Otro referéndum para que los británicos voten con los ojos abiertos
Al contrario que en la primera consulta, hoy el pueblo conoce las condiciones que Europa impone al divorcio
Si David Cameron pasará a la historia como el primer responsable del enorme problema en que se ha convertido el Brexit, Theresa May lo hará como su desafortunada gestora. La primera ministra británica ha cargado sobre sus hombros un peso muerto que resulta prácticamente imposible de arrastrar sin dejarse buena parte de la piel, sino toda, en el camino. Tras varias derrotas parlamentarias en una Cámara dividida entre tories y whigs, euroescépticos y europeístas, tories y tories, la premier británica cedió ayer por fin a las presiones de su partido y retiró la amenaza de tramitar un Brexit duro en caso de no lograr que se respalde el acuerdo que ha alcanzado con la UE. May anunció a los parlamentarios británicos la posibilidad de votar una prórroga a la fecha del divorcio de Reino Unido y Europa si el texto consensuado con Bruselas no logra apoyo suficiente el próximo 12 de marzo.
En realidad, la decisión de la primera ministra parece el único movimiento posible para alargar a última hora un tiempo que apenas permite maniobrar y calmar así los exaltados ánimos de sus compañeros de partido, justamente abrumados por un escenario de posible ruptura abrupta con la UE del que Londres saldría mucho peor parada que Europa. Si tal y como se prevé, el acuerdo de May con Bruselas no sale adelante en el Parlamento, la incógnita inmediata será la duración exacta de esa breve prórroga, que proporcionará un poco de oxígeno al país, pero que no resolverá en sí misma qué hacer o no hacer con el Brexit.
Pese a todo, hay varias opciones abiertas. En un extremo, el Gobierno británico podría dar marcha atrás a la manivela y retirar la solicitud de salida, una decisión cuya legalidad ya ha confirmado expresamente la justicia europea. En el otro, Theresa May podría aceptar su derrota política y reconocer que es incapaz de resolver esta crisis, que no solo ha partido Europa, sino también al propio Reino Unido. Pese a que la primera ministra británica se ha cansado de advertir una y otra vez sobre los posibles males de un nuevo referéndum, esta opción existe y no faltan argumentos sólidos para defenderla. Al contrario que en la primera consulta, a la que los ciudadanos acudieron prácticamente a ciegas sobre lo que significaría para el país salir de la UE, hoy el pueblo británico conoce las condiciones que Europa impone al divorcio y cuenta con más elementos de juicio para decidir libremente y con los ojos abiertos sobre su futuro.