¿Y si regresa la crisis económica?
No hemos rebajado lo suficiente ni el paro ni la deuda y dependemos en exceso del turismo
Por muchas veces que nos insistan en lo cíclico de la economía, por muchas veces que hayamos vivido épocas de crecimiento y de crisis, nunca nos acostumbramos a la llegada de los malos tiempos económicos.
Como el ruido del vagón de la montaña rusa, que anuncia el final de la subida y nos hace sentir la inquietud de la inminente caída, los años del crecimiento económico se agotan. Nos parece que la bonanza es cada vez más efímera, con una menor sensación de recuperación que en el periodo anterior. Es un viaje cada vez más corto por la zona del disfrute y cada vez más largo por los raíles del miedo.
Llevamos creciendo económicamente desde 2014 de manera ininterrumpida tras varios años de crisis. Aunque en alguno de estos años el dato de crecimiento ha sido notable y las cifras indican que vivimos buenos tiempos económicos, seguimos inmersos en una sensación de empeoramiento, de pérdida de posibilidades. Confiamos en que las planificadas reformas consoliden una economía fuerte que no nos haga sufrir tanto como en la pasada recesión y que nos permita recuperar el estatus anterior a la crisis. Se analizaron las causas del decrecimiento, se definieron las reformas económicas necesarias y ahora se acerca el momento de comprobar si aquellos planes van a funcionar, aunque no parece que hayamos hecho todos los deberes.
“Tenemos la casa del país a medio pintar y ya se anuncia una posible nueva recesión económica”. No hemos reducido el desempleo por debajo de las dos cifras, irreductible en un dramático 14%; ni hemos bajado de los tres millones de parados; ni hemos disminuido la deuda pública, cercana al 100% del PIB; ni hemos equilibrado el presupuesto público, siempre desajustado y sin transmitir sensación de suficiencia. Percibimos que ni la sanidad ni la educación ni nada de lo mucho que depende del presupuesto de Estado está bien atendido. No hemos desarrollado los cacareados nuevos sectores, que iban a propiciar un nuevo crecimiento económico más sólido, y tampoco hemos terminado las reformas de algunos de los sectores clave de la economía del país, sea el de la banca, o sea el de las nuevas energías. Tenemos la casa del país a medio pintar y ya se anuncia una posible nueva recesión económica. Las previsiones empeoran y aparecen señales de enfriamiento, como la tendencia bursátil o la evolución industrial alemana.
Ahora somos dependientes del turismo como fuente de ingresos, con un peso por encima del 11% del PIB, lo que nos recuerda a aquellos años de dependencia de la construcción en los que este sector tenía un elevado peso en nuestro producto interior bruto. Vivimos pendientes de los millones de turistas extranjeros que nos visitan al año y de cuánto dinero gastan en España, como antes vivíamos pendientes del número de hipotecas firmadas y del supuesto valor de nuestras viviendas. Creemos que esa cifra de turistas extranjeros garantizará un interminable ascenso en el vagón de la montaña rusa, que no queremos ver caer. Sabemos que los 84 millones de visitantes foráneos suponen una cifra difícil de superar, como sabíamos que nuestras casas no valían el precio que indicaba aquella burbuja llamada mercado inmobiliario. Pero nos tapamos los ojos y esperamos que el vagón de la atracción siga ascendiendo, a pesar del incierto y doloroso Brexit y a pesar de las decrecientes cifras de las economías de las que proceden nuestros turistas.
El ciclo económico se agota, irremediablemente. No solo depende de lo que el antiguo y el nuevo Gobierno hagan, no solo depende de si esta vez lo asumimos o no. Ya no depende solo de nosotros y la última crisis nos lo demostró. Ahora depende de lo que hagamos y también de lo que los demás hagan. Dependemos de lo que nos compren otros países, es decir, de la demanda externa. Dependemos de lo que valga el petróleo, al que apenas hemos sustituido por las modernísimas, pero aún ineficientes nuevas energías. Y dependemos de lo que la moneda común europea, el euro, signifique frente al dólar. Es decir, que dependemos del resto de las economías con las que nos relacionamos, tanto como de la nuestra, o más.
Pero ¿estamos preparados para otra crisis? ¿Soportaremos otra etapa de recortes como la de hace unos años? Es cierto que hemos aprendido a vivir con menos que antes, es cierto que nos hemos acostumbrado a importantes renuncias en nuestro estado del bienestar, que soportamos listas de espera sanitarias y que en general aceptamos peores servicios públicos que antes y que tenemos un mayor nivel de precariedad. Pero empezamos a cuestionarnos derechos y logros, como los de las pensiones, la sanidad universal gratuita o la igualdad de oportunidades territoriales, que antes creíamos inexpugnables. Estamos cruzando líneas en nuestra marcha atrás del bienestar, aun cuando llevamos cinco años de soleado crecimiento económico. Y las nubes amenazan tormenta.
Apenas sentíamos que sacábamos la cabeza del agua para tomar aire cuando nos dicen que nos preparemos para la inmersión ante una nueva ola y además, en un año incierto de resultados electorales impredecibles. Ojalá nos den el aliento suficiente para bucear entre las dificultades económicas que se nos anuncian.
Fernando Tomé es Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nebrija