¿Un futuro gris para el oro negro?
Contra los recurrentes pronósticos de estancamiento y declive, el sector del petróleo sigue creciendo
El inicio de abril nos ha traído (además de lluvias) dos noticias aparentemente desconectadas, salvo por un fino hilo que las enlaza. Por una parte, al principio de la semana conocíamos que Saudi Aramco, petrolera estatal de Arabia Saudí y la segunda más grande por reservas de crudo, es la empresa con mayores beneficios del mundo. Con una capitalización estimada entre 1’2 y 2 millardos de dólares, si Saudi Aramco fuera un país su valor la situaría por encima del PIB de España. Sus beneficios son mayores que los de Apple, Microsoft y Facebook juntas. Acostumbrados al imparable auge de los gigantes tecnológicos, sorprende encontrarse a tres petroleras, dos bancos y una empresa de automóviles entre las diez empresas más rentables del mundo.
Hacia mediados de semana se publicaba otra noticia, esta relacionada con el automóvil. Toyota, uno de los mayores fabricantes de vehículos del mundo, anunciaba la liberación de sus más de 24.000 patentes en el ámbito del vehículo híbrido. La empresa lidera esta tecnología, de la que fue precursor con el lanzamiento en 1997 del primer Prius híbrido. Su apuesta, pionera entonces, le ha permitido dominar el mercado, con más de 13 millones de vehículos vendidos desde su lanzamiento y una cuota superior al 80% en este segmento.
¿Qué tienen en común las dos noticias? Aparentemente nada. Al sector del oro negro se le lleva cuestionando casi desde que el coronel Edwin Drake perforó el primer pozo de la historia, en 1859. El inesperado éxito de Drake, además de garantizarle un puesto privilegiado en los libros de historia, alumbró una industria que no ha cesado de crecer en los últimos 150 años. Al automóvil, por su parte, se le culpa últimamente de muchos de los males de nuestra sociedad, olvidando a veces su papel preeminente como transformador de la economía global.
Ambos sectores viven su peculiar historia de amor-odio, que dura desde hace 130 años. Es un largo idilio no exento de pequeñas crisis, aunque se siguen necesitando. Lo que hasta ahora les ha unido, el motor de combustión y su dependencia del combustible fósil, puede ser lo que en el futuro les separe. El tercero en discordia es, como no, el coche eléctrico.
¿Hay base para entrar en pánico? Durante años en el sector del petróleo se habló del llamado Peak Oil o cénit del petróleo. Esta teoría, basada en las predicciones del geólogo Mairon King Hubbert en 1950 y retomada en 1998 por Campbell y Laherrere, anticipa que la producción de crudo debería alcanzar inevitablemente un techo en las próximas décadas.
Los augurios de Campbell y sus seguidores no han mostrado hasta ahora demasiada exactitud, pero la teoría aún se discute. Entretanto, el sector ha pasado de extraer 400.000 barriles diarios en 1900 a casi cien millones hoy. Si se apilaran todos los barriles producidos hasta la fecha, la longitud de la columna multiplicaría por cuatro la distancia entre la Tierra y la Luna.
Actualmente se habla más de un pico de demanda que de un pico de producción. Los defensores de esta idea propugnan que las necesidades mundiales van a ser progresivamente cubiertas por fuentes de energía alternativas y a la vez se reducirá la dependencia del combustible fósil debido a eficiencias, ralentización demográfica y presión regulatoria. En este escenario, sostienen, se alcanzaría un techo de demanda hacia el 2030 ó 2040.
La realidad parece cuestionar esta posibilidad. Los combustibles fósiles suponen el 70% de la demanda energética y, a pesar de los avances tecnológicos, la cuota global de las renovables es todavía insignificante. Por su parte, el coche eléctrico no deja de crecer con rapidez, pero representa poco más del 3% del mercado. Incluso en un escenario de penetración acelerada, las fuentes más optimistas estiman que no llegará al 30% del total en el 2040.
El automóvil representa hoy un escaso 27% del petróleo consumido. Sectores difíciles de electrificar como el transporte de mercancías o la aviación, junto a la industria petroquímica y la de generación energética, alcanzan el 40%. Ninguno va a dejar de crecer en el futuro y probablemente compensarán tanto la sustitución de motores de combustión, cómo la mayor eficiencia de estos.
Las mejores estimaciones podrían estar infravalorando el rol de las economías emergentes. Su enorme crecimiento no podrá sostenerse al ritmo necesario sin petróleo y, a pesar de sus ambiciosas políticas de transición, pasará al menos una década hasta que los coches eléctricos sean la opción de movilidad asequible que requiere su nivel de desarrollo. Es muy posible que el aparente interés de Toyota por democratizar su tecnológica híbrida haya que leerlo precisamente en clave de estos mercados. La compañía japonesa es un entrante tardío en el mercado del eléctrico puro y este crece más rápido que el del híbrido. ¿Podrían ser China, India o África parte de una estrategia para ganar tiempo?
Las reservas de petróleo son todavía enormes (algunos expertos creen que hay petróleo para más de 60 años) y la posibilidad de extraerlas de pozos infrautilizados, aguas profundas o rocas de esquisto va en aumento. La OPEC asegura que en 2040 producirá 112 millones de barriles diarios, un 12% más que hoy. Cómo dijo en 1973 el otrora ministro saudí del petróleo Ahmed Zaki Yamani, “no fue la falta de piedras lo que acabó con la Edad de Piedra y no será la falta de petróleo lo que acabe con nuestra industria“. Tenemos oro negro para rato.
Pedro Nueno es Socio Director de InterBen