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La tribuna de los fondos
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La Némesis de los mercados

Las Bolsas volvieron a sorprender en julio, demostrando que no se rigen por los relatos o augurios preexistentes

El mes de julio –y agosto tiene visos de corroborarlo– ha vuelto a ser un recordatorio de que los mercados hacen lo que les da la gana, independientemente de los relatos o augurios preexistentes. Y de que, normalmente, hacen lo que más daño produce. Después de un primer semestre muy negativo, con colofón en un mes de junio de abultadas pérdidas en renta variable y renta fija, los mercados se han recuperado con fuerza, dejando unos niveles de precios nada dramáticos, de corrección habitual, podríamos decir.

El panorama era poco alentador a finales de junio. Al temor por la elevada inflación –patente desde hacía meses–, se estaba sumando la preocupación por una posible recesión, agravada en Europa por las dudas sobre el bombeo del gas ruso. Las sensaciones eran muy negativas, y el relato predominante era el de mantenerse a cubierto a la espera de que los crecientes nubarrones desplegaran sobre los mercados un nuevo castigo, sin duda alguna por venir.

En algún informe o comentario de mercados que recibimos, se comentaba que la situación era como presenciar un accidente de avión a cámara lenta, en el que solo nos quedara ya esperar al fatal desenlace. Puro determinismo. Como la manzana que, tras desprenderse del árbol, no tiene más remedio que caer. El problema es que la economía y los mercados no se rigen por las reglas de la mecánica clásica.

En los mercados no somos simples observadores de un fenómeno físico, somos agentes que interfieren en el propio sistema, incorporando a él nuestras creencias y sesgos cognitivos, también nuestra avaricia o miedo, en forma de decisiones de inversión. El famoso inversor George Soros habla de reflexividad cuando se refiere a esta doble función de observador y modificador del sistema. Estas interacciones y sus consecuencias recuerdan más, de hecho, a la mecánica cuántica, en la que encontramos términos como indeterminación o colapso; conceptos probablemente más apropiados para entender el día a día de los mercados.

Una de las máximas de los antiguos sabios griegos era que la ausencia de duda (o el exceso de confianza) genera la ruina. Tenían una diosa para castigar la soberbia y la desmesura, Némesis. Esto es interesante, porque lo que nos hace más daño no es lo que desconocemos, sino lo que creemos conocer –lo que damos por seguro–, pero realmente no conocemos.

Junio fue un mes muy malo que, visto con la ventaja del retrovisor, nos dejaba sensaciones de desánimo y liquidación. Mejor vender antes de que fuera demasiado tarde. Se publicó entonces una encuesta hecha a gestores de fondos de inversión en la que estos comunicaban estar poco invertidos, tan poco como a principios del año 2009, justo antes de la fuerte recuperación después de la gran crisis financiera.

No sé si Kostolany hubiese dicho que las manos débiles habían abandonado el mercado. Pero sí era palpable el desá­nimo y la reducción de riesgo en las carteras. Se había producido una fuerte presión vendedora. Había salido el dinero más miedoso o impaciente. Lo que ocurre en esos momentos de tensión es que, de alguna manera, los mercados se limpian. Pero no solo eso, dado que los niveles de inversión o de riesgo están bajos, el movimiento de menor resistencia se sitúa entonces al alza. A poco que se produzca una chispa de mejores noticias –que no necesariamente buenas–, el péndulo del sentimiento puede volver rápidamente hacia el otro lado, impulsado por las compras de los que tienen que recomponer sus niveles de inversión.

En palabras de Benjamin Graham, el padre de la inversión value, a corto plazo el mercado es una máquina de votar y a largo plazo una máquina de pesar. Lo que podría traducirse, un poco libremente, como que el mercado a largo plazo atiende a los fundamentales, a las razones de peso, pero a corto plazo está sujeto a las emociones de los inversores.

Dijo Voltaire que la historia nunca se repite, pero el hombre siempre lo hace. No es fácil quitarnos de encima nuestra humanidad, que la evolución ha ido construyendo a fuego lento durante más de 200.000 años con el objetivo primordial de sobrevivir y reproducirnos. No podemos pretender ser máquinas (qué aburrido, además), pero sí intentar entender que se nos van a generar emociones que, ancestralmente programadas para huir de los depredadores, pueden ser perjudiciales para nuestra salud financiera.

Agosto parece mantener la dinámica positiva del mes pasado. Después de la reunión de la Fed del mes de julio, los mercados han rebajado las expectativas de subidas de tipos en Estados Unidos. Esta es probablemente la chispa de la que hablábamos antes.

Hemos aprovechado esta importante recuperación para volver a poner algo de protección –ya tuvimos a principios de año, pero la quitamos con la invasión de Ucrania– en nuestras carteras mixtas. Observando los indicadores de sentimiento de los mercados, de una situación de evidente sobreventa (pesimismo) hemos pasado a un mercado algo sobrecomprado (optimista) en el corto plazo. El péndulo se ha ido desplazando claramente hacia el otro extremo. La volatilidad ha vuelto a niveles razonables, lo que ahora permite construir estrategias de cobertura –vía opciones– algo más baratas.

Ángel Olea es socio y director de inversiones de Abante

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