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La Lupa
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La fiebre de las criptomonedas y el tráfico de reliquias

La credibilidad de bancos centrales y gobiernos está en cuestión; sus avisos sobre los riesgos de las divisas digitales claman en el desierto

El coleccionismo de reliquias cristianas tuvo su apogeo en la Edad Media y su culto contribuyó a financiar las grandes catedrales europeas. La construcción de los templos contó con reyes y nobles como grandes mecenas, pero los presupuestos se agotan y en ocasiones los cabildos salían al mercado a comprar reliquias que dieran atractivo a su catedral, de manera que atrajera a más peregrinos a rezar y a dejar buenos donativos.

No hay catedral que se precie que no disponga de un buena capilla dedicada a exhibir las reliquias acumuladas a lo largo de los siglos. La catedral de Burgos, por ejemplo, que este año celebra el octavo centenario del inicio de su construcción, cuenta con una capilla en la que se agrupan múltiples arquetas con bustos, brazos y procedentes de Tierra Santa. En el inventario de reliquias de 1487 consta que el templo contaba con el pesebre del Niño Jesús, su prepucio (como judío habría sido circuncidado) y hasta una gota de leche de su madre. En otros lugares se conservan reliquias tan sorprendentes como plumas del arcángel Gabriel o huellas de Jesús impresas en piedra.

Pese a su prohibición, el lucrativo comercio de las reliquias, que casi arranca con los inicios del cristianismo, no ha desaparecido dos milenios después. El 17 diciembre de 2017 el Vaticano publicó en L’Observatore Romano, el BOE de la Iglesia Católica, la instrucción Las reliquias en la Iglesia; autenticidad y conservación, en la que se reforzaba la prohibición de venderlas. El Vaticano salía así al paso de la oferta de reliquias que se ofrecían en internet. En esos mismos días se podía comprar en la web de subastas eBay un recipiente con leche de la Virgen María por 3.000 euros (La Vanguardia, 20-XII-2017). Esta semana se puede adquirir en la misma casa una reliquia de San Francisco de Asís que se vende, desde Alemania, por 14.500 euros.

Este comercio de reliquias, que resulta un timo esperpéntico para el común de los mortales, guarda enormes similitudes con lo que sucede hoy con las criptomonedas. Tienen en común que el valor es cuestión de fe, depende de que haya otro después que tenga más fe aún y esté dispuesto a darle más valor. La enorme diferencia está en que mientras las piezas asociadas a los santos se compraban para exhibirlas y venerarlas, en el caso de las monedas digitales su gran valor es que no son tangibles, sólo puede acceder a ellas el dueño y escapan al control de las autoridades.

La nula trazabilidad de las reliquias y de las criptomonedas es también similar. Se atribuye la paternidad del bitcoin a Satoshi Nakamoto, un pseudónimo de una o varias personas, que en 2008 publicó un par de folios titulados Bitcoin: A Peer-to-Peer Electronic Cash System, que constituyen algo así como el manual de instrucciones de esta moneda digital, cuyo primer ejemplar se extrajo un año después y que ya vale más de 40.000 euros. La teología creada alrededor de las criptomonedas ha causado furor especialmente entre la gente joven, sin discriminación, da lo mismo ingenieros que ni-nis. El bitcoin es a la vez antisistema (medio de pago entre narcotraficantes, hackers, defraudadores) y becerro de oro de esos niñatos, que dice Esperanza Aguirre, fascinados con el dios mercado.

La gran diferencia entre las reliquias y las criptomonedas está en que las primeras fueron amparadas desde el poder divino y veneradas por el poder humano, como los reyes. Lo sorprendente con las monedas digitales es que cuanto más avisan los bancos centrales y los gobiernos más se compran. De nada sirven sus encíclicas advirtiendo que invertir en bitcoin & sons les acarreará el infierno. Por tanto, está quedando en cuestión la autoridad de instituciones como los bancos centrales (Reserva Federal de EEUU, BCE o Banco de España), de los supervisores (SEC, CNMV), que llevan años advirtiendo del tocomocho. Si advierten del averno y los fieles del mundo cripto siguen apostando sus ahorros, es que dan más credibilidad a esa enorme industria que se ha montado alrededor de las monedas digitales que a las autoridades que velan por sus intereses.

Sin embargo, gobiernos, supervisores y reguladores no deberían quedarse parados. La bola que se está montando es de tal dimensión que el día que se pinche el globo creará una crisis mundial, como ya pasó en el siglo XVII con la burbuja de los tulipanes o los derechos de giro de la Compañía de los Mares del Sur, que afectará a todos.

Es entendible la tentación de dejar que el mercado haga su labor. Que se arruine quien quiera; el osado que abra la adorada cajita y vea que dentro hay la nada enlatada.

Si el Banco Internacional de Pagos de Basilea, que promueve la normativa internacional de la banca, considera que los activos respaldados por criptomonedas es asimilable a los activos morosos, es decir que es dudoso/imposible que se vayan a recuperar. Por tanto, los bancos centrales deberían abandonar el lenguaje alambicado y hablar mucho más claro. Eso sí, igual que la fe en las reliquias tuvo una enorme contribución a que hoy tengamos un admirable patrimonio cultural, la avaricia generada alrededor de las criptomonedas ha traído la tecnología blockchain que ya está siendo un gran avance en la transmisión de información de manera más rápida y segura. En todo caso, esperemos que las autoridades no tarden mucho en convencer a los ciudadanos de que invertir en monedas digitales es como ir al casino.

 Aurelio Medel es Doctor en Ciencias de la Información. Profesor de la Universidad Complutense

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