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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

España se saca una espina con Hipra, pero lo tiene casi todo por hacer

La ciencia no es una prioridad política, y mucho menos empresarial

CINCO DÍAS

Cuántos Silicon Valley se han creado en España? Si uno contase las veces que un político lo promete se podría cruzar el país saltando de polo tecnológico en polo tecnológico. Suelen citar cargas administrativas, edificios inteligentes y otros asuntos de atrezzo. Y olvidan que Silicon Valley nació de la Universidad de Stanford. En el mundo del siglo XXI, donde el conocimiento marca las tendencias económicas más que en cualquier otro momento de la historia, la ciencia de hoy es el crecimiento, el empleo y el bienestar de mañana.

Es un alivio que España tenga, al fin, una vacuna contra el Covid-19 en fase de investigación clínica, la desarrollada por la empresa gerundense Hipra. Países con mucho menor peso han creado sus propios antídotos. Y no es porque aquí no se investigue.

El Nobel de química 2020 recayó en dos investigadoras que han desarrollado el método de edición del genoma CRISPR a partir de un mecanismo descubierto por el microbiólogo de la Universidad de Alicante Francis Mojica cuando estudiaba las bacterias de las salinas de Santa Pola. Una investigación básica cuyas aplicaciones eran poco verosímiles a priori pero hoy son, potencialmente, casi infinitas.

Tampoco Ugur Sahin, oncólogo, fundó BioNTech con las enfermedades infeccionsas en mente, sino con el cáncer. Antes pasó por varios hospitales, centros de investigación y laboratorios experimentales. Su empresa han ingresado miles de millones de euros gracias a sus trabajos con el ARN mensajero.

Algo falla en España. La inversión en ciencia es del 1,25% del PIB cuando buena parte de la UE supera el 3%. En la crisis post Lehman los mayores países europeos la elevaron, pero en España se recortó, y 10 años después aún no se ha recuperado. Salvo un puñado de excepciones (autonómicas), los mecanismos públicos de investigación son arcaicos y están más enfocados a replicar estructuras que a crear nuevos equipos. Y los que hay viven al día, pendientes de la burocracia ministerial para comprar suministros y para captar (o retener) talento. No hay tejido industrial que financie o de una salida empresarial a las investigaciones exitosas, como se ha visto en el caso de las vacunas. España está entre los 10 primeros países por publicaciones científicas pero más allá del puesto 30 en innovación.

No es casual: la ciencia no es una prioridad política, y mucho menos empresarial: si en España se hacen más negocios en los palcos del fútbol que en los laboratorios universitarios no es por taras culturales o genéticas, sino por voluntad. Es lo fácil, pero es también pan para hoy y hambre para mañana.

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