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Entrevista

Kaiser: “Los derechos sociales son peligrosos e insostenibles”

El chileno Axel Kaiser dirige el 'think tank' liberal Fundación para el Progreso

Pablo Monge
Manuel G. Pascual

Se dio a conocer en España con El engaño populista (Deusto, 2016), un ensayo escrito junto a Gloria Álvarez en el que argumentaba por qué Podemos, partido que sitúa como heredero de la tradición castrista o chavista, no debía cuajar en España. Con La tiranía de la igualdad, Axel Kaiser (Santiago de Chile, 1981) se confirma como un campeón de la tradición liberal. Sostiene que tanto el socialismo como “parte de la derecha occidental” son demasiado intervencionistas, y lanza sentencias tan provocadoras como que “la desigualdad material es (...) un resultado inevitable de nuestra naturaleza” o “que no todos puedan ir a un colegio determinado (...) es una consecuencia de la libertad que tenemos de diseñar nuestros planes de vida y de decidir qué hacemos”.

¿Por qué la búsqueda de la igualdad socava el progreso?

Porque implica que hay que tratar distinto a personas que son iguales desde el punto de vista moral. Los más talentosos, productivos o suertudos tienen que asumir una carga mucho mayor que el resto. Eso desincentiva la creación de riqueza. Si castigas a los que mejor les va, se irán. El hecho de que haya gente que se enriquezca nos beneficia a todos.

Sostiene que procurar la igualdad de oportunidades de los ciudadanos también es contraproducente.

Sí. Suponga que usted y yo empezáramos exactamente con las mismas oportunidades. Como somos distintos, a uno le irá mejor que a otro, y esas diferencias se transferirán a nuestros hijos. Es probable que alguno se preocupe más por la educación de sus niños. ¿Es eso injusto? En caso de que sí, deberíamos prohibirles a todos los padres que se esfuercen en conseguir que sus hijos tengan el mejor destino posible. Porque eso generaría desigualdad de oportunidades. Creo que no se trata de igualar las oportunidades, sino de mejorarlas para todos.

¿No es esa la cuestión, a fin de cuentas: mejorar las condiciones de la gente?

"Establecer una renta mínima no es una idea tan descabellada, siempre y cuando se eliminen el resto de transferencias que hace el Estado. Es una locura aplicarla con el sistema actual de protecciones”

Cuando se habla de igualdad de oportunidades en realidad se piensa en que quienes tienen menos tengan más. El concepto de igualdad está mal usado, porque entonces deberíamos preocuparnos de que a algunos les vaya bien. Prefiero una sociedad en la que a nadie le falten cosas básicas, aunque haya diferencias, a una en la que todos estén muy iguales, pero en la pobreza.

Las sociedades que quieren ser más igualitarias persiguen precisamente eso, tratar de que a nadie le falte lo más básico.

Puede, pero el problema es que si la igualdad es el objetivo, no debería ser relevante cuál sea la riqueza promedio de la sociedad. El peligro es nivelar hacia abajo: quitarle a los que más tienen. Eso lo dice, por ejemplo, Pablo Iglesias. Al igualitarista le molestan los Ferraris y los Rolex, mientras que los liberales progresistas creemos que a nadie le debería faltar lo básico y que todo el mundo debería tener reloj, sea Rolex o Casio.

En su libro habla del Estado de bienestar como si tuviera como objetivo último la igualdad absoluta. ¿No cree que más bien trata de corregir ciertas desigualdades?

No hay que olvidar que los Estados benefactores en realidad surgen con otro propósito. Su fundador fue Bismarck, un canciller prusiano imperialista y militarista que quería hacer que la gente fuera dependiente del Estado para que estuviera más entregada en la construcción del imperio. ¿El Estado beneficia a quienes realmente más lo necesitan? Yo creo que no, porque lo que hace es redistribuir sobre todo hacia las clases medias. Por ejemplo, la mayoría de quienes estudian en la universidad no son los más humildes, sino la clase acomodada. Hasta los inmigrantes que vienen a España pagan los estudios de los niños de la clase media. Prefiero modelos como el suizo, en los que cada uno se paga sus propios seguros, aunque para eso se deben asegurar unos ingresos mínimos y bajos impuestos, por supuesto.

¿Qué le parece el debate generado en torno a la renta mínima?

No es una idea tan descabellada, siempre y cuando se eliminen todas las transferencias que hace el Estado. Seguro que saldría más barato que se diera un cheque a la gente y que con él se pagaran los servicios en el sector privado. Lo que es una locura es tener renta mínima además del resto de protecciones del Estado.

Sostiene que en un sistema liberal puro, el progreso de la gente estaría asegurado porque a los individuos les interesa que al resto le vaya bien.

Los seres humanos tendemos a preocuparnos por los demás. En una sociedad libre, en la que los ciudadanos persiguen sus intereses, todos se benefician, porque la generación de la riqueza surge como resultado directo de la utilidad social. Nadie monta una empresa si no cree que a alguien le va a interesar lo que venda. La solidaridad es natural, no hay que imponerla.

¿No cree que presuponer que todo el mundo obrará bien sin establecer contrapesos es arriesgado?

No somos tan egoístas como se pinta: existe la filantropía. Los americanos, por ejemplo, son muy dados a dar, se organizan. En Europa, en cambio, se tiende a pensar que el Estado se tiene que ocupar de todo.

Dice en el libro que los derechos sociales son un mito. ¿A qué se refiere?

No creo que exista un derecho a que otro te financie tus necesidades. Se le llama derecho social porque con la palabra social se vende cualquier cosa. Me parece una falacia decir que tengo derecho sobre el fruto del trabajo de otra persona que cuando pague impuestos financiará el servicio que yo luego reclame. No digo que no debamos tener becas y ayudas para quienes más lo necesitan. Pero la idea de derechos sociales implica que unos trabajen y otros no, y, sin embargo, reciban lo mismo. Creo que eso es peligroso e insostenible socialmente.

Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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