La polarización de las criptomonedas
Desde su aparición, las criptomonedas han dividido a la sociedad inversora entre detractores y seguidores de una forma nunca vista en los mercados financieros
En 2008 nacía Bitcoin, la primera criptomoneda y el buque insignia de la tecnología blockchain, hasta entonces desconocida por muchos. Apenas tres años después, en 2011, conseguía llegar a 1 dólar de cotización, y cuatro años más tarde, coincidiendo con el nacimiento de Ethereum, otra de las grandes representantes del sector, Bitcoin superó la barrera de los 400 dólares. Hoy opera en el entorno de los 60.000 dólares, con una capitalización total que supera el billón de dólares, lo que da una idea de su tremenda revalorización. Sin embargo, no todas las criptomonedas han tenido la misma evolución, aunque a los seguidores de estos activos no parece importarles demasiado.
Lo cierto es que estos activos han polarizado la opinión de los inversores de una forma que muy pocos productos financieros lo habían hecho hasta ahora. La situación actual es un escenario en el que existen dos posiciones básicas, a saber: por un lado, los detractores de las criptomonedas, y por otro, los seguidores de las mismas, ya sea o bien por su potencial rentabilidad o bien por el uso de una tecnología con un gran margen de crecimiento como blockchain. En el primer grupo se ven muchos reguladores a nivel nacional y global, que advierten de los riesgos al público minorista, así como a todas aquellas personas que desconfían del uso que se pueda hacer de estos activos. Sus defensores, sin embargo, confían ciegamente en sus posibilidades como inversión y como moneda del futuro, aunque muchas veces su viabilidad como proyecto no está justificada.
Es evidente que la evolución de su cotización y el hecho de que sean de monedas no controladas por una autoridad central han servido de atractivo para muchos inversores que buscaban rentabilidades elevadas en poco tiempo y una moneda fuera del control del sistema bancario clásico. Sin embargo, es importante recordar que la volatilidad de estos activos es tremendamente elevada, lo que ha provocado cuantiosas pérdidas a muchos de estos inversores. Es necesario recalcar que dichas pérdidas han tenido mucha menor difusión en los medios y entre los inversores que las ganancias de los más afortunados. Adicionalmente, la entrada en el sector de empresas como Tesla, Visa o PayPal no ha hecho más que acrecentar su popularidad, a pesar de que países como China o Turquía están imponiendo múltiples medidas para limitar su crecimiento. Por último, el efecto de arrastre que produce Bitcoin sobre otras monedas menos conocidas hace que exista una cierta tendencia a confundir el potencial de Bitcoin con el potencial de cualquier otra criptomoneda, incluso en los casos en los que estas no tienen un futuro tan prometedor o no cuentan con tanto seguimiento internacional.
Por todo lo anterior, es de esperar que se siga viendo una evolución dual de la opinión sobre estos activos. Mientras que, por un lado, sigan creciendo las empresas que acepten pagos en criptodivisas, e incluso se acepten a nivel nacional (como en el caso de El Salvador), es probable que su masa social siga creciendo, y con ello su cotización. Por otro lado, es obligación de las autoridades y las instituciones financieras aclarar qué riesgos y potenciales beneficios tienen estos activos, no tanto para mejorar su imagen, sino para limitar los casos de estafas y fraudes que se han venido produciendo en los últimos años, como consecuencia de su elevada popularidad. Solo el tiempo dirá si las criptomonedas pasan a formar parte habitual de los productos financieros clásicos, o si seguirán formando parte de los activos más penalizados por el inversor conservador.