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Así esculpen los grandes museos su reputación

Reconocidas instituciones como el Prado o el Reina Sofía explican las claves de su estatus internacional

La estatua de Velázquez del Museo del Prado.
La estatua de Velázquez del Museo del Prado.GETTY IMAGES

El Louvre no es solo el museo más visitado del mundo, sino también el que mejor reputación tiene. Así lo asegura el estudio ¿Por qué a la gente le gustan los museos de arte?, elaborado por los profesores de la Rotterdam Erasmus University Cees B. M. Van Riel y Patricia Heijndijk. La pinacoteca francesa encabeza la clasificación con una puntuación de 84,3 sobre 100, seguida por el Van Gogh Museum de Ámsterdam (Países Bajos) y su vecino Rijksmuseum. El Museo del Prado, la primera institución española en aparecer, ocupa la octava posición con 80 puntos, mientras que el Reina Sofía se coloca en el puesto número 15.

El listado mide variables tan diversas como el atractivo de la colección, la profesionalidad de sus empleados, su impacto en la sociedad o, incluso, si sería interesante para las empresas su patrocinio. Calcular la reputación de los museos y, sobre todo, alcanzar un buen nivel, no es una tarea sencilla, sino que requiere una combinación de factores que van desde la proximidad a la ciudadanía a su valor educativo y muchos años de trabajo. De estos temas han debatido expertos de algunos de los museos más importantes del mundo en el congreso Building Museum Reputation, celebrado esta semana en la Universidad de Navarra.

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Para el presidente del Real Patronato del Centro de Arte Reina Sofía, Ricardo Martí Fluxá, todo se reduce a una cuestión emocional. “Nuestro objetivo es que el visitante tenga una apreciación cómoda, cálida y placentera, que cuando salga del museo tenga la sensación de que ha pasado un buen rato y que es un poco mejor porque ha aprendido algo”, desarrolla. Una meta que, según el experto, se alcanza situando a las personas en el centro y creando vínculos con la sociedad a la que se sirve. “En el Reina hemos conseguido tener una relación muy estrecha con la zona. Somos un museo nacional e internacional, pero también somos muy relevantes para el barrio en el que nos situamos”, continúa.

En esta concepción de la pinacoteca como un elemento relevante para su comunidad, Martí Fluxá insiste en el poder de estas instituciones para elevar la marca ciudad. “Los franceses se sienten parte del Louvre y París es mejor por tener el museo”, continúa. Un ejemplo es Málaga, que se ha convertido en una de las ciudades con mayor densidad de museos en su casco antiguo en los últimos años, lo que ha repercutido en el atractivo turístico de todo el municipio. Algo parecido ha ocurrido en Pamplona, donde la apertura del Museo Universidad de Navarra en el año 2015 ha multiplicado la oferta cultural de toda la región. “Ahora se hace mucho más un servicio a la ciudadanía, los pocos agentes culturales que estábamos nos hemos retroalimentado entre nosotros”, explica su director, Jaime García del Barrio.

En el Reina Sofía hemos conseguido tener una relación muy estrecha con la zona y con el barrio en el que nos situamos Ricardo Martí Fluxá,
Reina Sofía

Estas galerías, de menor tamaño y en núcleos que no gozan de la afluencia de las grandes urbes, tienen más problemas para captar visitantes. No obstante, estos números no son un indicador determinante de la reputación del museo. Todo lo contrario. “Cuando primas las cifras y la afluencia, la calidad baja, lo que va en detrimento de la cultura. Hay instituciones que reciben mucha gente y no son necesariamente buenas. Nosotros nos medimos con otra escala”, explica la directora del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, María Bolaños.

Un gran museo, por el simple hecho de serlo, no lo tiene todo conseguido. Lo asegura el director del mismo Museo del Prado, Miguel Falomir, quien recuerda que la reputación que va ligada al nombre de una gran institución, además de ser cambiante, hay que cuidarla y saber mantenerla en el tiempo. “El Prado es uno de los mejores ejemplos”, explica. El edificio, en los años 80, no gozaba ni de lejos con el estatus que hoy tiene: “Era la época en la que todo estaba lleno de grietas y goteras, en la que había un cambio constante de directores y cierta inestabilidad. Ante esa realidad hubo modificaciones de todo tipo, desde reformas jurídicas hasta modernizaciones científicas o ampliaciones del espacio”, prosigue. Todas esas medidas, acompañadas de una continuidad, han conseguido cambiar la percepción del museo, “tanto fuera como dentro de España”.

La colección propia, uno de los elementos que más pesan en la construcción de la reputación, tampoco es garantía de relajación. Así lo avisa Falomir, que dirige uno de los centros con mayor patrimonio artístico del mundo: “Se puede tener una gran colección y una pésima reputación”. Es necesario, por lo tanto, contar también con buenos recursos para poder administrar y gestionar todo lo que rodea a las piezas y obras que se guardan, desde su conservación hasta su restauración. También hay que conseguir atraer y cuidar al público, generar sinergias con el resto de instituciones culturales y empresariales y, por supuesto, saber levantar una oferta artística diferencial y propia.

El patrimonio no es lo único importante para un museo. Se puede tener una gran colección pero una pésima reputación Miguel Falomir,
Museo del Prado

En este sentido, los museos tampoco han escapado de la ola de la homogeneización que rodea a toda la sociedad, desde “la comida al diseño de interiores, pasando por la ropa o la música”, señala Falomir. Por eso, cuantos más elementos diferenciales tenga una pinacoteca, que la conviertan en única e insustituible, mucho más cómodo será el camino. “En nuestro caso lo tenemos fácil, porque es un museo que se nutrió del arte del siglo XVI, XVII y XVIII. Podemos tener algunas lagunas históricas y no cubrir ciertos periodos, pero eso nos da una fortaleza enorme porque en lo nuestro somos únicos”, asegura. Una cuestión a la que también se tuvieron que enfrentar desde el Museo Universidad de Navarra a la hora de lanzar el proyecto. “Antes de empezar nos planteábamos constantemente si realmente teníamos que existir o no, si cubríamos un hueco que nadie estaba ocupando”, confiesa García del Barrio, quien finalmente se decantó por una política de residencias artísticas ligadas a la universidad y un acompañamiento al creador. En el centro, asegura, el proceso de producción es más importante que la propia colección.

Con todo, como recordaba el director del Prado, el estatus de un museo no es un apelativo inmóvil, sino que cambia y evoluciona con el paso del tiempo. Y a corto plazo, reflexiona, lo que marcará el prestigio de una de estas instituciones será el trato y su relación con el público, “que no tiene que ser necesariamente la gente que va a verte”, explica. Hoy, cualquier acontecimiento relacionado con uno de estos espacios será siempre objeto de escrutinio público, “también por parte de gente que nunca ha ido a verte. Si mañana volvemos a tener goteras, habrá cientos de personas opinando sobre ello. Y si pasado compramos una obra por varios millones de euros, la gente hablará públicamente sobre el dinero que se ha gastado”, prosigue. Saber explicar y gestionar estas situaciones a través de canales oficiales, de redes sociales o de otro tipo de plataforma, será imprescindible para preservar el renombre de una gran institución.

Patrocinio

Una reputación de la que también pueden sacar rédito las empresas. Según el mencionado informe, los museos cuentan, de media, con una puntuación de 79 sobre 100, una nota que queda lejos de los 64,2 de media que tienen las empresas, según un estudio de Reputation Institute. Esta brecha brinda a las compañías una oportunidad para mejorar su imagen, y a las pinacotecas, una importante fuente de financiación para seguir creciendo. “Estar asociados con uno de los museos más importantes del mundo, como es el Prado, impulsa la imagen de marca que queremos transmitir y es algo de lo que nos sentimos especialmente orgullosos”, comenta el director de responsabilidad corporativa de AXA España, Ignacio Lerga.

Las compañías, asegura Pablo Gonzalo, responsable del Espacio Fundación Telefónica, además de sacar rédito con esta simbiosis, aportan al museo dinamismo, movimiento y nuevas ideas: “Al ser instituciones privadas y rendir cuentas a nuestras respectivas matrices tenemos más capacidad de movimiento. Solemos aportar herramientas rupturistas y tecnológicas para hacer más atractiva la visita y la experiencia”. De esta forma, asegura, ambas partes salen beneficiadas: el museo mejora su estatus gracias a una oferta diferencial, y la organización se lleva parte de esa renta. De hecho, según el citado informe, son mucho mejores este tipo de colaboraciones que el simple patrocinio, en el que se pone dinero y la implicación no llega a más.

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