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James H. Ragan: “Seguro que en un futuro podremos ir a Marte”

El experto apuesta por una reactivación de la carrera espacial que devolverá al hombre a la Luna

Manuel Casamayón

En 1964, el ingeniero aeroespacial de la NASA James H. Ragan (Misuri, Estados Unidos, 1938) era un hombre con una misión: testar objetos. Concretamente, su trabajo consistía en pasar todas y cada una de las 11 pruebas que debía superar cualquier elemento susceptible de viajar con los astronautas al espacio. Era el caso, por ejemplo, de los relojes. Ragan fue así el responsable de que Buzz Aldrin, el segundo hombre que pisó la Luna, luciera en su muñeca izquierda un modelo de la marca Omega que se ha convertido en leyenda: el Speedmaster, también conocido como Moonwatch. Medio siglo después, el ingeniero visita Madrid de la mano de la marca de relojes suiza para explicar los pormenores de una misión que cambió el rumbo de la historia. Corpulento y afable, se toma su tiempo para rebuscar en su memoria la anécdota perfecta para ilustrar lo que quiere decir. Precisión es el leitmotiv de su vida.

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R. Cuando se cumplen 50 años de la llegada del hombre a la Luna, ¿qué balance hace de lo que significó?
R. Hay un montón de cosas que valorar al respecto. Cuando Kennedy salió elegido presidente de Estados Unidos, planteó que en 10 años había que llegar a la Luna. Todo el mundo pensaba que era imposible, y, sin embargo, se consiguió. Eso abrió la puerta al desarrollo de un montón de tecnologías como el teflón y otros muchos materiales que se descubrieron a raíz de aquel esfuerzo. Fue un hito importantísimo.
R. Pero ya sabe que hay gente que pone en duda que el ser humano llegó a la Luna. ¿Usted qué opina cuando escucha estas teorías?
R. Yo lo que hago es decirles: mira, yo estuve ahí. Estuve en todos los lanzamientos, vi cómo los astronautas se montaban en los cohetes y cómo despegaban. Vi, por ejemplo, los materiales que traían adheridos a sus trajes al volver y que no tenían nada que ver con lo que hay en la Tierra, era una especie de grafito que luego era imposible de limpiar. No había forma de que hicieran todo eso en un plató de Hollywood, como me sugirieron incluso familiares míos en aquella época.
R. Usted probó durante casi 40 años todos los objetos que los astronautas llevaban en sus viajes. ¿Cómo tenían que ser?
R. Había unas pruebas muy estrictas. Las más difíciles eran las térmicas y las de vacío. En esas era donde realmente se veía si los elementos iban a aguantar la meteorología del espacio o no. Por eso las hacíamos siempre las primeras.
R. ¿Cuál fue el objeto más extraño que tuvo que probar?
R. Esta es una historia curiosa. Nos dimos cuenta de que iba a haber una cantidad inmensa de polvo negro de grafito, y pensé que necesitaríamos algo con que limpiar las lentes de las cámaras de fotos y de vídeo, porque cada vez que los pilotos las usaran se iban a ensuciar mucho. Fabricamos una simulación parecida al polvo lunar, y vimos que solo uno de los pinceles que estábamos probando quitaba realmente bien esta suciedad. Llamé a la empresa preguntando por el material, y me confirmaron que era pelo de ardilla. Increíble, el pelo de ardilla funcionó a la perfección en la Luna.
R. ¿Qué otros objetos eran fundamentales para los astronautas?
R. Por supuesto, todos los equipos fotográficos y de vídeo con los que los astronautas recogían imágenes para luego estudiarlas. También cobraron importancia pequeños reproductores de música con los que podían entretenerse. En general, eran importantes las cosas que les hacían un poco más fácil la vida.
R. Y ya que hablamos de objetos, se ha subrayado mucho la importancia de los relojes. ¿Por qué eran tan importantes?
R. Eran siempre la segunda opción. El mejor ejemplo lo tiene en lo que pasó en el Apolo 13. Al volver, tenían que activar los motores tan solo durante 14 segundos: un poco más o un poco menos y se hubiesen quedado flotando en el espacio. Cuando regresaron, pregunté al comandante James Lovell qué reloj había usado. Me contestó que usaron su reloj de muñeca, porque sabía que era lo suficientemente preciso como para confiarle su vida.
R. ¿Cómo fueron para los ingenieros los días inmediatamente anteriores a una misión como la del Apolo 11?
R. Nos enclaustramos en Cabo Cañaveral porque a los astronautas les podía surgir una duda en cualquier momento y se la teníamos que resolver. A veces hacíamos turnos de 24 horas. Había una sala con unos pocos bancos acolchados. De vez en cuando, íbamos allí y nos acostábamos un rato.
R. ¿Confiaban en que lograrían su objetivo?
R. Yo estaba cien por cien convencido de que llegaríamos a la Luna. Esa era la misión que nos había encomendado el presidente Kennedy.
R. ¿En qué punto estamos en la actual carrera espacial?
R. Parece que se va a reactivar. EE UU está muy comprometido con la idea de volver a la Luna e instalar allí una primera colonia. El objetivo, aunque yo creo que eso aún tardará en llegar, es ir desde ahí a Marte.
R. Pero usted no cree que se pueda llegar tan lejos aún.
R. No, no se puede. Le diré cuál es el problema. Yo participé en un estudio de la NASA que evaluaba el viaje desde el punto de vista de los materiales y las provisiones necesarios. Solo en ir, se tardan seis meses como poco. Una vez allí, hay que esperar al menos dos o tres años a que Marte se alinee con la Tierra, y luego son otros seis meses. Ahora mismo, en cuanto a comida y equipamiento, es imposible. Pero en un futuro estoy convencido de que se podrá.

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