La Europa de Merkel solo reacciona ante el abismo
In extremis y forzada por la presión, la Unión Europea ha alcanzado en la madrugada del 29 de junio un acuerdo precario y de dudoso futuro sobre migración que pretende desactivar la enésima crisis existencial del club. Se repite el guión del drama de la zona euro con Angela Merkel de nuevo al frente de la errática gestión.
La parsimoniosa canciller alemana solo reacciona cuando el tren llega al precipicio o cuando alguno de los socios comunitarios recurre al chantaje para forzar una decisión. El patrón se repite una y otra vez, lo que provoca un enquistamiento de los problemas y una solución de urgencia a altas horas de la madrugada.
En esta ocasión, el chantaje ha llegado tanto desde dentro de Alemania, en Baviera, como en el exterior, desde Italia. Y la pinza que amenazaba (y amenaza) con derribar al gobierno alemán ha llevado a la cumbre europea a aceptar una realidad evidente desde hace más de tres años: que los países situados en la frontera externa de la Unión no pueden asumir por sí solos la gestión de la llegada de inmigrantes irregulares por mucho que lo diga un Reglamento comunitario totalmente superado.
Berlín, con la complicidad de la Comisión Europea, intentó resolver el problema imponiendo cuotas obligatorias de reparto de refugiados so pena de multas totalmente desproporcionadas en relación con los países reacios a cooperar como son los de Europa central y del Este. La disparatada propuesta, aunque al parecer bienintencionada, no llegó a ningún sitio. Hoy, Polonia y compañía cantan victoria e Italia celebra que, por fin, no se siene sola.
Por el camino se acumulan años de división y enconamiento que, como con la crisis del euro, dejan heridas y alimentan rencores. El abandono de Italia ha llevado al poder a un ministro del Interior, Matteo Salvini, que no ha dudado en cerrar los puertos para chantajear a Berlín y Bruselas. Y ha logrado una respuesta en poco más de quince días, lo que le permite vanagloriarse ante su electorado.
Salvini no ha hecho más que repetir la única estrategia que parece entender Merkel. El primer ministro italiano, Mario Monti, con ayuda de Mariano Rajoy, también bloqueó una cumbre europea en junio de 2012 para obligar a la canciller a moverse en la crisis del euro. El chantaje puso en marcha la Unión Bancaria.
La penosa gestión de las sucesivas crisis se debe en gran parte al empeño de Merkel en ignorar el método comunitario (basado en propuestas de la Comisión negociadas después por el Consejo y el Parlamento). La canciller ha preferido apostar por lo que ella define como "el método de la Unión", que se ha traducido en una calamitosa sucesión de cumbres de emergencia y de madrugada en las que se aprueban parches de última hora como los de la pasada noche. Un sistema que agrava las crisis de manera tal vez innecesaria.
El BCE de Mario Draghi también ha sufrido la falta de visión de Berlín y tardó años en poner en marcha los planes de intervención similares a los que EE UU utilizó mucho antes para zanjar la crisis.
Y el gobierno griego de Alexis Tsipras también tuvo que elevar la tensión al máximo para forzar una revisión de las condiciones del rescate. Saltó por los aires el ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, y la zona euro estuvo a punto de sufrir la primera escisión. Finalmente, las condiciones se suavizaron y se prometió a Atenas un alivio de la deuda que está a punto de hacerse realidad.
El gobierno alemán también se ha negado durante toda la crisis del euro a admitir las críticas vertidas desde Bruselas o París sobre su descomunal superávit comercial, considerado por muchos economistas como un desequilibrio más peligroso que la deuda pública de Grecia. Berlín ha hecho oídos sordos. Hasta que ha surgido en el horizonte la amenaza de Donald Trump que amenaza con aranceles contra toda la Unión Europea y, en particular, contra la industria automovilística alemana. El susto ha llevado a Merkel a reconsiderar su posición. Una vez más cuando ha visto el abismo.
Foto (del Consejo Europeo): La canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, en la cumbre europea del jueves en Bruselas.