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Inversión y ahorro: ¿qué hacemos con nuestro dinero?

La riqueza de las familias crece y los depósitos siguen a la cabeza

El coronavirus está haciendo que gastemos menos de lo que ingresamos. Si en septiembre conocíamos que la tasa de ahorro de los hogares españoles había marcado un nuevo récord en el segundo trimestre del año -según datos del Instituto Nacional de Estadística se situaba en el 31,1%-, ayer el Banco de España volvió a confirmar esta tendencia.

La riqueza financiera de las familias y empresas de nuestro país, que se mide por la diferencia entre ahorros y deudas, se incrementó casi un 5% durante el segundo trimestre del año. En relación con el PIB, los activos financieros netos representaron el 135,5%, un 5,5% más que un año antes.

El Banco de España también desgrana cómo se distribuyen los activos financieros entre las familias españolas, y aquí las cifras no demuestran nada nuevo: el grueso se encuentra en efectivo y depósitos -que representan el 41% del total- y, de hecho, son el componente que más ha incrementado su peso respecto al año anterior (+2,5%). Las participaciones en el capital suponen el 25%, los seguros y los planes de pensiones, el 16%, y los fondos de inversión, el 14%.

¿Por qué nuestra mayor apuesta son los productos menos rentables?

Que los depósitos siguen siendo el producto estrella entre los españoles es una realidad que se confirma cada mes. De los 388.786 millones de euros que había en el año 2022, la cifra se ha ido incrementando con el paso de los años, hasta los 679.763 millones del año 2008 -en plena crisis financiera-, los 806.936 de 2018 y los 892.200 millones de euros que marcaron en agosto de este año. Aunque eso sí, en agosto, el dinero que los hogares y las ISFLSH (instituciones sin ánimo de lucro al servicio de los hogares) tenían en depósitos ha sufrido una disminución de cerca de 600 millones respecto al mes de julio.

La radiografía de cómo se distribuyen los activos financieros de los hogares se debe, en muchos casos, a nuestro propio componente emocional: nos cuesta pensar en el largo plazo y tenemos aversión al riesgo. Si no necesitamos el dinero ahora, ¿por qué lo mantenemos ‘bajo el colchón’ o en productos que apenas nos dan rentabilidad?

La respuesta la encontramos en nuestra propia experiencia y en los sesos psicológicos que arrastramos y que nos llevan a tomar decisiones sin que nos demos cuenta. Como señalaba Richard H. Thaler, premio Nobel de Economía de 2017 por sus estudios en el campo de la economía conductual, nuestros sentimientos y otras experiencias que arrastramos del pasado afectan a las decisiones de inversión que tomamos.

Todo ello hace que nos quedemos en el día a día y nos olvidemos de lo que puede pasar mañana. ¿Somos conscientes de que dejando nuestro dinero inmóvil corremos el riesgo de no superar la inflación y perder poder adquisitivo con el paso de los años?

Para poder controlar nuestras emociones y tomar buenas decisiones de inversión, antes de elegir cualquier producto financiero, lo primero que debemos hacer es un ejercicio de planificación financiera para ver qué necesidades de inversión tenemos. Con ayuda de un asesor financiero podremos definir para qué queremos invertir, qué coste tienen nuestros objetivos, cuál es nuestro plazo de inversión y nuestro perfil de riesgo y, en última instancia, qué producto financiero es el más adecuado para nosotros para obtener la rentabilidad final que necesitamos.

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