La Unión Europea busca sus propios gigantes tecnológicos y puede llegar a encontrarlos
El fin del auge de las grandes estadounidenses promete dificultades generalizadas, pero no imposibles
A inicios de este año, la Unión Europea declaró un ambicioso objetivo encuadrado dentro de su archimencionada campaña por lograr una menor dependencia estratégica de Estados Unidos y China. El club de países busca ser el lugar de nacimiento de, al menos, diez empresas del sector tecnológico que en 2030 tengan un valor superior a los 100.000 millones de euros. La pregunta es si lo logrará, y más, teniendo en cuenta las recientes dificultades que han azotado a este tipo de compañías a nivel global y la desventaja europea en la “situación de partida” si se compara frente a las anteriormente mencionadas regiones.
Si Europa quiere batirse en términos generales con Estados Unidos en este campo y lograr, por ejemplo, su propio Microsoft, eso es altamente improbable. Con todo, eso no hace que la meta de la Unión de sus diez campeones sea menos factible. El tamaño de las estadounidenses está a distancias astronómicas de las europeas, incluso, después de sufrir un mayor castigo bursátil este último año (comparativa disponible en la parte izquierda del gráfico). Pero ASML y SAP, los dos campeones tecnológicos europeos a día de hoy, dan pistas de cuál será el camino a seguir para que las empresas nacidas en el Viejo Continente logren hacerse un hueco.
Final del auge
Las noticias sobre los despidos en tecnológicas han corrido como la pólvora. Han sido la señal de alarma más visible hasta el momento de que algo ha cambiado. Como buen fenómeno complejo, una conjunción de factores explica que está ocurriendo.
Diferentes analistas consultados para el presente artículo coinciden, y Fabiola Pérez, consejera delegada de Mioti, resume cuál es la razón principal de las dudas que rodean al sector: “Venimos de una bonanza muy clara de todas las tecnológicas durante el periodo Covid y, ahora, vemos un movimiento inverso. Las cuotas del online se han sostenido en algunos casos, pero no podían seguir creciendo al mismo ritmo que llegaron a alcanzar. Los grandes del sector no van a ver esos crecimientos tan llamativos como los que vieron durante la pandemia”, analiza la experta en tecnología. Con otras palabras, las expectativas eran tan altas tras una larga época dorada que, incluso manteniendo unos destacados ingresos y beneficios hasta hace relativamente poco en la mayoría de casos (tal y como muestra la parte derecha del gráfico), sus valoraciones han caído. Esto perjudica al conjunto del sector tecnológico: si las expectativas de los grandes no son buenas, muchas otras tecnológicas pequeñas que han crecido a su sombra sufren, así como a ojos de los inversores el conjunto pierde atractivo al hacerlo sus máximos exponentes.
Y es que, precisamente, las expectativas que justificaron que los inversores estuvieran dispuestos a pagar más por las acciones de estas empresas de lo que las cifras fundamentales realmente aconsejaban, ahora están en tela de juicio. “Las empresas de big tech han emitido señales de advertencia para los próximos meses. Los clientes están reduciendo gastos y hay pocos indicios de que las cosas cambien pronto. Ello implica que esas empresas buscarán reducir costes en las próximas semanas y meses, y las partidas en mano de obra y marketing y publicidad son con frecuencia las primeras que se recortan. Congelarán además las nuevas contrataciones con la esperanza de que la rotación regular les ayude a corregir el tamaño. Me temo que lo que está ocurriendo en el sector es solo el comienzo de lo que se avecina. Se presentan enormes desafíos”, señala Marc Bara, profesor de OBS Business School.
Desde Amundi, Joao Toniato, estratega de renta variable global del Amundi Institute, apunta a que la situación económica general, el auge de precios y la consiguiente variación en los tipos de interés también les ha pasado factura a estas empresas. Entre los desafíos futuros que esperan al sector, en Amundi identifican varios. “Si adoptamos una perspectiva a más largo plazo, vemos un nuevo entorno de mayor inflación, tipos más altos, mayor inversión gubernamental, posibilidad de una regulación más estricta para la industria tecnológica, así como mayores impuestos para el sector tecnológico. En este contexto, nos parece poco probable que los valores tecnológicos vuelvan a dominar los resultados del mercado como lo hicieron durante el pasado ciclo económico”, prevén.
Por su parte, en Lonvia Capital, Iván Díez, socio y director de desarrollo de negocio, recuerda lo importante que es hacer distinciones cuando el castigo es generalizado. “Muchas compañías tecnológicas, de calidad, están sufriendo por la compresión de múltiplos, pero sus fundamentales siguen intactos. Hay muchas compañías con posiciones de caja netas o incluso con deuda neta/EBITDA muy baja, lo cual hace que tengan balances sólidos y sean bastante inmunes a las subidas de tipos de interés”, puntualiza.
Pese al incierto momento en esta actividad, Pérez se muestra optimista respecto al futuro del reto europeo. “La tendencia es positiva y cada vez hay más unicornios. Si cada país hace su parte, lo podemos conseguir, independientemente de que la coyuntura pueda retrasarlo. Pero hará falta inversión”, opina.
Diferencias con EE UU
El ecosistema tecnológico europeo y estadounidense no solo se encuentran a un océano de distancia en términos geográficos, sino también en lo que a características de cada uno se refiere.
Francisco Hortigüela, director general de Ametic, identifica el origen de las diferencias como algo cultural. “Falta apuesta por el emprendimiento y la innovación en Europa en general y en España en particular. Esto se consigue con educación y con inversión en innovación. Si no tienes innovación, al final lo que queda es copiar y vender más barato. En España y Europa también hacemos mucha ciencia e investigación, pero no tan aplicada a la industria. Hay un cierto desfase entre lo que es la ciencia y la innovación y la transferencia a productos o servicios industriales que generen empleo y riqueza”, lamenta.
En referencia a las ansias de autonomía estratégica que asegura anhelar la Unión Europea, Hortigüela asegura que esto no es otra cosa que comprender lo importante que es no depender de otros países en caso de crisis. “Los problemas de semiconductores han sido una buena demostración. Si tenemos la producción aquí, tenemos más poder de decisión. Es muy importante que en Europa nos reindustrialicemos. Hemos usado la famosa frase “que fabriquen ellos”. Como consecuencia, nuestra producción depende de Asia y cuando hay problemas, como cada Estado es soberano, se decide dónde se dirigen los suministros. Nuestro futuro no depende de nosotros. Además, la industria trae consigo más innovación. Si estás fabricando productos, poco a poco vas aprendiendo cosas nuevas y generando nuevas soluciones”, reflexiona.
Fabiola Pérez enumera una serie de características que diferencian a Europa y Estados Unidos en este ámbito. De un lado, la experta recuerda que Silicon Valley se fundó en los sesenta, siendo el único sitio del mundo con un caldo de cultivo cocinado tan a fuego lento. El error no se paga de la misma forma, ya que es mucho más caro en el emprendimiento europeo que en el estadounidense, y los tamaños de los mercados no son iguales. Pérez razona que no tiene nada que ver acceder a un mercado atomizado de 40 millones de personas en un país, 70 millones en otro y 4 millones en otro distinto, que trabajar en un mercado de cientos de millones de personas de alto poder adquisitivo en el caso americano o de más de mil millones de personas en el chino. El tamaño de la empresa tenderá a ser más grande en estos dos últimos entornos que en un ecosistema más atomizado como es el caso Europeo.
Por otro lado, está la legislación. Hortigüela incide en que, si bien no tenemos empresas de tamaño comparables, en Europa hemos sido capaces de Europa de trasladar nuestros estándares legislativos al resto del mundo. "Nuestras normas se hacen desde el punto de vista del respeto a los humanos, el tema de la privacidad sirve de ejemplo. En este campo, aún sin tener grandes titanes propios, somos los líderes. Sería bueno que fuéramos pioneros también en el desarrollo de tecnología propia, y desgraciadamente, ahí no somos tan punteros. La legislación es importantísima, ya que genera seguridad a los distintos participantes, pero no genera riqueza. Las reglas de juego que tenemos aquí son necesarias, pero hace que sea más difícil competir contra otros que no las tienen, con todo, personalmente, prefiero vivir en un Estado que respete las reglas aunque perdamos a cambio competitividad", diserta el director de Ametic.
Además de en las circunstancias generales del entorno como las anteriormente mencionadas, las diferencias entre las tecnológicas de un lado y otro del Atlántico empiezan desde la cuna, desde la misma fase de startup. Tomas Pierucci, head of tech disruptors vertical para JP Morgan International Private Bank, describe que el ecosistema de las startups estadounidense es mucho más rápido que el europeo; la gente gasta, innova e invierte más. “El ecosistema está mucho más desarrollado en términos de marcos legales, compensación de capital, SAFE Doc, menos barreras, etc. Hay un solo país, frente a muchos en Europa”, analiza coincidiendo con la visión de Pérez.
“Por otro lado, las startups estadounidenses compiten en un mercado enorme y necesitan un alto grado de penetración en el mercado para obtener una ventaja competitiva. En Europa, las empresas tienen menos oportunidades de obtener capital y se centran en generar beneficios para sobrevivir, en lugar de expandirse y asumir riesgos”, afirma el experto.
“Todo esto no significa que Europa no pueda competir. En casos concretos sí puede, mediante startups especializadas, pero no como generalidad. Una industria, un sector concreto. Los titanes son demasiado grandes como para competir directamente. Es más fácil que de Europa salga un Spotify o un Delivery Hero que no un nuevo Microsoft. Por otro lado, esto no es imposible tampoco. También estaban inventados Amazon y Google cuando nació Alibaba. ¿Por qué no pudimos tener nuestro Alibaba en Europa? Es un tema de volumen, tamaño y apoyo. Alibaba surgió en un entorno protegido y grande. Si queremos nuestros gigantes, conviene fijarnos en cómo se han creado en otros lugares. Quizás necesitamos un mercado grande y protegido para ello”, concluye Pérez.
Industria: la asignatura pendiente
Las ambiciones de reindustrialización que recientemente ha mostrado la Unión Europea son pasos que van en la buena dirección si lo que se pretende es generar grandes tecnológicas. Francisco Hortigüela mencionaba que la industria trae aparejada consigo más innovación. El economista Bruno Estrada López, en un estudio publicado recientemente por la Fundación Alternativas titulado ¿De qué industrialización hablamos? Digitalización e industria, señala a su vez que la innovación es clave también para la propia industria. A juzgar por las observaciones de ambos, estos dos factores conforman un círculo que se retroalimenta.
En el informe, Estrada incide en la importancia de cuidar este tándem para la perspectiva de prosperidad de una nación, y las noticias no son buenas al respecto para España. “El país viene sufriendo desde hace décadas un proceso de desindustrialización; en 2020 el conjunto de las ramas industriales representó tan solo el 14,7% del PIB, apenas un 11% si consideramos solo la industria manufacturera (sin actividades extractivas, energía y agua), lo que está en la base del declive de nuestra productividad”, escribe.
El texto plasma que, si bien hay corrientes que basan la productividad y competitividad de una industria en reducciones de costes, “numerosos economistas, entre ellos los premios Nobel Paul Krugman y Stiglitz, han destacado la existencia de diferentes vías de ganancia de competitividad, distinta a la del precio, que actúan mediante la diferenciación de productos, la innovación o la marca. La digitalización es un potente instrumento para afrontar con éxito esta transformación productiva”, indica. El autor también alerta sobre el hecho de que la ganancia de productividad basada en ajustar costes puede causar una espiral de menores salarios y peores condiciones de vida tras provocarse la fuga de trabajadores más cualificados de un país debido a la falta de oportunidades laborales.
Asimismo, el economista sostiene que el aumento del salario mínimo en China generará una nueva deslocalización y que alguna parte de la producción podría redundar nuevamente en zonas deprimidas de Estados Unidos o Europa que ofrecen otros elementos de competitividad diferentes al coste laboral. “Esta es una oportunidad que España no debe dejar pasar”, valora.