FTX evidencia que la regulación de los criptoactivos es urgente y llega tarde
El auge y caída de la plataforma de compraventa de criptoactivos FTX, que hace menos de un año estaba valorada en 32.000 millones de dólares y hoy se halla al borde de la quiebra, constituye una muestra más del peligroso cóctel de factores de riesgo, irregularidades, opacidad, desregulación y enorme volatilidad que puebla el sector de las criptomonedas. Tras la infructuosa llamada de auxilio lanzada por Sam Bankman-Fried, fundador de la plataforma, a sus socios en un desesperado intento por conseguir fondos, y la retirada de la oferta de rescate planteada por Binance, FTX afronta un agujero negro de al menos 8.000 millones de dólares. La compañía ha sufrido en los últimos días reembolsos masivos por valor de unos 6.000 millones de dólares.
Más allá de que ese pozo puede ser más grave y profundo de lo confesado, un extremo que se irá desvelando a medida que se desenrolle la madeja de operaciones realizadas por Bankman-Fried, el derrumbe de FTX se suma a una ola de naufragios que incluye quiebras sonadas, como la de los tokens Terra y Luna, cuyo fundador está actualmente en busca y captura, la prestamista Celsius o el hedge fund Three Arrows. A todo ello hay que sumar que la caída de la plataforma no solo ha puesto a sus socios y depositarios en el ojo del huracán, sino que ha agravado el criptoinvierno que vive el mercado al castigar a varias criptodivisas, como es el caso del bitcoin, que el miércoles se desplomaba, y a otros activos vinculados a Bankman-Fried y a su fondo de coberturaAlameda Research.
La crisis de FTX no puede ser del todo una sorpresa en un mercado que se ha convertido en una suerte de tierra sin ley en la que se opera sin red ni garantías. La ola expansiva castigará a un inversor minorista que en un alto porcentaje es además un inversor amateur, pero también a empresas financieras que apostaron por el brillo de la compañía. Aunque desde el sector se alude a un movimiento de autorregulación por parte de los principales jugadores del mercado, la debacle del negocio de Bankman-Fried evidencia la urgente necesidad de avanzar hacia una supervisión y una regulación sólidas, que protejan al pequeño inversor y doten a las transacciones de una mínima seguridad jurídica. Todo apunta a que el mercado realizará su propio proceso de limpieza y de corrección, a la espera de las normativas que ultiman tanto EEUU como Bruselas, pero que ya llegan, como tantas veces, tarde.