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Encuentro digital

La tercera vía para luchar contra el tabaquismo se abre paso en España

La FDA autoriza la comercialización del dispositivo de calentamiento de tabaco de Philip Morris como producto de riesgo modificado, lo que puede suponer un impulso para una nueva estrategia de reducción del daño

La lucha contra el tabaquismo en España se enfrenta a una realidad en los últimos años con dos aspectos preo­cupantes. Por un lado, el aumento de su consumo por parte de la población. Un 34% asegura que fuma a diario (XII Encuesta sobre alcohol y otras drogas en España, Edades, 2017-18 del Ministerio de Sanidad, la última realizada), un 3,2% más que la anterior.

 Por otro, y según reconoce Sanidad, solo entre el 30% y el 40% de las personas que se someten a un tratamiento farmacológico específico consiguen abandonar esta práctica.

A los que siguen fumando hay que añadir otros grupos que continúan enganchados al tabaco a pesar de las graves consecuencias que tiene para su salud. Es el caso de los pacientes con enfermedades coronarias, de los que un 34% no abandona este hábito, especialmente los más jóvenes, según un estudio presentado en el congreso europeo de enfermedad cardiovascular. O los pacientes con enfermedades mentales, cuya esperanza de vida es 15 años menor que la media debido a su alto consumo de cigarrillos.

Frente a esta situación, en la que abordajes tradicionales basados en la prevención y en la cesación no logran avances sustanciales y dejan fuera a grupos importantes, surge una tercera vía apoyada en el concepto de la reducción del daño: productos alternativos con nicotina y sin combustión para aquellos a los que les resulta difícil dejar de fumar.

La reciente autorización, en julio de 2020, por parte de la Food and Drug Administration (FDA), la agencia reguladora del medicamentos y alimentos de EE UU, para comercializar el dispositivo de tabaco calentado de la compañía Philip Morris, como un producto de riesgo modificado, ha intensificado el debate internacional acerca de los beneficios que aportan este tipo de soluciones alternativas.

Este y otros temas fueron tratados en el encuentro La reducción del daño: un refuerzo necesario en la lucha contra el tabaquismo, organizado por CincoDías en colaboración con Philip Morris. “Creo que es necesario reinventar todas estas estrategias para dejar de fumar. Si la primera y la segunda no funcionan, habrá que tomar una tercera, la reducción del daño”, afirma Marisa Romero, médico de atención primaria en el Centro de Salud Pavones de Madrid. “Necesitamos entrar en la zona de los grises, fuera de planteamientos dicotómicos de todo o nada”, añade Julio Bobes, catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Oviedo y jefe del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA).

Datos científicos

Para avanzar por este camino hay que afrontar antes el desconocimiento existente entre los pacientes y profesionales sanitarios. “Los pacientes que vienen a la consulta de atención primaria no lo conocen. Incluso muchos médicos y enfermeras no tienen ni idea, nunca han oído hablar” de la reducción del daño, explica Romero. Tampoco está incluido en los planes estratégicos contra el tabaquismo. “Están obcecados en hacer que el paciente no fume y no ven más allá”, resume.

Xavier Pintó, jefe de unidad de riesgo cardiovascular en el Hospital Universitario Bellvitge de Barcelona, coincide en que “falta más información alrededor de esta opción” y suma otro aspecto a tener en cuenta: “Se debería hacer un esfuerzo por aclarar la falta de uniformidad de los expertos en tabaquismo respecto a este criterio”.

Bobes aclara “que aunque no tengamos estudios de largo plazo, solo tenemos de corto y medio, eso no significa que no sirvan”, y pone el ejemplo de las vacunas contra el coronavirus que van a empezar a usarse sin esos mismos informes: “Se van a poner millones en personas con poca literatura científica. Para algunas cosas sí y para otras no”, destaca.

El catedrático de Química de la Universidad Autónoma de Madrid Ángel González Ureña destaca que la reducción del daño “ya fue publicada en 2007 y todavía no ha llegado a España”. En su opinión, “todo lo que sea ocultar o no tomar las medidas adecuadas para difundir los adelantos científicos en estos temas es una política equivocada”.

Ureña explica que la disminución de entre el 80% y el 95% de sustancias tóxicas en el cigarrillo electrónico o en dispositivos de calentamiento de tabaco respecto al convencional, está en que en los primeros “se calienta este a solo 350 grados, frente a los 900 del otro”, por lo que no hay combustión y “no hay esas partículas sólidas que llegan al pulmón y causan muchísimas enfermedades”.

División de opiniones

El Ministerio de Sanidad, en su Informe sobre los cigarrillos electrónicos, situación actual, evidencia disponible y regulación, de 2020, dice que “suponen un riesgo para la salud”, considera que “existen cada vez más estudios que reflejan, de forma clara, los efectos perjudiciales” y que, según esto, “no se encuentra justificado su uso como estrategia de reducción de riesgo ante el tabaco”.

Países como EE UU, el Reino Unido o Grecia sí que están introduciendo en sus políticas de lucha contra el tabaco la tercera vía de la reducción del daño junto a la prevención y la cesación.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) también los rechaza, y en un boletín informativo de febrero de 2020, los califica como “indudablemente dañinos”. También deja claro que su postura está basada “en la evidencia científica” y no “en las campañas de marketing de la industria del tabaco”.

El profesor Ureña propone acabar con estas diferencias, que existen igualmente entre la clase médica, con el impulso por parte del Gobierno de “un grupo multidisciplinar que pudiera dedicarse a estas investigaciones”. España invertiría, según sus cálculos, 150 millones de euros en tres años para saber “cómo proyectar ese 95% global de reducción de daño al mundo de las enfermedades”. Esta cantidad es muy inferior a lo que se gasta anualmente la sanidad pública en atender enfermos de cáncer de pulmón, EPOC y otros males derivados de la costumbre de fumar.

Romero es partidaria de hablar a los pacientes con claridad. “Estos productos son como los refrescos de cola. Si un diabético se lo toma, ingiere 60 gramos de azúcar. Pero si es light, esta cantidad es muchísimo menos. Con esto pasa igual. Intente dejar de fumar, pero si no lo consigue, sepa que hay esto otro, que no está exento de riesgos, pero estos son infinitamente menores”, explica. Pintó advierte: “Si esperamos a tener evidencia de la máxima calidad para aplicar tratamientos como estos vamos a llegar siempre demasiado tarde”.

Punto de inflexión

Los cuatro expertos convienen en que la decisión de la FDA de autorizar la comercialización del dispositivo de calemtamiento de tabaco como producto de riesgo modificado puede establecer un antes y un después e impulsar el desarrollo de esta tercera vía y de nuevas líneas de investigación que fortalezcan esta alternativa.

“Es un paso muy importante y que avala la solvencia de estos productos”, dice Pintó. “Administrativamente es un paso de gigante al considerar de utilidad estos artículos”, valora Bobes. “Es alentador y puede ser un punto de partida para que se hagan más estudios”, aprecia la doctora Romero.

Ureña prefiere usar la ironía y lanza este mensaje: “Ahora tendrán que inventarse que todos los científicos que durante tres años han analizado los datos del dispositivo de calentamiento de tabaco de Philip Morris han sido comprados, o tendrán que aceptar la evidencia científica, porque ya no tienen otra opción”.

Este comentario se convierte en crítica hacia el Ministerio de Sanidad al no considerar esta vía en una lucha contra el tabaquismo que el catedrático de Química ve “muy desenfocada con respecto a otros países”.

Julio Bobes también la ve “un poco parada” y llama la atención sobre que aquellos que “son adictos entienden lo que les puede pasar, pero siguen fumando. A esos les tienes que decir que hay otros procedimientos”. Xavier Pintó profundiza en esta idea y sostiene: “Se ha querido adoptar una actitud maximalista al negar el tabaco en todas sus formas, pero no es lo que se ajusta a los datos científicos y a la lógica, y a las probabilidades de éxito. A los profesionales hay que darles opciones”.

Un debate que se produce además en una situación de pandemia de Covid-19 en la que ha habido un incremento en el consumo, “un 4% la primera semana de confinamiento y un 12% posteriormente”, según datos aportados por Bobes, y un “abandono de los tratamientos farmacológicos” y como consecuencia de ello un aumento de las recaídas, apunta Romero.

Para acabar en una conclusión unánime que busca “protocolizar el tratamiento del tabaquismo y definir estrategias de actuación para los profesionales sanitarios” con estos artículos, como desea Pintó, y para “resolver un grave problema que tienen aquellos que no pueden dejar de fumar”, como plantea Ureña. O para lanzar un mensaje de alivio que también forma parte del arsenal médico para los que recaen y no pueden dejarlo por parte del doctor Bobes: “Fume, pero con menor riesgo”.

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