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Las claves económicas del 21D (VI)
Tribuna
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Falta pegamento con la realidad en Cataluña

En la campaña del 21D se echa de menos más cercanía al corazón y la razón de las personas

Xavier García Albiol (PP), Miquel Iceta (PSC), Marta Rovira (ERC), Jordi Turull (Junts per Catalunya), Inés Arrimadas (Ciudadanos), Xavier Domènech (En Comú-Podem), y Carles Riera (CUP) posan antes del debate que mantuvieron el lunes en la televisión autonómica catalana.
Xavier García Albiol (PP), Miquel Iceta (PSC), Marta Rovira (ERC), Jordi Turull (Junts per Catalunya), Inés Arrimadas (Ciudadanos), Xavier Domènech (En Comú-Podem), y Carles Riera (CUP) posan antes del debate que mantuvieron el lunes en la televisión autonómica catalana.REUTERS

Las elecciones que jueves se celebran en Cataluña, las primeras autonómicas convocadas por un presidente de Gobierno de España y no por el autonómico correspondiente, han dejado en evidencia demasiadas cosas. Algunas más mordaces, otras más hirientes, pero en el fondo una insoportable levedad del discurso, absolutamente plano, con pegada emocional pero poco creíble y con demasiada demagogia.

Increíblemente algunos candidatos están desaparecidos. Falta empuje, coherencia, convicción y mucha credibilidad en lo que se dice. Sin esa coherencia no hay votos. Hace mucho que la gente ya no vota contra, sino con las emociones y algo de sentido común. Vemos a esos que apelan tanto al voto útil, claro está, útil para sus aspiraciones; pero ¿quién mide y mensura esa utilidad para Cataluña y, de paso, para España? Esa es otra ecuación que nadie quiere aclarar.

Los debates a siete que hemos visto en televisión avizoran un paisanaje yermo y absolutamente pobre, pobrísimo. Demagógico hasta la extenuación, con pocas ideas, recurrente en el victimismo, en la confrontación vacua del relato y contrarrelato y donde, en verdad, se dejan de soslayo los problemas reales de los ciudadanos. Falta proximidad. Falta mucho pegamento con la calle, con la realidad cotidiana de los problemas normales y tangibles del ciudadano de a pie. La distancia entre políticos y sociedad es abismal, quizás una auténtica sima que no se había visto, o querido ver, hasta ahora.

Las encuestas van arrojando unos resultados, expectativas, que apuntan hacia una clara ingobernabilidad: todo dependerá de la trastienda poselectoral y de los pactos –legítimos, no lo olvidemos, por mucho que algunos siempre los critiquen–. Hay quien ganó unas elecciones con un programa que sabía que no iba a aplicar. Y aun así, se queja. Pero eso es precisamente la ausencia de pegamento con la realidad.

Hemos caído en la trampa de los bloques. Se han conformado dos bloques antagónicos, pero quizás la sociedad catalana no está tan rota ni crispada como nos han hecho creer. Quién sabe. La apariencia de normalidad está ahí. Nadie se ha rasgado vestiduras. Ni tampoco cavado trincheras ideológicas más anchas. Nada se mueve salvo el expresident con sus estrambotes y su falso y vacío mesianismo. Aventuras, las justas. Pero de tanto soltar hilo el carrete se atascó. O lo atascaron conscientemente.

Todo es una gran falacia, pero es nuestra falacia. Escuchar a algunos candidatos es cansino, pero la imagen que proyectan es de una pobreza argumental y discursiva que, sin embargo, todavía nos sorprende. No se puede generalizar, pero la pauta sigue incólume en los últimos años, donde las cúpulas eligen lo que eligen y tragan y nos hacen tragar con lo que nos hace tragar.

Y ancha es Castilla, que a nadie le importa lo más mínimo ni tampoco se irrita ni sonroja. Ni En Comú-Podem ni en el Partido Popular ni en Esquerra Republicana están para tirar cohetes con sus candidatos. La cosa sería preocupante si alguna vez nos la tomáramos en serio. Que ya va siendo hora. Pero la suerte está echada, o siempre lo estuvo en verdad.

Ya no se trata de pegada, de llegada, sino de realismo, de ese pegamento que nos adhiere a las personas. Que nos permite llegar al corazón y la razón, que convence, que explica, que propone, que trata de hacer, que dice la verdad como si a cada uno de nosotros nos mirasen a los ojos fijamente. De eso vamos y van justos en la campaña todos los candidatos. Rayanos a veces en un ya no disimulado esperpento.

¿Qué diría cualquier politólogo o sociólogo extranjero y desapasionado de lo que está sucediendo en Cataluña y más en esta anodina, artificiosa campaña electoral? Probablemente que somos marcianos, o quizás lo fueren ellos. Solo se habla del yo, de la circunstancia subjetiva, de la descalificación personal. El nosotros y ellos. El politizar banalmente cualquier discurso, vacuo y estéril por lo demás.

La campaña es tan vulgar en argumentos y justificaciones, tan simplistamente escenificada que se hurtan deliberadamente los problemas reales de los ciudadanos. Estos no importan. O no lo parecen. Solo se habla del expresidente autoexiliado, del exvicepresidente en la cárcel, del artículo 155, del golpe de Estado, de fascismo, de expolio y un sinfín de despropósitos y demagogia barata que ahoga todo pensamiento racional.

Y es que solo prima lo emocional. Lo sentimental, el victimismo. La fuerza taumatúrgica de tales estados de ánimo volverá a llevar en volandas al nacionalismo independentista. Lo veremos. Si no logran la mayoría absoluta, la cual es muy probable, la rozarán con los dedos. Y el estrambótico ex presidente huido está remontando como el rayo en las encuestas. Sin duda, todo es susceptible de ir a peor. También el día después. Desde el primer momento advertimos del gravísimo riesgo de convocar elecciones tan precipitadamente en un intento no maestro como se dijo por los aduladores, sino de dulcificar un ya edulcoradísimo artículo 155.

El nacionalismo, experto en azuzar la victimización de todo hecho, circunstancia y falsa realidad, aprovecha todos los resquicios. Y lo que es peor, moviliza a miles de acólitos que prefieren renunciar a ser críticos y pensar con la cabeza y dejarse llevar por el engaño consciente, pero necesario como forma de protesta y de vivir, autocreyéndoselo como auto de fe del siglo XXI y votando con las vísceras. En estas elecciones no se votará a programas ni a siglas, solo a personas. Y a una idea. La básica para cada uno de los dos frentes. Sí, frentes. Porque todo es frentismo, contraposición antitética. Este es el verdadero planeta Catalunya.

¿Saben? Verdaderamente a nadie le importa el pegamento, ni la cercanía, ni siquiera la realidad por muy preocupante que sea esta.

Abel Veiga es profesor de Derecho de la Universidad Comillas

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