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Especial

La sequía amenaza con poner a dieta a toda España

El conflicto entre Rusia y Ucrania intensifica la crisis del campo, que lucha contra el incremento de precios de la materia prima, la energía y la escasez de agua

La lluvia empieza a dar tregua al campo, que necesitará mucho más que un par de días de goteos para salvar la siembra. España afronta uno de los tres años hidrológicos más secos desde 1961 con solo el 25% de su cosecha asegurada. De seguir escaseando el agua se perderán millones de euros y el país, que ya se sitúa como el primer importador de cereales en la UE, dependerá aún más del exterior para abastecer toda su demanda.

El problema se agudiza por tres motivos: su principal proveedor es Ucrania, que ahora mismo se enfrenta a una invasión; más del 70% de todo el grano va a la ganadería, por lo que se teme que el impacto en los precios no se limite a un solo producto; la sequía podría extenderse hasta 2025 a causa de La Niña, una anomalía climática. El escenario, en conjunto, amenaza con disparar la inflación y los expertos temen que se mantendrá así durante los próximos tres años.

Del 1 de octubre al 20 de febrero ha llovido un 41% menos de lo normal en el conjunto del país, según la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). Esto ha provocado que más de la mitad del campo se encuentre en situación de alerta por sequía e incluso en aquellas zonas más críticas, como Andalucía, Extremadura o Castilla La-Mancha, se hable de perder hasta el 70% de la producción, según la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG).

Los cultivos, a la espera de la lluvia

Los agricultores de secano (que irrigan el campo solo con agua de lluvia) son los que registran las mayores caídas. Muchos de ellos consideran que los daños ya son parcialmente irreversibles, en especial en las cosechas de cereales como el trigo, la cebada, el centeno o la avena. Así lo explica Miguel Padilla, secretario general de COAG.

José Luis Jiménez vive en la capital y es uno de esos agricultores afectados, aunque, como él mismo precisa, sus colegas de Extremadura y Andalucía están mucho peor. Según sus estimaciones, ya es un hecho que en esas regiones una parte de la cosecha se perderá. Para el resto, se necesita que llueva al menos cinco días, es decir, alrededor de 30 litros. Es una estimación que comparten otros trabajadores que, al igual que él, pertenecen a la Unión de Agricultores, Ganaderos y Silvicultores de la Comunidad de Madrid (UGAMA).

Los agricultores de regadío, aunque están en una situación menos grave que los de secano, también han visto alterada su producción agrícola por la falta de agua embalsada. Se trata de más de 3,7 millones de hectáreas de cultivo que han visto reducida su dotación de agua, en algunos casos hasta más de la mitad, debido a que los embalses se encuentran en el 40% de su capacidad.

La situación más preocupante se vive en el Guadalquivir, donde los pantanos están al 28,4%, y en la cuenca del Guadiana, donde están al 30,3%. Sin embargo, incluso en zonas donde el clima ha dado tregua, como en Madrid, se contempla que este año se coseche un 7% menos de cereal, según estimaciones de la comunidad de regantes de la Real Acequia del Jarama.

La merma en la recolección parece un hecho ineludible y ante tal situación, las organizaciones agrarias advierten de que los campesinos perderán su trabajo sin contar con una indemnización que les respalde.

De los 13 millones de hectáreas agrícolas que según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (Miteco) dependen únicamente del agua de lluvia para cultivar, solo 3,3 millones están aseguradas ante las posibles pérdidas por sequía. Se trata del 25% del total de tierras de cultivo, según los datos de Agroseguros, sociedad que se encarga de la gestión de las indemnizaciones por cuenta de las entidades aseguradoras. Por si esto fuera poco, se añade el problema de que quienes usan el sistema de regadío no están contemplados en el sistema de seguros.

Los representantes agrarios achacan la poca contratación de pólizas al aumento de las primas, de las que los trabajadores han pasado de pagar menos del 40% del coste al 60%. A ello se suma la menor cobertura o mayores penalizaciones entre los campesinos que, por la ubicación de sus cosechas, padecen más siniestros.

Desde la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (Asaja) precisan que la subida de las primas ha coincidido con el incremento de todos los factores de producción, en particular del gasóleo, obligando a los productores a escoger en qué invertir su dinero. “Sin seguro se puede labrar aunque te juegues la continuidad de la explotación, pero no puedes prescindir del resto de inputs porque entonces no trabajas”, detalla Gregorio Juárez, técnico de la organización.

Ante los reclamos, Agroseguros no niega que el coste del seguro haya subido, se trata de un 2,9% más, pero precisa que se debe al incremento del capital asegurado, que en los últimos cinco años ha repuntado un 13,2%. En ese tiempo la ratio de siniestralidad, que representa la parte de las primas que se destina a la cobertura de siniestros, ha aumentado hasta el 119%, dejando en pérdidas a la empresa, según sus datos oficiales. La empresa recuerda que en 2017, cuando se registró la última gran sequía, tuvieron que pagar 230 millones en pérdidas de cereales, “la mayor indemnización de la historia”.

Hay un hecho innegable: los acontecimientos meteorológicos adversos están pasando factura a más de un sector y en más de una región. Más allá de España, la falta de lluvias está alterando la producción agrícola en la región mediterránea. Al sur de Portugal, sureste de Francia y noroeste de Italia, el nivel de agua está muy por debajo de la media estacional y los embalses de riego a la mínima de su capacidad. Fuera del continente europeo, en Estados Unidos se habla de la peor “megasequía” de los últimos 1.200 años, según la revista Nature Climate Change.

De acuerdo con los expertos, se trata de un fenómeno que afecta a todo el hemisferio norte y que podría extenderse hasta 2025 a causa de La Niña, una anomalía climática que se asocia con aguas frías en la superficie del océano y que provoca temporadas áridas. Su aparición, según Tomás García Azcárate, economista agrario, impulsará una falta de grano que elevará el precio de los alimentos durante dos o tres años, aunque no se atreve a dar un estimado de cuánto subirá.

En el futuro más inmediato, las dudas se concentran en los próximos meses, pues la mala cosecha de cereales afectará a todos los países que, al igual que España, son deficitarios en su producción. “El caso más cercano es Marruecos, que también atraviesa por un problema de sequía, lo que aumentará la demanda y el precio de los granos”, señala el economista agrario.

La guerra agudiza los precios de los cereales

La situación se agudiza por la invasión rusa en Ucrania y su posible impacto en la cadena de suministros de alimentos. Kiev aporta el 34,7% del grano que importa la Unión Europea y en 2020 fue el primer proveedor nacional, con el 9,8% del volumen total de importaciones, según consta en la balanza comercial agroalimentaria.

España es, además, el país más deficitario en producción de cereales y en consecuencia, el que más compra. En 2020 alcanzó los 14,4 millones de toneladas. De ese total, el 29% fue trigo y el 56% maíz, cuya procedencia fue principalmente Ucrania. Este país se ha convertido además en el principal suministrador de aceite de girasol, con el 73,3% de las importaciones registradas hace dos años.

De la demanda total de grano que tiene España, el 72,2% va destinado a la ganadería intensiva. En consecuencia, no solo repuntarán los cereales, también la carne. Así lo explica Azcárate, quien cree que existe el 50% de probabilidad de que el país mantenga una inflación alta los próximos tres años debido a la guerra, el efecto prolongado de la sequía y los precios de la energía.

Por su parte, el consejero de Desarrollo Rural, Ganadería, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, Guillermo Blanco, ya advirtió la semana pasada de que “puede haber un problema de desabastecimiento” de pienso para los animales por el “efecto multiplicador” sobre los costes de materias primas que puede provocar el conflicto entre Rusia y Ucrania, especialmente en el caso del cereal y del maíz.

Aunque los ganaderos sufrirán el encarecimiento de las materias primas, Azcárate teme más por los consumidores, quienes aún no se han recuperado de la crisis económica que trajo consigo la pandemia.

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Chema Gil, profesor de Economía Agraria, coincide con su homólogo en que subirán los alimentos, aunque no sabe cuánto ni el tiempo que durará la escalada. Más allá de la sequía que golpea a España, al analista le preocupa la evolución del mercado mundial, pues la merma de producción nacional podría compensarse con más importaciones. Sin embargo, con el actual escenario de guerra Europa tendrá que empezar a mirar a otros países productores, como Canadá o Estados Unidos.

Por lo pronto, el precio del trigo volvió a dispararse la semana pasada como consecuencia de la invasión. Subió un 7,6%, hasta los 10,59 dólares por fanega (unos 27 kilos) en el mercado de referencia en Estados Unidos. La revalorización de este y otros granos ha llevado a la ONU a avisar de que la actual guerra impactará en el suministro mundial.

La patronal de cereales y piensos en España ya ha pedido al Gobierno que se permita la entrada de transgénicos de Estados Unidos, potencia líder en el comercio de maíz, con el fin de garantizar el suministro en el mercado comunitario y hacer frente a la “insostenible” escalada de precios.

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