La inversión en tiempos de Trump
Las empresas manufactureras y exportadoras de la Unión Europea verán sus negocios dañados si la guerra comercial pasa de los discursos a los hechos
Estados Unidos es la primera potencia económica y militar del planeta y sus decisiones proyectan tal sombra sobre el resto del globo que ninguna economía, por alejada que esté o autosuficiente que sea, puede hacer abstracción de las decisiones que se toman allí; ni de las decisiones políticas ni de las económicas; ni de las de los Gobiernos ni de las de las grandes empresas globales. La llegada del Donald Trump a la Casa Blanca ha desatado una serie de decisiones que han puesto en alerta al resto del mundo sobre la arquitectura comercial de los próximos años, y empresas, inversores y contribuyentes están a la espera de en qué medida aplicará el sinfín de promesas electorales radicales con las que cimentó su campaña electoral y la victoria sobre Hillary Clinton.
Las primeras decisiones han dejado claro que EE UU se encamina a un periodo de protección de su industria y de recorte de la libertad comercial en el mundo, que afectará a todo el planeta, pero que ha comenzado a identificar damnificados en China, México, Canadá y todos los países del Pacífico en general. Los grandes think thanks dan opciones moderadas a la llegada de una auténtica guerra comercial, aunque habrá una serie de zonas del mundo que deben contar con la imposición de ciertos aranceles y nuevas regulaciones restrictivas al movimiento de mercancías y servicios. La relación de Europa con EE UU puede sufrir modificaciones, especialmente por la nueva posición de Reino Unido, determinada a ejecutar su abandono del mercado único y a fortalecer su relación atlántica con Norteamérica. Los efectos de una guerra comercial, sea de baja intensidad o abierta, son perversos para todos, puesto que los aranceles no son otra cosa que impuestos al comercio que generan inflación, encarecen las adquisiciones de los particulares y reducen la actividad, la renta y el empleo. Trump tendrá que explicar a sus conciudadanos cómo va a beneficiar sus rentas y sus empleos si impone la autarquía industrial y comercial entre sus fronteras, vendiendo cada vez menos y comprando cada vez más caro.
Las empresas manufactureras y exportadoras de la Unión Europea verán sus negocios dañados si la guerra comercial pasa de los discursos a los hechos. El encarecimiento del mercado norteamericano obligará a las compañías de todo el mundo a buscar otros mercados en los que se mantenga la libertad comercial, transformando las relaciones económicas, rompiendo el inestable equilibrio existente ahora tanto en los intercambios como en los precios de las divisas. El único equilibrio que puede aportar la Administración Trump a estas iniciativas es el plan de inversión en infraestructuras que ha anunciado en su campaña, que, junto con las intensas bajadas de impuestos prometidas a los particulares y las empresas, puede suponer un empujón importante al crecimiento que sustituya al activismo monetario, que empieza a ejecutar su lenta retirada. El plan de inversión es a primera vista una buena oportunidad para las compañías constructoras españolas, ya muy presentes en EE UU, aunque si barniza el proyecto con el mismo grado de nacionalismo que el resto de sus decisiones, podrían tener acceso a los proyectos de forma más limitada.
El mercado ha analizado todas estas decisiones, pero nadie se atreve a anticipar por dónde caminarán las variables de la inversión en los próximos años. Faltan pistas para disponer de todas las herramientas: hay dudas sobre la energía; sobre los escenarios de déficit y deuda del nuevo Gobierno, así como de su financiación; sobre su política sanitaria; sobre la regulación bancaria, etc. Lo que parece claro es que unas iniciativas políticas se neutralizarán con otras y volverán a surgir las oportunidades de rentabilidad. La vehemencia del nuevo presidente en su cruzada proteccionista puede verse recortada por el alto grado de interconexión económica y financiera, que tiene en sus presuntos adversarios comerciales a los mejores financiadores de su elevadísima deuda. EE UU siempre ha sido un país de elevados estándares de seguridad jurídica y apostar por su economía tiene los riesgos controlados. Falta conocer en detalle los contornos del terreno de juego y en qué grado puede verse comprometido tal nivel de seguridad. Por lo visto en su primera semana en la presidencia, las dudas sobre esto último se agigantan.