China y la estanflación que nos acecha
El reinicio de nuestros sistemas económicos tras la pandemia está mostrando nuevas vulnerabilidades
Definimos en economía estanflación como la situación de estancamiento económico, con aumento simultáneo del paro y de la inflación. Quédense con esta definición económica porque, al igual que en el ámbito sanitario nos hemos acostumbrado a la palabra pandemia, durante los próximos años probablemente nos tendremos que acostumbrar a escuchar esta palabra en nuestro día a día. Y, como ocurrió con la pandemia, la estanflación puede tener su origen también en China y el continente asiático, al que durante las últimas décadas hemos subcontratado nuestro modelo industrial.
El andamiaje industrial que hemos ido construyendo desde el final del siglo pasado y este nuevo comienzo de siglo ha estado caracterizado por una profunda dependencia de China y de Asia, y era conocido que, como cualquier dependencia, interesada y conveniente en este caso, antes o después tendría su coste económico y social, que habrá que asumir y pagar.
La globalización que vivimos desde hace más de 20 años ha tenido como gran protagonista a China. Y desde su ingreso en la Organización Mundial del Comercio, es decir desde 2001, la relevancia de este país en el sistema capitalista mundial ha sido hegemónica. Durante más de dos décadas hemos disfrutado de menores precios de fabricación, lo que ha redundado en un mayor poder adquisitivo de los hogares y en menores presiones inflacionistas en nuestra economía, pero…
Pero, ¿qué pasaría si China o el continente asiático se plantearan, como era imaginable pensar mientras se iba desarrollando esta dependencia, una nueva transición energética? Si algo hemos aprendido durante los últimos meses es que la transición energética no tiene un coste nulo y que para pagarla se necesita un claro esfuerzo económico y de cambio de hábitos. Es decir, asumir que nuestro consumo diario, tanto personal como industrial, pase de fuentes no renovables a fuentes renovables de energía tiene un coste de readaptación relevante y ya lo hemos empezado a sufrir en las facturas de la luz.
En esta situación de transición energética, hay que recordar que el nuevo lema de la economía china para los próximos 15 años de la prosperidad compartida, introducido por Mao Zedong en los años cincuenta del siglo pasado, pasa por incrementar el nivel de bienestar de los habitantes del país, no solo aumentando la renta per cápita y garantizando unas mejores condiciones de vida para más personas, sino también reduciendo los niveles de contaminación para mejorar la calidad del aire de sus ciudades. En pocas palabras: China quiere tener, como todas las economías desarrolladas, una nueva clase media mejorando la calidad de vida de sus ciudadanos.
Este objetivo pasa también por la reducción de su contaminación medioambiental y, en un momento de crisis energética (presión en los precios energéticos y mayores costes de los derechos de emisión de CO2) esto significa una reducción del consumo de energía. Pero la reducción del consumo de energía amenaza con tensionar aún más las cadenas de suministro globales, y al ser China la fábrica del mundo significa en la práctica ralentizar o frenar la actividad productiva, con la siguiente reducción y escasez mundial de muchos productos textiles y electrónicos durante los próximos meses y años.
Si a todo esto le añadimos la formación de lo que los presidentes de los grandes bancos centrales mundiales empiezan a definir como cuellos de botella, es decir, interrupciones en la producción de determinados bienes, como los microprocesadores, o interrupción/ralentización de los flujos marítimos debido a la escasez de contenedores, por los que pasa el 90% del comercio mundial, podríamos decir que estamos viendo gestarse la tormenta perfecta para una nueva situación de estanflación mundial.
Como siempre, la situación no es catastrófica, pero pasa inexorablemente por la asunción de mayores niveles de inflación a nivel global durante los próximos años y por la ralentización de los crecimientos económicos, con implacables presiones en el mercado laboral.
En este escenario, es importante, por lo tanto, ir repensando en nuevos procesos de reindustrialización estratégicos a nivel local para prevenir y neutralizar ahora y en el futuro dichos cuellos de botella y reducir los costes del transporte y el gasto energético. Eso no significa poner en duda la globalización, sino, al contrario, significa reforzarla optimizando los flujos comerciales y evitando inútiles ineficiencias a corto y sobre todo a largo plazo.
Si durante la pandemia hemos vivido un constante dilema entre lo sanitario y lo económico, seguramente los próximos años estarán caracterizados por enfrentarnos a un dilema entre lo energético y lo económico. Pero este segundo dilema es más fácil de reconciliar, aunque no sencillo de gestionar, ya que pasa por una radical revisión de nuestros procesos productivos. En este sentido la llegada de los fondos europeos es estratégica.
El reinicio de nuestros sistemas económicos tras la pandemia está poniendo de manifiesto todas las vulnerabilidades del modelo económico y productivo construido en las últimas décadas, pero al mismo tiempo, nos está ofreciendo una serie de nuevas oportunidades que tendremos que aprovechar en el futuro, humanizando y rediseñando la globalización en la que estamos inmersos, garantizando un nuevo modelo de desarrollo más sostenible y compartido.
Quizás el concepto chino de prosperidad compartida no sea tan distante culturalmente de nuestra visión de humanización de la globalización y, al final, los cuellos de botella a los que nos tengamos que enfrentar solo sean la oportunidad de repensar nuestro comercio mundial en una nueva óptica de sostenibilidad energética, ambiental y humana.
Massimo Cermelli es Profesor de economía de Deusto Business School