La inflación alimentaria, aún más compleja que la energética
La industria y las Administraciones deben olvidar apriorismos y buscar vías intermedias que mitiguen el problema sin cargar la factura a los productores
Ahora que la inflación energética empieza a aflojar, acelera la alimentaria. La tasa de subida de los precios de los alimentos está en el nivel más alto desde que el INE hace los cálculos, en el 15,4%. Productos básicos como el azúcar, las legumbres, el pan o las frutas marcan subidas de más del 20% que repercuten particularmente en los hogares más vulnerables, puesto que dedican a la alimentación una proporción más elevada de su renta.
No es un evento de nuevo cuño, pues la inflación alimentaria viene de lejos. Pero, también aquí, la guerra de Ucrania ha creado una tormenta perfecta que ha dislocado la cadena de suministros en la alimentación. Ha sido por varias vías; el descenso de la oferta de cereales encarece harinas y pastas alimenticias, así como los productos de ganadería, cuyo principal coste son los piensos. También los aceites vegetales escasean, mientras la subida del precio del gas repercute en los fertilizantes y la del petróleo, en los costes del transporte.
En qué medida estos aumentos de costes están repercutidos en el precio final es una incógnita. El sector del gran consumo argumenta que está ajustando márgenes, pero desde la producción se escuchan las tradicionales quejas sobre el papel de los intermediarios y las antiguas acusaciones de venta a pérdida en el comercio. Que la tensión de costes afecte a todos los eslabones dificulta el análisis, pero es obvio que algunas partes del proceso, en particular aquellas con mayor escala, tienen más capacidad de absorber costes, aun a costa de erosionar los márgenes.
Medio año de alza de los alimentos a doble dígito es difícilmente soportable, en particular en un contexto de tipos de interés al alza. Pero, si las medidas paliativas en el sector eléctrico eran complicadas de diseñar o ejecutar, en el sector agroalimentario lo son todavía más: ni hay un mercado mayorista centralizado ni los ciudadanos consumen el mismo tipo de alimentos.
Las iniciativas propuestas hasta el momento, sin sonar mal del todo, han oscilado entre las más simples (bajada temporal del IVA, un clásico) y las exóticas (la cesta básica propuesta desde algunos ministerios). La intervención en la cadena de valor no parece factible dada la gran cantidad de factores que condicionan los precios. Sería un buen momento para que la industria y las distintas Administraciones buscaran, olvidando apriorismos, vías intermedias que mitigaran el problema de cara a los ciudadanos sin cargar la factura a los productores.