Un poco de inflación no es el fin del mundo
Una tasa del 3% o el 4% por la aceleración económica es sana. Lo que de verdad se teme es el adiós a esta política monetaria
A pesar de que la esperábamos desde hacía muchos meses, la inflación llegó con gran estruendo en EEUU. En mayo los precios se fueron por encima del 5%, su nivel más alto desde 2008. En Europa, la subida fue menos dramática, pero superó la barrera del 2% que tanta relevancia tiene para los bancos centrales. La inflación ya ha superado a la pandemia como la primera preocupación para inversores y familias. Si se dispara, los bancos centrales podrían verse obligados a plegar velas, y esto traería, casi con toda certeza, caídas en los mercados mundiales de bolsa y bonos. Todos tienen en mente el taper tantrum (algo así como la rabieta de los recortes) de mayo de 2013, cuando, en plena recuperación de la economía americana, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke hizo un comentario, bastante vago, acerca de la retirada de estímulos: “si vemos que la situación mejora consideraríamos una reducción de nuestro apoyo”. Aquello bastó para provocar meses de caídas en los mercados.
Los bancos centrales llevan meses tratando de evitar otra sobrerreacción de pánico. Repiten a los cuatro vientos que la inflación es cada día menos relevante a la hora de definir su política. No es un proceso nuevo: el Banco Central Europeo estableció en su fundación, en 1998, que su objetivo sería mantener la inflación “por debajo del 2%”. En 2003 abrió la puerta a precios más altos con un nuevo objetivo de “por debajo pero cerca del 2%” y ahora lo ha cambiado de nuevo—siguiendo los pasos de la Reserva Federal—a un “2% simétrico en el medio plazo”, que significa que podríamos ver largos periodos de, por ejemplo, subidas del 3%, sin que el BCE esté obligado a hacer nada para frenarlo. Además, ha incluido otros objetivos como crecimiento, empleo y estabilidad bancaria como propios que le dan aún más flexibilidad.
Por si esto no fuera suficiente, los bancos centrales repiten continuamente que esta inflación es un fenómeno temporal y prometen que solo actuarán si la inflación fuese sostenida ¿Lo será?
Para responder hay que entender qué la provoca. Hay tres factores. Primero, el aumento de la demanda. El 75% del ahorro adicional que se generó en España durante la pandemia—más de 200.000 millones de euros—fue involuntario, ahorro embalsado que espera que se abra la economía para ser gastado en ocio y bienes de consumo y que empujará los precios al alza durante meses. Además, los paquetes de estímulo americanos han sido muy superiores a lo que se preveía hace solo unos meses, y también están tirando de la economía.
Segundo, el efecto base. El petróleo es el ejemplo más claro: en abril de 2020 estuvo cerca de los 20 dólares por barril, y hoy supera los 70, lo que supone un incremento del 250% que afecta no solo a los combustibles sino a cualquier elemento de la cesta de inflación que requiera transporte. Este efecto persistirá durante todo 2021 y desaparecerá gradualmente el año que viene cuando midamos los cambios respecto al precio de hoy.
El tercer factor son las alteraciones temporales de oferta y demanda provocadas por la pandemia. Los semiconductores son el ejemplo más claro: la pandemia sube la demanda de ordenadores y electrodomésticos caseros. Además, algunos problemas logísticos –cortes de electricidad en Taiwan, uno de los principales productores– reducen la oferta. Se agotan los inventarios. Cuando la demanda se reactiva no hay suficientes, creando cuellos de botella y aumentos de precios en múltiples productos, a menudo inesperados. Por ejemplo, los precios de los coches de segunda mano en EEUU se dispararon más de un 20% en abril, porque la falta de chips impidió a las agencias de alquiler comprar coches nuevos para renovar sus flotas cuando la actividad retorna. Pasó también con los contenedores de transporte marítimo, paralizados por la pandemia en puertos de todo el mundo, lejos de la ruta Asia-EEUU que, a medida que la vacunación avanzaba, se reabrió con una energía inesperada. Entre enero y julio el precio de un contenedor de 40 pies, el más común en los barcos de transporte, se ha duplicado y está por encima de los 6.800 euros.
Estos fenómenos son temporales en su naturaleza. ¿Significa eso que hay que descartar la inflación? No del todo. Hay una correa de transmisión que, si se activa, puede transformar la inflación temporal en permanente: los salarios. Si suben más de lo esperado en EEUU, podrían volver a reactivar el ciclo: más demanda de lo que la economía puede producir, subidas de precios y de expectativas, subida de salarios y volver a empezar. Con decenas de millones de trabajadores que aún no se han reincorporado tras la pandemia, parece improbable.
Tres ideas para navegar los próximos meses. Primero, una inflación del 3% o 4% producto de la aceleración económica no es un problema, es sano. Segundo: no se trata de inflación. En realidad, lo que flota en el ambiente es un miedo, más genérico, a que termine ese periodo dorado que combina recuperación económica con el apoyo masivo de bancos centrales, que ha llevado a las bolsas en volandas desde noviembre de 2020. Tercero: ese periodo dorado terminará. Puede terminar en sentido negativo, con una nueva variante de Covid o positivo, con una fuerte recuperación que, con inflación o sin ella, haga innecesaria más ayuda.
En cualquier caso, no será el fin del mundo. Las empresas seguirán necesitando financiación y los ahorradores un lugar en el que poner sus ahorros, y los criterios para hacerlo bien serán los mismos de antes, diversificación y paciencia.
Francisco Quintana es Director de Estrategia de Inversión de ING