Diez años (y una oportunidad) perdidos
El mundo ha olvidado tanto las causas del crac financiero como los errores en su gestión
En Estados Unidos llaman, a eso que sucedió después del 15 de septiembre de 2008, la crisis financiera (financial crisis). En España lo llamamos La Crisis, y no solo por resumir. De hecho, si preguntamos cuándo empezó no es probable encontrar mucho consenso. ¿2007, cuando los pisos empezaron a bajar? ¿2008, con Lehman? ¿2010 con la intervención de facto de España o 2012 con Bankia y el rescate financiero? España ha vivido varias crisis en una: la inmobiliaria, la financiera, la del euro y la de la banca. Ha durado los 10 años que ha tardado en caer el Banco Popular, ya en 2007 señalado por los analistas.
El balance de estos 10 años es gris. No hay mucho de lo que congratularse salvo de haberse evitado un desastre aún mayor, que no es poco. El mundo vivió el mayor crac desde 1929, pero 10 años después de aquel la prensa no rememoraba aquella crisis, sino que relataba el inicio de la Segunda Guerra Mundial. El deterioro económico y social de los años 30 no es comparable al actual, con la excepción, quizá, de Grecia. Ahora bien, si hay que seleccionar dos fechas que han marcado el siglo XXI, las dos caerían en septiembre, separadas por siete años y cuatro días.
Las autoridades lograron evitar la Depresión; 10 años después de 1929 el mundo estaba en guerra
La caída de Lehman provocó un colapso masivo en el mundo financiero, con una cantidad de ramificaciones difícil de recopilar incluso a toro pasado: cortocircuitaron los mercados de fondos monetarios (básicos para la venta de deuda a corto plazo por las empresas), el mercado interbancario, el de seguros de crédito, hedge funds que trabajaban con Lehman y buena parte del sistema bancario europeo y estadounidense. No hubo más Lehmans porque las autoridades aprendieron: rescataron entidades en quiebra, los bancos centrales inundaron el sistema financiero de liquidez y el programa TARP compró activos financieros ilíquididos que arrastraban los bancos.
Se evitó lo peor y en 2009 se hablaba de refundar el capitalismo. Al igual que la crisis de los años 70 acabó con el consenso keynesiano de la postguerra, todo parecía indicar que el crac de Lehman, que bebía directamente de aquella contrarrevolución, daría paso a otro movimiento pendular. La mano invisible había llevado al mundo al borde del abismo, y el rescate público lo había salvado.
Los poderes públicos salvaron al mundo del abismo, pero la refundación del capitalismo es hoy una nota a pie de página
Nada más lejos de la realidad. Hoy el mundo no se ha hundido, pero la recuperación es tibia y vulnerable. Aparentemente, ya no preocupan la desigualdad o la inestabilidad del sistema financiero, sino si los refugiados quitan puestos de trabajo. La retórica contraria a las elites (Occupy Wall Street) ha sido capturada por una parte de éstas (Make America Great Again) y, muy convenientemente, el debate sobre la reforma del sistema económico ha sido desplazado.
Los brotes verdes eran de la primavera de 2010, año y medio después de crac. La acción de bancos centrales, rescates bancarios y estímulos fiscales habían frenado la sangría y, esquivado el Apocalipsis, llegó la contrarreforma. El mercado puso su foco sobre los Gobiernos, con la eurocrisis y los ataques a Grecia, Irlanda o España. Proliferaban los estudios sobre las plagas bíblicas provocadas por la deuda. El más famoso de todos ellos, de Carmen Reinhardt y Kenneth Rogoff, resultó ser erróneo. También brotaron, y con la misma rapidez fueron olvidados, conceptos, como los multiplicadores negativos, que presuntamente hacían crecer la economía a golpe de recortes.
Fue muy conveniente esta literatura (por llamarla de algún modo), que justificó tanto la austeridad impulsada desde Bruselas como la agresividad de los mercados con los países periféricos. Una política de tierra quemada que no se relajó hasta que en 2012 la zona euro estuvo a punto de saltar en pedazos. Jugada perfecta: los acreedores cobraron sus deudas, algunos operadores se forraron jugando a corto y la reforma del capitalismo quedó en un parcheado. La idea de refundar el capitalismo duró apenas un año en los titulares.
Para España fue mucho peor esta segunda etapa de la crisis. Provocó una destrucción de riqueza, empleo y tejido económico con pocos precedentes. En el camino se quedaron, también una cultura política y un consenso social que databan de cuatro décadas (demasiado para algunas cosas, demasiado poco para otras) y se basaban en la expectativa de que, a largo plazo, tendemos a vivir cada vez mejor. Hoy el consenso (erróneo o acertado) es más bien a la inversa.
Rescatar el sistema financiero y olvidar a los damnificados de la crisis ha abonado el terreno al populismo
La siguiente vuelta de tuerca llegó con la aparición de los movimientos populistas de derechas, xenófobos o neonazis, o bien poco interesados en sacar los colores a las elites financieras o, más comúnmente, dirigidos por algunos miembros de esta elite (excelente este artículo de Bloomberg sobre la trastienda del Brexit). Han encontrado el terreno abonado: unas autoridades que contuvieron con cierta eficacia la hemorragia financiera pero que, en el mejor de los casos, dejaron abandonados a su suerte a los ciudadanos más vulnerables. En el peor de los casos, como sucedió en la eurozona, la salida política consistió en castigarlos, porque algo habrían hecho. Los recortes de servicios públicos y de derechos laborales eran "lo que había que hacer" y los desahucios consecuencia de ciudadanos descerebrados. La pobreza, inexistente y, la precariedad laboral, fruto de que los milennials no quieren una nómina sino emprender.
Salvo para un puñado de economías (China, Australia, algunos emergentes), esta década ha sido una década perdida, tanto por violencia de la crisis como por su herencia. El sistema no presenta las mismas vulnerabilidades que hace 10 años, pero tanto las causas profundas de la crisis (desregulación financiera, desigualdad) como los graves errores en su gestión parecen no ser tenidas en cuenta en este 2018.