Helsinki: el inicio de una maravillosa amistad
Tanto Trump como Putin evitaron la palabra “cumbre” para definir su encuentro
“Nuestras relaciones nunca fueron peores hasta hace cuatro horas” empezó Trump su intervención explicando el contenido del encuentro entre los presidentes de Estados Unidos y Rusia en Helsinki. Pienso que, durante la Crisis de los Misiles en Cuba, las relaciones fueron peores, porque ambos países casi desataron un holocausto nuclear que solo la relación directa entre Kennedy y Kruschev evitó.
Trump es hombre exagerado, especialmente cuando habla de sus logros. Putin tampoco se quedó corto: “la reunión ha sido muy fructífera y exitosa”. Trump y Putin evitaron la palabra “cumbre” para definir su encuentro. Cumbre es lo que celebraron -en Helsinki- Ford y Brézhnev (1975) dando lugar a los “Acuerdos de Helsinki”: los soviéticos se comprometieron a abrir la mano en cuestión de derechos humanos, que dio lugar al movimiento 77 en Checoslovaquia, con Václav Havel o Solidaridad en Polonia con Lech Wałęsa.
Cumbre fue el encuentro de Bush padre con Gorbachov (1990) sobre la Guerra del Golfo y, en 1997, la cumbre entre Clinton y Yeltsin (Helsinki), donde el segundo trató de parar la incorporación a la OTAN de países del antiguo Pacto de Varsovia. En 1998, Vladimir Putin, coronel del KGB y alcalde de San Petersburgo, se convertía en el hombre fuerte de la Federación Rusia y en Kremlin vive hasta hoy.
Interesante ver a Putin referirse a Rusia como la Federación Rusa, equiparable -por multitud de repúblicas-, a Estados Unidos. En todo momento, Putin quiso poner a Rusia al mismo nivel que Norteamérica: “solo la Federación Rusa y Estados Unidos pueden solucionar los conflictos mundiales”. Nada más alejado de la realidad. El mundo hoy no se entiende sin su segunda economía, China, y sin la Unión Europea.
Estos cuatro actores, con el motor económico mundial que es Estados Unidos (25% del PIB global), que está reconfigurando la globalización, al poner patas arriba los acuerdos de libre comercio, más Japón y Reino Unido, forman la columna vertebral que sustenta el orden geoestratégico mundial. A lo que Putin puso la guinda: “la Guerra Fría es cosa del pasado”.
El encuentro, que no cumbre en Helsinki, entre Putin y Trump, fue la oportunidad elegida por ambos para “resetear” sus relaciones. Preguntado en rueda de prensa por unas declaraciones de Trump sobre Putin, el americano respondió: “no dije que fuera mi adversario, sino mi competidor y muy bueno, por cierto”. En todo momento -en público: no sabemos aún realmente nada de la reunión a solas de dos horas entrambos; ni de la comida y reunión con sus equipos- Trump sacó la cara a Putin.
Preguntado por “¿A quién cree usted, a Putin que afirma que Rusia no intervino en la campaña electoral presidencial de 2016 a favor suyo o a los servicios de inteligencia americanos que han aportado pruebas irrefutables de que sí se produjo dicha intervención (“collusion”, palabra de moda en América)?”. Trump defendió a Putin (“me ha dicho con tanta fuerza que no intervino, que le creo”), pasó de puntillas sobre el papel de la CIA y el FBI y se preguntó dónde estaban “el servidor y los 30.000 correos electrónicos de Hillary Clinton, perdidos, pero que la incriminarían”. “Mire, yo he sido agente del KGB y sé mucho de dosieres y cómo se hacen” apostilló Putin, generando un peligroso cosquilleo en la espalda de los asistentes a la reunión.
Todavía husmea la pistola (metáfora) que envenenó hace unos días a un agente secreto desafecto de Putin y a su hija en Reino Unido, donde periodistas, empresarios, espías y todo aquel que se ha opuesto a Putin, acaba muriendo en un hospital inglés, envenenado por el mismo tipo de veneno.
Trump llegó a Helsinki para hablar. Aunque, antes de echar piropos, ya había hablado.
En Bruselas, en la Cumbre de la OTAN, para echar en cara a casi todos los países miembro que no pagan la parte alícuota de su defensa que les corresponde (2% del PIB); habló en Reino Unido, donde primero insultó a Theresa May, se olvidó que había dejado tirada a la Reina a sus espaldas, recogió velas para destacar la amistad profunda con la primera ministra británica (acosada por su propio partido, de cuyo gobierno se le escapan los ministros) y aprovechó para decir que la Unión Europea “es nuestro enemigo, por lo que nos hace con el comercio”. A Justin Trudeau, hombre sensible y primer ministro de Canadá, Trump le hizo llorar (física y moralmente) en la Cumbre del G7. A los europeos casi les provoca un infarto.
Y llegó Trump a Finlandia, país invadido por la Unión Soviética en 1939 y con quien los rusos no firmaron un acuerdo de “coexistencia pacífica” hasta 1948, pero bajo influencia soviética. Terreno neutral, sí, pero donde nadie dice una mala palabra de los rusos. Donald y Vladimir hablaron de “ayudar a la gente de Siria”: Trump quiere que se vayan de allí Hezbolá e Irán y Putin que permanezcan; trataron la no proliferación nuclear y Vlado alabó a Trump por su acuerdo con su ex Rocket Man, Kim Jong-Un; Trump quiso deshacer el acuerdo nuclear con Irán, a lo que se opuso amablemente Rusia; sí estuvieron de acuerdo en la lucha contraterrorista y la ciberseguridad, aunque el fiscal Bob Mueller quiere llevar a juicio a 12 agentes rusos por espiar a los demócratas en 2016.
Hablaron de la invasión de Ucrania y la anexión rusa de Crimea, para constatar como quien oye llover que sus visiones son contrapuestas, pero nada más. Petróleo y gas interesa a ambos, porque compiten, aunque América es el primer productor y exportador de ambos. Un encuentro agradable, al que Trump llevó un general Marine de cuatro estrellas en combate toda su vida (John Kelly), un exdirector de la CIA (Mike Pompeo) y a John Bolton conocido por su odio a Rusia.
No ha sido una cumbre; no ha habido acuerdos formales “pero iniciamos un largo proceso de buenas relaciones”. Evocación de Casablanca, cuando Rick (Humphrey Bogart) termina la película diciendo: «Louis, pienso que este es el comienzo de una bella amistad».
Jorge Díaz Cardiel es socio director en Advice Strategic Consultants y autor de los libros Hillary vs Trump y Trump, año uno