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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa debe asumir que la guerra de los chips exige apostar fuerte y rápido

Más allá de los acuerdos que surjan como consecuencia del viaje, la visita a Taiwán y Corea del Sur de la presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, Nancy Pelosi, constituye un símbolo sobre el valor estratégico del nuevo oro negro de la economía mundial –los microchips– y la dureza del combate que se va a jugar en ese ámbito entre Washington y Pekín por la primacía en la economía mundial. La guerra comercial de la Administración Trump, lejos de finalizar bajo la presidencia de Joseph Biden, como algunos observadores ingenuamente llegaron a adelantar, apunta a un fuerte recrudecimiento mediante una legislación que no solo castiga las importaciones de Pekín, sino que penaliza la fabricación y producción de microchips por parte de empresas estadounidenses y asiáticas en territorio chino. Así, EEUU acaba de aprobar su Ley de Chips y Ciencia, que incluye un programa federal histórico de 52.000 millones de dólares (más de 51.200 millones de euros) y cuyo objetivo no es únicamente impulsar el potencial del país en la fabricación de semiconductores, sino prohibir a los fabricantes que obtengan fondos federales de EE UU abrir nuevas plantas de chips avanzados en China o expandir las ya existentes durante 10 años. Una restricción que afecta al gigante taiwanés TSMC, a las surcoreanas Samsung y SK Hynix, y a la estadounidense Intel, pero también a la europea ASML.

La apuesta de Washington por dominar el mercado de microchips y doblegar a China no será fácil, dada la potencia financiera con la que Pekín pretende apoyar el crecimiento de esta industria en su territorio, con un gigantesco paquete económico de 150.000 millones de dólares, y la excesiva dependencia de la economía estadounidense respecto a la producción asiática. Precisamente por ello, la estrategia de EEUU pasa también por diversificar los suministros externos de chips mediante una alianza con otros países productores de la región, como Japón y Corea, además de Taiwán.

El duelo de Washington y Pekín por el liderazgo de la economía mundial, que es ya una economía digitalizada, deja a Europa en una posición de desventaja y debilidad, una vez que la Administración Biden no ha incluido a la UE en sus planes de alianza con los productores asiáticos en la carrera por el control tecnológico. Europa ha aprobado un programa de más de 40.000 millones de euros en inversiones para que en 2030 el 20% de los chips del mundo se produzcan en la UE y con el que se financiará la primera fábrica del sector en España. Pero entrar en la guerra de los semiconductores exige apostar fuerte y moverse rápido, dos asignaturas que la UE no domina todavía y debe a toda costa aprobar.

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