Las decisiones, el valor de la confianza y el caso de Credit Suisse
En el corazón de la tormenta que ha vivido el banco hay dos elementos clave: percepciones negativas previas y una política de comunicación desacertada
La confianza es un sentimiento hacia personas, entidades, empresas u otros organismos que refleja la creencia de que estas cumplirán los acuerdos en los que se basa su relación. Nuestra sociedad actual se basa en lazos de confianza. La confianza se gana con el tiempo, con buenas decisiones y con comportamientos coherentes y predecibles; con transparencia y honestidad en la comunicación y con relaciones positivas. Pero la confianza es una dama caprichosa que a veces se va y se pierde para siempre. Basta con hacer una mala comunicación o tomar una mala decisión. Un buen ejemplo lo tenemos en Credit Suisse, banco internacional que se ha enfrentado estos últimos días a los rumores difundidos de forma masiva en las redes sociales sobre la posible debilidad de su balance.
En el corazón de esta tormenta encontramos dos elementos clave: percepciones negativas previas a la comunicación y una decisión de comunicación confusa y desacertada. Las percepciones negativas previas son un cúmulo de despropósitos. El banco ha estado lidiando estos últimos años con escándalos (Archegos y Greensill), pérdidas en sus unidades comerciales y juicios contra la empresa. En un entorno con muchas dudas sobre la estrategia futura de la entidad, la publicación aparecida sobre la reorganización del banco de inversión no ha ayudado. La decisión estratégica supondría la división del banco de inversión en tres áreas: el negocio de consultoría, el banco malo y el resto de negocios; y la reestructuración de la empresa con una reducción del 10% de sus efectivos actuales. En términos estratégicos, el banco había comunicado con anterioridad la priorización de la gestión de patrimonios como su mayor apuesta y principal motor de crecimiento en el futuro.
Las decisiones de comunicación tomadas durante la gestión de esta crisis parecen poco afortunadas. Por el momento se ha dejado toda aclaración sobre la situación económica real para otro momento, con el argumento de que es aún prematuro compartir más detalles. Y estas palabras han sido mal recibidas por el mercado, que las ha considerado insuficientes, lo que ha generado fuertes bajadas en su cotización y en el precio objetivo de sus acciones.
Al dejar muchos detalles en el tintero, las dudas se han multiplicado. La primera es sobre la suficiencia de su capital. Una vez aplicados los ajustes contables el capital del banco podría estar por debajo de las ratios establecidas por la regulación bancaria. El hecho de que en el cierre semestral de junio el capital tuviera una situación holgada (equity tier one ratio del 13,5%) no ha calmado a los mercados. La razón es la falta de visibilidad sobre las pérdidas no contabilizadas. Por otra parte, existe el riesgo de una liquidez disponible que puede resultar insuficiente para llevar a la vez una reestructuración (4.000 millones de francos suizos) y la inversión para reforzar el negocio de gestión de patrimonio. Si estas predicciones se confirman eso podría llevar a la necesidad de vender activos valiosos o hacer caja con activos que tienen temporalmente elevadas pérdidas latentes. Recaudar fondos a través de la emisión de bonos parece poco razonable si tenemos en cuenta la elevada rentabilidad que pide el mercado (12,5%) para financiarle deuda a Credit Suisse. Los inversores no están dispuestos a dejar dinero al banco sin un alto interés que compense el riesgo asumido. Así, el mercado ha empezado a descontar una posible ampliación de capital como única salida a la situación actual. Las ampliaciones de capital producen siempre a corto plazo una minusvalía en el valor de la acción, ya que los mismos beneficios serán repartidos mañana entre un número mayor de acciones y de accionistas, lo que disminuye el valor intrínseco de la acción y su cotización actual en el mercado.
Los analistas se interrogan también sobre el futuro del banco. Aparte del coste de la reestructuración, la entidad tendrá que invertir en la unidad de gestión de patrimonio, su prioridad estratégica para acelerar la creación de nuevos flujos de crecimiento de ventas. Hasta la fecha, la comunicación no ha dejado nada claro cómo se podrían hacer las dos, ha negado la existencia de una futura ampliación de capital y ha minimizado el problema de liquidez. Y la falta de detalles y de informaciones precisas ha agitado al mercado.
Es difícil para los expertos valorar la situación real del banco, pero lo que parece claro es que los mercados no han valorado positivamente las decisiones sobre la política de comunicación que el banco ha tomado para canalizar miedos, dudas y frenar el pánico.
Por experiencia, el miedo es una emoción que se propaga a gran velocidad y lo hace en todas direcciones. Empieza en los mercados y se contagia rápidamente a clientes, empleados y a la sociedad en general. Son momentos en los que primero la desconfianza y más adelante el pánico llevan a una multiplicación de comentarios y la generación de escenarios como un posible colapso del banco. Apaciguar la propagación del miedo y empezar a generar confianza deberían ser los objetivos principales de las decisiones de comunicación.
Los momentos de crisis exigen fuertes liderazgos; liderazgos que miren al mundo con valentía y con la verdad siempre por delante. La confianza se gana decidiendo bien y por ello no se debe olvidar aplicar las tres reglas de oro: comunicar con transparencia y franqueza, pensar en la gente primero (empleados, clientes, inversores), dar dirección… y sobre todo esperanza.
David Cabero es Director general para Europa de grupo BIC y experto en la toma de decisiones