A la busca de pactos estables y amables con la economía
Sánchez puede mirar a su izquierda o a su derecha, pero debería explorar la más longeva, reformista e inclusiva
Con el Coleta no, con Rivera”, recordaba Pablo Iglesias en la recta final de la campaña que le susurrarían los poderes económicos a Pedro Sánchez si precisaba, como precisa, de pactos para gobernar tras las elecciones del domingo. Y Sánchez se encontró en el improvisado altillo de Ferraz la noche electoral con un “con Rivera, no” de la militancia a la que siempre consulta y a la que tanto le debe. Su respuesta dejó todas las opciones abiertas: “Os he escuchado, pero el PSOE no pone cinturones sanitarios”, dando a entender que a lo mejor “con Rivera, sí”, si las circunstancias obligan. Nadie ha demostrado tener tanta flexibilidad de pacto como Sánchez; si acaso, Rivera. Todo es posible.
Si los políticos fuesen lógicos y eficientes tomarían unas decisiones, pero optarían por otras si priman consideraciones más ideológicas que prácticas. ¿Qué debe hacer y que hará cada uno tras los resultados del 28A? ¿Qué le conviene más a la estabilidad política del país? ¿Qué impulsa más el crecimiento de la economía y su carácter inclusivo?
El dilema del PSOE
La tendencia natural de su líder es buscar un pacto a su izquierda, que podría proporcionarle una relativa estabilidad parlamentaria, siempre que concitase el apoyo de todos los nacionalistas no independentistas. La mayoría sería muy ajustada, y no sería un camino de rosas, pero tiene muchas probabilidades tras haberse sacudido la inevitabilidad de ERC. Es la inclinación natural de un político, Sánchez, podemizado en su gestión interina y podemizado en su programa electoral.
Encontrará, además, la mano abierta de Iglesias, aunque con unas condiciones que no puso en la moción de censura: “Nos han tomado el pelo en muchas cosas, porque no estábamos en el Gobierno”. Solo el agua es más clara, y aunque la resistencia a que Iglesias esté en el Ejecutivo es muy fuerte y la ha expresado abiertamente el propio PSOE, Podemos, con menos representación parlamentaria, quiere más poder.
Hasta los empresarios, esos que supuestamente susurraban “con el Coleta, no: con Rivera”, admiten que habrá Gobierno de izquierda, pero lo quieren estable y monocolor, despodemizado. No quieren ni en pintura el intervencionismo de Iglesias en la economía, ni la escalada fiscal de la que Podemos y PSOE hablan indistintamente, ni la espiral de costes que seguirá a la iniciada en el Gobierno interino. Pero les cuesta cada vez más empujar hacia el consenso deseado para la actividad económica, cual es PSOE-Ciudadanos.
Fue tan posible en 2016 como imposible ahora. Pero Sánchez, poco escrupuloso con las compañías aunque se hayan renegado mutuamente, puede intentarlo a sabiendas de que reforzaría la estabilidad política y moderaría su gestión económica, fiscal y social, abriendo el abanico en un programa compartido y reformista, como aquel de 2016. Incluso tal pacto convendría al futuro del PSOE, que secaría el crecimiento de Ciudadanos a su derecha, ensanchando la base electoral socialista.
El camino de Cs
La cuestión es que tal pacto, poco probable por la animadversión sobrevenida entre los dos líderes, no conviene a Rivera, pues limitaría el crecimiento en el centro y hacia la derecha que busca dada la crisis en la que entra el Partido Popular, y cegaría la acariciada posibilidad de conquistar la hegemonía en la derecha (ya ha superado al PP en Madrid y Andalucía), que solo puede lograr desde la oposición. Además, un Gobierno de izquierda es otra ventana abierta para que Ciudadanos respire por su izquierda y amplíe el catálogo de etiquetas de las que presume: liberal, socialdemócrata, centrista, patriota, etc. Y por encima de todo, la palabra comprometida: nunca apoyar a Pedro Sánchez, por su supuesto pacto no escrito con independentistas.
El futuro del PP
El Partido Popular debe irse a la esquina a reflexionar, pero no puede perder mucho tiempo en el ejercicio, porque cede territorio por todos los flancos de forma alarmante, y tiene que atajarlo, teniendo en cuenta que en un mes hay nuevas elecciones. No es una reflexión de Casado, sino de todo el partido que le eligió contando con otras opciones, y que optó por un giro hacia la derecha para “rearmarse ideológicamente”. Casado tiene el deshonor del peor resultado del PP en su historia, aunque cuenta con el consuelo de haber cogido el partido en la peor de las situaciones: fragmentación desconocida en la derecha y reciente expulsión de la Administración por la corrupción.
El PP viró del marianismo al aznarismo, y fracasó: fue a buscar los votos a su derecha y confió el flanco a su izquierda, y fue derrotado en las dos batallas, a pesar de tener unos cuantos diputados más que sus adversarios de sangre. Buscar culpables y apuntar a Rajoy como Rubalcaba apuntaba a Zapatero en 2011 es un ejercicio estéril. Es cierto que ha sido víctima del alto sentido del honor personal que exhibió Rajoy ante la moción de censura tras la sentencia de la Gürtel, para no pasar a la historia como lo que no era, y que entregó Moncloa y el BOE a Sánchez, en vez de retenerlo para el PP en la figura de Sáenz de Santamaría. De haber hecho esto segundo, las elecciones del domingo serían en 2020 y el PP contaría con la prima de Gobierno, y quizás, solo quizás, sería el más votado.
Al PP también le convendría un pacto Sánchez-Rivera, puesto que le dejaría como oposición explícita para rearmarse. Pero es poco probable, y como las fusiones no se llevan en la política, la lucha por la derecha empieza el día 26 de mayo, y acabará cuando acabe y ya veremos con quién acaba. El PP es un partido con raíces profundas y demostrada utilidad a la sociedad, sobre todo en la economía, pero tiene mucho tajo para rescatar lo perdido, sea con Casado o con Feijóo, que quizás está esperando ver pasar el cadáver.
El papel de Podemos
Quiere estar en el Gobierno a sabiendas de que, como han demostrado estos últimos meses, colaborar con un Ejecutivo y no estar en él, cortar el bacalao y que no te huelan las manos, no da réditos. Quiere más relevancia con menos escaños; justo lo contrario de lo que le ha pasado a los independentistas: más escaños que nunca, pero mucho menos poder, casi ninguno en la capital. Irrelevantes, por trascendente que siga siendo el conflicto catalán.