Las emociones acechan tras cada inversión
El análisis del comportamiento financiero permite prevenir actuaciones irracionales El exceso de confianza y la falta de autocontrol son algunas de las trampas autoimpuestas
La teoría clásica de mercados eficientes defiende la eficiencia de los mercados de acciones, basándose en que los precios de mercado incorporan ya toda la información disponible. Se apoya en la racionalidad de los inversores y su capacidad para procesar toda la información disponible con eficiencia. Puesto que, según esta teoría, las empresas cotizan siempre a su precio justo, es virtualmente imposible batir al mercado, excepto a través de una experta selección de valores o de market timing (estrategia en la que el inversor compra y vende activos, aprovechándose de movimientos del mercado, anticipados por indicadores técnicos o económicos).
La teoría de mercados eficientes presenta una realidad controlada que resulta muy sencilla y atractiva para trabajar. Sin embargo, la observación de los mercados y su historia nos muestran que, en realidad, reflejan la euforia y el pánico, bruscas subidas y caídas de precios y otras manifestaciones que podrían calificarse de irracionales.
Por esta razón, la psicología y las finanzas han aunado fuerzas para estudiar estos movimientos faltos de lógica, en lo que se conoce en inglés como behavioral finance, o psicología aplicada a las finanzas. Hace unos días, la catedrática de la Universidad de Zaragoza, Natividad Blasco, presentaba en la Bolsa de Madrid un excelente estudio sobre sobre los comportamientos observados en los mercados financieros y sus causas.
La principal fortaleza del behavioral finance es que nos ayuda a identificar los sesgos cometidos y, una vez identificados, nos brinda la posibilidad de tratar de evitar errores comunes que pueden afectar negativamente a la rentabilidad de los inversores. Es una herramienta que puede ser de gran utilidad para inversores individuales o profesionales o para asesores financieros que, conociendo los sesgos de sus clientes, pueden contrarrestarlos para conseguir mejores resultados con sus inversiones.
Uno de los pilares en que se apoya el behavioral finance es la teoría de la expectativa. Desarrollada en 1979 por los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky, permite describir cómo toman las personas sus decisiones en situaciones donde deben decidir entre alternativas que involucran riesgo, como, por ejemplo, decisiones financieras, y la evaluación de potenciales pérdidas y ganancias.
Partiendo de evidencia empírica, la teoría describe cómo se evalúan las potenciales pérdidas y ganancias, poniéndose de manifiesto que los individuos experimentan más intensamente las pérdidas que las ganancias, por lo que el apetito por el riesgo dependerá de las circunstancias.
Cuando la probabilidad de obtener grandes ganancias se considera baja, el inversor medio acepta un mayor nivel de riesgo (p. ej., un billete de lotería); mientras que si esa probabilidad se considera media, su aversión al riesgo es mayor (más vale pájaro en mano…..). Por el contrario, ante una baja probabilidad de obtener una pérdida de gran volumen, el individuo es averso al riesgo (póliza de seguro); pero si la probabilidad de pérdidas aumenta, preferimos aceptar el riesgo de una pérdida potencial mayor, antes que aceptar una pérdida menor, pero casi segura.
Hay otro aspecto de la psicología aplicada a las finanzas que merece ser mencionado. Es el uso de heurísticos, o procedimientos basados en reglas de decisión que operan automáticamente y que han sido aprendidos a lo largo de la experiencia. Es lo que sucede cuando conducimos, por ejemplo; no tenemos que utilizar el sistema racional del cerebro constantemente, sino que hemos incorporado una serie de comportamientos y situaciones a lo largo de nuestra experiencia como conductores al sistema intuitivo, que constituyen lo que podría llamarse intuición experta.
Por lo que se refiere a los sesgos, podrían clasificarse como emocionales o cognitivos, dependiendo de que estén motivados por sentimientos y emociones, o bien por diferentes fallos derivados de deficiencias al interpretar la información: fallos en la memoria o errores al calcular, entre otros, y que pueden ser heurísticos o esquemas mentales.
Entre los sesgos emocionales más frecuentes, están: exceso de confianza, autocontrol, status quo, dotación, aversión al remordimiento, y afinidad. Bajo el efecto del exceso de confianza, el inversor sobreestima su habilidad para predecir, para valorar activos y para tomar decisiones. Como consecuencia infravalora los riesgos, limita la diversificación (cree haber encontrado una mina de retornos en esos valores) y aumenta el número de operaciones.
Si se infravaloran los objetivos a largo plazo, por falta de disciplina, prefiriendo consumir hoy antes que ahorrar para el futuro, se incurre en el sesgo de autocontrol, aplicable a la gran mayoría de españoles que no ahorra habitualmente de cara a su jubilación. El individuo que prefiere no salir de su zona de confort y no se plantea modificar su cartera para obtener mejores rentabilidades tiene el sesgo de status quo.
Hay otros inversores a los que les cuesta desprenderse de acciones en una cartera heredada, que puede tener un nivel de riesgo inadecuado para su perfil (riesgo de dotación) y otros que, por excesivo conservadurismo, obtienen menor rentabilidad en el largo plazo (sesgo de aversión al remordimiento) bajo el razonamiento (erróneo) de que mientras no vendo, no pierdo. Por último, el riesgo de afinidad se refiere a la tendencia de invertir en activos que resulten más familiares o conocidos.
Entre los sesgos cognitivos más frecuentes está el de la contabilidad mental, según el cual el individuo trata de forma diferente el dinero dependiendo de su origen (un premio de lotería o el salario mensual). También está el sesgo de la historia reciente, que consiste en utilizar una pequeña muestra de historia reciente para hacer predicciones o tomar decisiones de inversión. O el de autoatribución, cuando un inversor considera que las ganancias que ha obtenido se deben más a su habilidad que a la suerte, pero que, en caso de pérdidas, son consecuencia de la mala suerte.
Estos sesgos, heurísticos o errores no son ni mucho menos aplicables únicamente al inversor individual, sino que pueden darse entre analistas, asesores, operadores y otros agentes del mercado. Todos ellos interactúan entre sí, generando los resultados que podemos observar en el día a día de los mercados o, con mayor perspectiva, en su evolución histórica.
Se forma así un sentimiento agregado que resulta muy difícil de registrar y medir, pero que puede propagarse a gran velocidad y afectar al grado de aversión al riesgo de los inversores, al margen de sus perspectivas racionales. Por esa razón los reguladores están muy interesados en el papel que ese sentimiento juega en la creación de burbujas o eventos inesperados del tipo cisne negro.
Aunque las nuevas tecnologías permiten comenzar a medir este sentimiento, queda aún mucho para que se puedan conocer y manejar todas las variables y la irracionalidad en los mercados, y se puedan predecir y evitar sus nefastas consecuencias. Pero la concesión del Premio Nobel de Economía de este año a Richard Thaler, profesor de Ciencias del Comportamiento en la Universidad de Chicago, ha supuesto un paso importante para el reconocimiento de la importancia de este campo de la ciencia que combina psicología y mercados financieros.
Paula Mercado es directora de Análisis. VDOS Stochastics y quefondos.com