio presente y futuro. Y por eso se están produciendo ajustes desde hace un tiempo. Si durante la pandemia nos hubieran dicho que el mundo estaba a las puertas de una corrección bursátil (y, casi, de humildad) en las grandes empresas tecnológicas nos lo hubiéramos creído a medias. Se hablaba de sobrevaloración en el Nasdaq, pero ahora lo que se ve es que ese exceso de valoración era abultado. No conviene perder la cabeza, sin embargo, porque el valor real de estas compañías sigue siendo, en general, elevado. Hay potencialidades de crecimiento y las ganancias empresariales siguen siendo notables. Todo el ruido en torno a Elon Musk o los despidos de Twitter, Meta o Amazon no debe llevar a creer que se producirá una grave pérdida de relevancia de estas empresas tecnológicas. Parece más un necesario ajuste tras la pandemia y un aterrizaje de realismo. El resultado puede ser que se alineen mejor la economía de estas compañías y sus grandes (pero no infinitas) potencialidades y capacidades.
Todo esto sucede en el vigésimo aniversario del crash de las puntocom. Aquello fue diferente. Los Netscape y Napster de la época fueron los primeros intentos de lanzar nuevas formas de interacción informativa y social, pero les faltaba mucha economía de red y un desarrollo técnico suficientemente sólido. Una situación muy distinta a la de hoy –con más burbujeo corregible que gran burbuja– donde otro gran batacazo es muy improbable. En todo caso, el reajuste de las BigTech no es solo cosa de Estados Unidos. En China también se está poniendo algo de coto a las grandes tecnológicas, que estaban acumulando más poder que el propio gobierno.
La crisis de las tecnológicas va por barrios. Con alguien tan excéntrico e imprevisible como Elon Musk es difícil saber si lo que sucede con Twitter ha sido la comunicación oficial más histórica de un suicidio corporativo o un movimiento estratégico inédito para reconfigurar el panorama del control de la información y las redes sociales. Las evidencias de corrección de mercado y de ajustes de personal orientan sobre por dónde burbujeaba más la industria. En principio, lo hacía más por la parte de las redes sociales. Meta o Twitter son dos ejemplos significativos. Mirando al futuro, tampoco se ve clara la propuesta de valor. Podría hablarse del metaverso como la referencia a largo plazo. El problema, sin embargo, es que no parece una alternativa aun claramente monetizable.
Otras compañías como Microsoft o Apple parecen sufrir también, pero capean mucho mejor el temporal. Tienen objetivos más tangibles y bases diversificadas. Google (Alphabet) es sin duda una potencia, pero también le ha pillado esta mala coyuntura para las BigTech en un momento de reconfiguración de parte de sus líneas de negocio (cloud, dispositivos,...).
Algunas de estas empresas han podido vivir demasiado acomodadas en su nube efervescente. Apenas se solapaban en sus negocios, lo que les concedía un claro poder de monopolio en distintas áreas. Sin embargo, poco a poco han sentido dos fuerzas presionándoles. Por un lado, la regulación, que no ve con buenos ojos dejarles campar a sus anchas en el manejo de la información ni en la entrada en negocios sensibles como el financiero o monetario. Por otro lado, una competencia creciente en áreas como la inteligencia artificial y el cloud computing. Además, no puede olvidarse la presión por innovar en este mercado. De hecho, ya hay 332 unicornios (compañías con valoración de más de 1.000 millones de dólares) tan solo en la esfera fintech. Desde enero, más de 800 empresas tecnológicas en todo el mundo han anunciado ajustes que se han llevado por delante 120.000 empleos. Esto nos hace repensar esa idea de búsqueda de talento como algo no exclusivo de las grandes tecnológicas, sino que tendrá que repartirse y expandirse a otras partes de la economía. Va más allá de estas empresas porque ellas, de hecho, están despidiendo al verse sobredimensionadas.
Santiago Carbó es catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Valencia y Director de Estudios Financieros de Funcas