La iniciativa de formación de RIU es un mal síntoma y una audaz solución
La decisión de RIU de convertirse en la primera gran hotelera española en obtener autorización oficial para dar formación reglada y emitir certificados profesionales constituye una respuesta pragmática a las crecientes dificultades para contratar personal cualificado en el mercado laboral. Aunque en España no se ha producido el fenómeno de abandono masivo de puestos de trabajo, que en EEUU se ha bautizado como la Gran Dimisión, la recuperación económica tras la pandemia ha llegado acompañada de importantes desajustes entre la oferta y la demanda laboral. Un fenómeno que algunos cálculos cifran en hasta 100.000 vacantes sin cubrir y que es especialmente acusado en sectores como el de la construcción y los servicios turísticos. Un ejemplo de esa desconexión entre empresa y mercado es el caso de Meliá, que ha tenido que anunciar repetidas campañas de reclutamiento este año para encontrar 2.000 personas con las que cubrir las vacantes de sus hoteles en España.
La iniciativa de RIU, cuyo programa piloto se está desarrollando en las instalaciones de la cadena en Mallorca, se centrará en conceder certificados de profesionalidad, una fórmula que permite compaginar formación en la empresa y estudios, así como en impartir formación dual, en la que el alumno está ligado con un contrato remunerado a la compañía. Aunque el primer objetivo de la hotelera es cubrir necesidades propias, sus previsiones pasan por contratar al 60% de los participantes, lo que significa que la formación recibida por el resto de los candidatos revertirá en el conjunto del sector y beneficiará a otras empresas del gremio.
La apuesta de la cadena por ofrecer formación profesional reglada es al mismo tiempo una solución a un problema acuciante –la falta de oferta laboral cualificada– y un síntoma de ineficiencia en el sistema educativo: el hecho de que la formación profesional en España no ha conseguido todavía derribar los muros entre las aulas y las empresas, y formar mano de obra en las competencias que demanda el mercado. A día de hoy, y pese a que la economía española ostenta una escandalosa tasa de paro juvenil, que duplica la media de la UE, las compañías no solo tienen dificultades para contratar personal de hostelería, sino también informáticos, soldadores, electromecánicos, fresadores, torneros y administrativos, entre otros muchos perfiles. Esa realidad exige un ejercicio de seria autocrítica y enésima revisión del modelo de formación profesional, pero también abre un camino, el inaugurado por RIU, que puede ser un ejemplo a seguir para otros sectores.