El siglo XXI arroja por la borda a la socialdemocracia europea
Las primarias del PSOE son el enésimo chirrido de una opción política en riesgo de desaparición en Europa La crisis también afecta a la democracia-cristiana, pero de momento con menos intensidad
El bamboleo político, económico y social del siglo XXI ha arrojado por la borda a la socialdemocracia europea, que pugna, con gran dificultad, por evitar ser arrastrada definitivamente por la corriente de la historia.
Las primarias del PSOE en España, en las que se ha impuesto Pedro Sánchez, han sido el enésimo chirrido de una formación que en países como Grecia o Italia ha entrado en vías de extinción y que en Francia, Alemania o Reino Unido ha perdido gran parte de su base electoral.
El tiempo dirá si el recién elegido secretario general logra salvar al PSOE de esa deriva, aunque ya cosechó sus peores resultados electorales durante su primer mandato. Pero todo indica que la crisis de la socialdemocracia europea va más allá de coyunturas nacionales y de liderazgos más o menos exitosos.
El escenario político tradicional parece condenado a transformarse o desaparecer y los socialistas se perfilan como la primera víctima, pero no la última. Partidos, sindicatos, patronales, administraciones y organizaciones no gubernamentales se encuentran ya expuestos a una sacudida que llega por varios frentes.
Entre ellos, una revolución industrial digital todavía con muchísimo recorrido; la relación más horizontal entre poder y masa, facilitada por el salto tecnológico; la nueva "lucha de clases" entre quienes se encuentran cómodos con el sistema y quienes se sienten excluidos o maltratados; y el impacto en los trabajadores de una globalización que ha cambiado la cadena de producción.
Ante esa avalancha de cambios, los partidos progresistas, que durante más de 50 años ayudaron a moldear Europa, han perdido pie electoral en varios países y dudan entre una reconversión ideológica para intentar sobrevivir o diluirse en los nuevos modelos de izquierda que van surgiendo, sobre todo, en el sur del continente.
"No estamos ante una crisis de la socialdemocracia sino ante una crisis de la democracia y del sistema representativo que afecta a los dos grandes grupos políticos", señala el eurodiputado socialista Javi López.
López considera que en el caso de su familia política los problemas se deben a que "los cambios socioeconómicos han provocado una descomposición de la alianza electoral en la que se basaba la socialdemocracia". Una alianza, recuerda el parlamentario, que buscaba sobre todo "el apoyo de las clases medias y trabajadoras y una mayor presencia en el voto de jóvenes y mujeres".
Esa alianza se ha resquebrajado al menos por tres grietas, según el diagnóstico de López. "La brecha laboral, entre trabajadores precarios y fijos; la brecha territorial, entre zonas desindustrializadas y grandes centros urbanos del sector servicios; y la brecha generacional".
A todo ello se une, en el caso de Europa, las divergencias económicas surgidas entre norte y sur tras el nacimiento del euro y la penosa gestión de una crisis financiera que colea desde 2008. Ayer mismo, los ministros de Economía de la zona euro todavía dedicaban la mayor parte de su reunión mensual al rescate de Grecia, un país que supone el 2% del PIB de la Unión monetaria y al que las instituciones europeas dedican más tiempo y dinero que al problema del paro, la precariedad o la desigualdad.
Durante la crisis del euro, los socialistas no han ofrecido un relato alternativo al mantra de reformas y recortes impuesto desde Bruselas y desde Berlín. Y han pagado en las urnas lo que el electorado percibe como silencio o connivencia. López cree que la culpa no ha sido tanto de la socialdemocracia como del modelo europeo.
"La UE es una máquina de generar consensos y esa maquinaria ha trabajado imparable durante 60 años", señala el eurodiputado, partidario de abrir el espacio a la disensión para no dejar a los euroescépticos el monopolio del voto de protesta contra las políticas auspiciadas por Bruselas. La permanente gran coalición europea perjudica al proyecto pero también a sus dos principales componentes.
La democracia-cristiana, contrapeso tradicional a estribor, se mantiene de momento en el puente de mando. Pero ha entrado en varios países en la misma fase de descomposición, aunque se encuentra en una fase más temprana y avanza a un ritmo mucho más lento.
La crisis de ambos bandos se ha visualizado en las elecciones presidenciales de Francia (23 de abril y 7 de mayo), en las que ninguno de los dos partidos tradicionales logró pasar a la segunda vuelta. Tanto el vencedor, el centrista Emmanuel Macron, como la finalista, la ultraderechista, Marine Le Pen, prometieron durante la campaña enterrar el sistema bipartidista que ha regido el país desde 1945. Y aunque no lo han conseguido del todo, sí que han dejado muy tocados a sus rivales mayoritarios de derecha y, sobre todo, de izquierda.
El Partido Socialista pasó de 10,2 millones de votos en la primera vuelta de 2012 (con François Hollande como candidato) a 2,3 millones en 2017, tras dar un giro hacia la izquierda en unas primarias que eligieron a Benoît Hamon como aspirante a la presidencia. Los conservadores mantuvieron mejor el tipo, pero François Fillon, también elegido en primarias, se quedó igualmente fuera de la segunda vuelta.
Algunos analistas, como Jean-Marie Rouart, de la Academia Francesa, han querido ver el problema en el método de designación de los candidatos, importado de EE UU para dar mayor voz a afiliados y, a veces, a simpatizantes. "Las primarias se han revelado como un veneno mortal, un factor de división, fragmentación y fracaso inevitable", escribía Rouart tras el hundimiento de los dos principales partidos en la primera vuelta francesa.
Las primarias, sin embargo, parecen más la consecuencia que la causa de una erosión electoral que en muchos países ha reducido a la mitad o menos la cuota conjunta del 70% de los votos que lograban tradicionalmente socialdemócratas y democrata-cristianos.
El lado izquierdo del tándem es el que más renquea y podría perder rueda de manera definitiva. Los debates internos se suceden en las formaciones europeas progresistas y, periódicamente, surgen iniciativas para intentar reconectar con el electorado pero sin demasiado éxito.
La tentativa más reciente se fijó como objetivo combatir el Tratado transatlántico de comercio e inversión, para intentar capitalizar el descontento de una parte de la población con el TTIP. Pero el plan quedó un tanto desdibujado ante un Donald Trump que, como presidente de EE UU, también ataca el TTIP desde posiciones conservadoras y proteccionistas.
Los líderes llamados a revivir el proyecto socialdemócrata tampoco han cuajado como se esperaba. Hace sólo unos meses, Manuel Valls en Francia y Martin Schulz en Alemania parecían llamados a forjar un eje progresista continental capaz de retomar la iniciativa. Al primero ya se lo ha tragado el tsunami Macron y el segundo parece incapaz, de momento, de disputar la cancillería a Angela Merkel en las elecciones del 24 de septiembre.