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El Foco
Tribuna
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2-O: qué ocurrirá en Cataluña el día después

La exigencia del trasvase de más competencias puede culminar en un vaciamiento de facto del Estado Puede estar fraguándose una moción de censura contra Rajoy: mas, ¿quién será el candidato?

Miles de estudiantes de secundaria y universitarios, durante una manifestación el viernes en la plaza Universidad de Barcelona a favor del 1-O.
Miles de estudiantes de secundaria y universitarios, durante una manifestación el viernes en la plaza Universidad de Barcelona a favor del 1-O.EFE

Cuando el esperpento se consuma, ya todo se vuelve sumamente imprevisible, aunque no necesariamente caótico. Todo es posible, incluso susceptible de ir a peor. Máxime en sociedades blandas, con escasos poros subcutáneos de sensibilidad y compromiso. Más allá de la tertulia de café o de radio, de las columnas de opinadores varios, la vida sigue. Así debe ser y siempre será, porque amanece todos los días. Y el sol sale por el mismo sitio, tanto en Cataluña, España o la vieja Conchinchina, en su día francesa.

Tantos han sido los despropósitos, las inercias, el tobogán de las emociones con rehenes de ciudadanos voluntarios que sin pensar, y otros pensando, se han dejado arrastrar, que es muy difícil restañar heridas, fracturas y desconfianzas. El daño está hecho, quienes pisotearon las reglas de juego político y jurídico, quienes se rieron de todo marco legal constitucional, son quienes son. Y quienes han tardado en reaccionar y actuar también sabemos quienes son; por mucho que se hable del peso del Estado, de su maquinaria institucional y jurídica, su armazón legal, hay un interruptor que solo lo puede accionar el Gobierno.

El dislate mayúsculo a donde hemos llegado es grotesco. La tensión romperá muchas costuras y rasgará muchas fidelidades, compromisos y, sobre todo, identidades. Se ha jugado con las emociones desde la irresponsabilidad y cierto maniqueísmo, y las sociedades tan sedientas de nuevas Arcadias vacías se han dejado arrastrar, en unos casos por convicción, en otros por interés, y el resto se ha cruzado de brazos esperando a saber por dónde rema el viento al que conviene sumarse.

Más allá de lo que suceda o no el día 1 de octubre, y más allá de las muchas o pocas urnas, que las habrá y veremos la actuación de la fuerzas de seguridad, no será Puigdemont quién proclame unilateralmente la independencia. No lo hará. Lo hará el Parlamento catalán a propuesta de un partido y votarán con la mayoría que tienen. Será una declaración aparentemente colegiada que busque eludir una responsabilidad individual no política, sino penal.

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Algún día muchos se preguntarán como se ha podido llegar a este punto. A este desencuentro, a esta tensión y a esta absoluta falta de reactividad política y jacobinismo radical. El daño ya está hecho. La fractura en la sociedad es tremenda. Y continuará. A nadie importa el mañana pero sí el ahora preciso, el instante de las rupturas y eso dejará un dejà vu pasivo e inconsciente de lo que suceda al futuro mismo. Se han propalado mentiras y medias verdades con descaro y sonrojo, con absoluta irresponsabilidad, se han dibujado escenarios y situaciones imposibles y claramente falsas. Pero no ha habido relato que lo contrarreste. Se ha ido a remolque. Ha faltado sentido y cintura política, de estado y de responsabilidad. No se puede dialogar con quien rompe las reglas, impone sus caprichos y se crea su propia y paralela legalidad. Y sin embargo todos hablan de la urgencia de dialogar. ¿Dialogar qué? ¿Un nuevo marco de privilegios y fracturas? ¿Qué dicen los otros 15 presidentes autonómicos, que parecen demasiado callados y apáticos? Al menos algunos, no todos.

Y preparémonos también para elecciones, tanto en Cataluña como posiblemente aunque no de modo inmediato generales en todo el Estado. El tema territorial ha terminado por contaminar y colapsar esta legislatura.

Ábrase o no el melón constitucional, que todos empiezan a dar por hecho, deberá saberse muy bien qué es lo que se quiere hacer o no y si habrá límites o no, incluidas algunas cuestiones que suscitan enorme recelo y son capítulo específico.

Huyamos de eufemismos y de una palabra pretenciosa y perdida, la de “encaje”. Ya no se trata de si encaja o no una región. Está claro que una buena parte de esa sociedad no quiere ser encajada en ningún sitio. Pero el problema no es ese, que lo es por sí solo, es si al impasse catalán se suma ahora mismo el vasco.

Si el órdago presupuestario y competencial que Urkullu ha reclamado, casi todo en materias y competencias de legislación mercantil, que pertenecen al Gobierno central y no a las autonomías, pues precisamente ese es el vector que permite la competencia gubernamental, la mercantilidad formal o material de la ley y la materia, se habrá desquebrajado totalmente el marco constitucional y la unidad del Estado. Si esas 37 competencias se traspasasen y con alguna así se hará, ¿qué queda? Pues el siguiente paso, años arriba o abajo, será pedir la independencia: serán un Estado de facto total.

En la sospecha puede estar fraguándose una moción de censura contra el presidente del Gobierno. No lo descartemos ni lo tomemos a broma. Si esto sucede, no solo la España plurinacional será una idea, sino una ruptura total. Mas, ¿debería haber elecciones generales en breve? ¿y el candidato?

Abel Veiga Copo es profesor de Derecho de la Universidad Comillas

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