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El modelo de crecimiento precisa más peso industrial y de los servicios

El avance de las exportaciones de los últimos años así lo ha enseñado

CINCO DÍAS

La crisis económica que arrancó en 2008 ha dejado infinidad de enseñanzas sobre qué comportamiento es razonable y cuál desmesurado, y en base a ellas, cómo configurar un modelo económico más resiliente, más vigoroso ante a los ciclos críticos y que minimice las pérdidas de riqueza y de empleo. No es admisible que otra crisis financiera pille a empresas y familias tan endeudadas y que la estabilización de la actividad cueste un 13% del PIB y casi un 20% de la ocupación, como ocurrió entre 2008 y 2013. Los adivinadores económicos hablan ya de la posibilidad de una nueva recesión mundial que arrancaría en EE UU en 2020, aunque sus prediciones cuentan con parecido crédito al que sostiene que el ciclo actual perdurará bastantes años. Sea como fuere, las economías y sus agentes deben estar preparados para encajar el golpe, si se presentase; y deben estarlo más en países con desequilibrios arriesgados, como es el caso de España con su elevado endeudamiento público y privado, puesto que el efecto multiplicador que un estrechamiento de la cantidad de financiación y un ensanchamiento en su precio generarían en hogares, empresas y Estado sería devastador.

España ha reducido muy poco su deuda desde que llegó la crisis de 2008. Sí han desapalancado con intensidad las empresas y las familias, en una propoprción cercana a una tercera parte de sus pasivos, lo que ha supuesto un saneamiento de sus balances y una mejora de su solvencia muy apreciable; pero el Estado ha absorbido con la crisis una buena proporción de la deuda privada, aunque los pagadores últimos seguirán siendo contribuyentes privados, físicos y jurídicos, con impuestos más elevados en principio, y, si llegan episodios críticos, con tipos de interés más elevados.

Aunque el desapalancamiento ha sido intenso, no lo ha sido en términos cualitativos. Más de la mitad del crédito vivo tomado por empresas y hogares sigue teniendo como finalidad la financiación de actividades inmobiliarias (construcción, marketing y adquisición de casas), una cantidad, aunque más reducida que en 2008, demasiado elevada como para transformar el modelo de crecimiento. La financiación a la industria y los servicios no inmobiliarios únicamente absorbe el 35% del crédito vivo, una porción ligeramente superior a la de hace diez años, pero muy insuficiente como para considerar abierto el camino hacia una manera más sostenible de crecer que abandone el monocultivo pernicioso del ladrillo. Hay que redoblar la apuesta por la industria con intensidad tecnológica y altamente competitiva en todos los mercados, tal como el avance de las exportaciones de los últimos años nos ha enseñado.

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