Sin bancos no hay paraíso, demonizarlos es un error
Sánchez anuncia un impuesto a la banca que justifica en premisas insolventes: se van a forrar con la subida de tipos y así devuelven el coste del rescate
A estas alturas hay pocas dudas de que el pasado debate del Estado de la Nación fue el ensayo general de arranque de la campaña de las próximas elecciones generales, que serán en mayo, coincidiendo con autonómicas y municipales, o en diciembre del próximo año, agotando la legislatura. Pedro Sánchez desplegó su discurso más de izquierdas, que le sirvió para reconciliarse con sus socios, aunque habrá que ver el resultado. Cuanto más se eche a ese costado, menos espacio deja a Sumar de Yolanda Díaz y más desguarnecida deja la linde del PSOE con el PP. Alberto Núñez Feijóo lo ha visto claro y ha dado instrucciones para exprimir más el limón de ETA, a sabiendas de que hay votantes (y dirigentes) socialistas que no soportan el chalaneo con Bildu.
Todo giro brusco conlleva algún atropello y aquí la víctima son los bancos (el caso del sector energético es otra historia). El presidente del Gobierno anunció la creación de un nuevo impuesto para los bancos, cuya definición está por ver, y lo justificó con dos argumentos: que van a ganar mucho dinero con la subida de los tipos de interés y que los ciudadanos tuvieron que hacer un esfuerzo enorme para rescatarlos en la pasada crisis financiera/inmobiliaria.
El Gobierno tiene toda la capacidad para subir los impuestos, pero debería cuidar los razonamientos y aún más las consecuencias. Decir que los bancos van a ganar mucho más dinero por el mero hecho de que suban los tipos de interés no se sostiene. Menos aún que esa ganancia vaya a ser de 1.500 millones anuales, que es el importe que les quieren detraer con la nueva tasa.
Los ciudadanos y empresas con créditos a tipo de interés variable van a pagar más por ellos, sin duda. Al igual que los clientes con depósitos van a volver a percibir dinero por su ahorro, como ya está empezando a pasar. Adicionalmente, los bancos se financian en los mercados financieros a costes que también están subiendo. El neto de entre los mayores ingresos por los créditos y mayores costes de financiación no da para 1.500 millones más de margen al año en España. Además, los bancos, como el resto, van a tener que soportar aumentos de todos los costes como consecuencia de la mayor inflación, especialmente los laborales. Aún más, si la guerra en Ucrania se alarga, y por tanto se enquistan los altos precios energéticos, la recesión económica terminará por traer más morosidad, que es el cáncer de las entidades financieras.
Todo esto lo sabe el presidente del Gobierno y su vicepresidenta Nadia Calviño, la que en otro tiempo se hubiera quedado muda, pegada al escaño y ahora aplaude a rabiar. Pero son más conscientes aún de que la banca no tiene quien la defienda, ni siquiera el PP. La pasada crisis, la que se llevó por delante a buena parte de las cajas de ahorros y a casi todo el sector inmobiliario, tuvo un enorme coste para este país, cuya factura está pendiente de pagar y se acumula en la enorme deuda pública de España (1,5 billones). Pero las razones y los costes de aquella crisis se siguen manipulando.
En 2008, España estaba sentada en una inmensa burbuja inmobiliaria, cebada con un endeudamiento de alrededor de 350.000 millones de euros. Los mercados financieros internacionales se cerraron a cal y canto en septiembre de ese año, con la crisis de Lehman Brothers, y el sector del ladrillo se vino abajo. Las inmobiliarias quebraron y el pato lo pagaron los bancos y las cajas que les habían concedido los créditos. Las entidades mejor gestionadas y con negocio fuera de España pudieron sobrevivir, aunque con enormes costes. Sin embargo, las entidades muy centradas en este sector no tenían pulmón y fueron intervenidas y saneadas con dinero público.
El Banco de España calcula en 65.725 millones el coste público del rescate de las cajas de ahorros. Pero, ¿a qué se destinó ese dinero? A evitar que quebraran esas entidades como consecuencia de los créditos inmobiliarios no devueltos, lo que hubiera supuesto que los ciudadanos que tenían depositado su dinero en Bankia, Catalunya Caixa, Novacaixa Galicia, Caja Sur, Caja 3, etc… perdieran todo su ahorro.
Por tanto, ese dinero no fue a engordar las arcas de los bancos actuales, como insinúa el Gobierno actual. Es más, las entidades que sobrevivieron pusieron el dinero que habían acumulado en el Fondo de Garantía de Depósitos para salvar a sus competidores y asumieron la mayoría del capital de la Sareb, el banco malo creado para sacar parte de los impagados de los balances de las entidades en dificultades, porque era un requisito para que Europa prestara el dinero para el rescate. En resumen, las entidades que lo hicieron bien pusieron, además, cerca de 20.000 millones de su patrimonio para ayudar a las quebradas, buena parte de ellas gestionadas por políticos y con los sindicatos en los consejos.
Demonizar a los bancos creando narrativas artificiales con objetivo político hace un flaco favor a la inteligencia colectiva y a la democracia en general. Los bancos hacen una labor imprescindible, son el asiento contable de la realidad económica de un país, y por eso se los rescata cuando las crisis, los impagados, amenazan con llevárselas por delante.
La Gran Depresión fue una suma de crisis, como la situación actual es la sucesión de shocks, como una pandemia y una guerra, que llegan cuando se salía de la crisis financiera de 2008. El cataclismo de hace casi cien años fue el origen de grandes cataclismos políticos. “El desempleo desembocó en violencia y revueltas (….). Durante las elecciones de septiembre de 1930, los nazis obtuvieron cerca de seis millones de votos, pasando de 12 a 107 escaños, convirtiéndose en el segundo grupo parlamentario tras los socialdemócratas. Hubo golpes de Estado en Portugal, Brasil, Argentina, Perú y España”. Así lo recuerda Liaquat Ahamed en Los señores de las finanzas, un libro muy recomendable en la bancada azul para este verano.
Si el Estado necesita dinero, porque vienen tiempos muy difíciles, díganlo y suban impuestos a todos. Igual hasta lo entienden. Pero, ¿por qué dejan fuera, por ejemplo, a Telefónica, Inditex o Mercadona? ¿Quieren convertir a los bancos en los judíos del siglo XXI, en el chivo expiatorio que se persigue y expulsa cada vez que hay problemas?
Aurelio Medel es Doctor en Ciencias de la Información. Profesor de la Universidad Complutense
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