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La UE, del revés

Rumania y Bulgaria cumplen 10 años de precariedad en la UE

La pobreza y la corrupción siguen peasndo sobre la econmía rumana y búlgara Los dos países se han convertido en los eslabones más débiles de la frontera europea

Thinkstock

Bulgaria intentó en 1973 integrarse en la Unión Soviética, pero no lo logró a pesar de ser uno de los aliados más estrechos de Moscú. Tras la desintegración de la URSS, Bruselas se mostró mucho más benevolente con Sofía. Y Bulgaria ingresó en la Unión Europea el 1 de enero de 2007, en compañía de Rumanía, a pesar de que ninguno de los dos países cumplía del todo los criterios de adhesión.

La vinculación con Bruselas ha permitido frenar en Rumanía y Bulgaria potenciales derivas antidemocráticas o la inestabilidad en la que han caído algunos de sus vecinos del Este, sometidos a la presión del presidente ruso, Vladimir Putin. Pero diez años después de la adhesión los dos socios siguen en gran parte descolgados de la UE.

No pertenecen a la zona sin fronteras de Schengen, no hay visos de que se incorporen a la zona euro. Y en términos económicos, los resultados tampoco son demasiado brillantes. Los dos países permanecen como los más pobres de la UE, con un PIB per cápita de 5.700 euros en Bulgaria y 7.200 euros en Rumanía, frente a 26.500 euros de media en la UE (23.000 en España).

Ambos países han crecido durante la pasada década pero apenas han recortado la brecha con el resto de la UE, Bulgaria ha pasado del 45,7% del PIB medio europeo al 46,2%. En Rumanía, el avance ha sido mayor: del 34% al 56%.

El 16% de la mano de obra rumana ha tenido que emigarar a otro país europeo

Aun así, la situación en Rumanía es tan precaria que el 12,5% de su población se ha visto obligada a emigrar a otro país europeo, el porcentaje más alto de toda la UE. Y la cifra se dispara hasta el 16% si se toma solo en cuenta la población activa.

La pobreza, la corrupción y la frágil estructura del Estado convierte a estos dos países en los eslabones más frágiles de la frontera exterior europea. Con el agravante, en el caso de Rumanía, de que se encuentra en una zona de interés para la política territorial cada vez más beligerante del Kremlin, que ejerce su presión sobre parte de Moldavia.

Rumanía mantiene estrechísimas relaciones con Moldavia, hasta el punto de que numerosos moldavos tienen doble nacionalidad y, por tanto, son ciudadanos de la UE. Un peligroso punto de fricción con Putin, que ya ha demostrado en Georgia y en Ucrania que está dispuesto a recurrir incluso a la guerra cuando se trata de mantener su influencia sobre ciertos enclaves.

Bulgaria también sufre presión sobre sus fronteras, aunque en este caso por los flujos migratorios. Bruselas teme una grave crisis migratoria, similar a la sufrida por Grecia, y la agencia europea de fronteras, Frontex, ya ha enviado al país, de manera preventiva, 192 efectivos, 12 equipos de perros y 46 coches patrulla. La UE ha asumido así parte de la vigilancia de la frontera de Bulgaria con Turquía y Serbia.

El desembarco comunitario ha herido el orgullo de parte de la población y en las elecciones presidenciales del pasado mes de noviembre se impuso como candidato independiente el exgeneral del Ejército de del Aire Rumen Radev, partidario de atemperar las relaciones con Bruselas y recuperar los viejos lazos de amistad con Moscú. La victoria de Radev provocó la caída inmediata del Gobierno, que dejó paso a un equipo interino a la espera de celebrar elecciones generales esta primavera.

Bulgaria se debate ahora entre el dilema de mantener su tradicional dependencia económica y energética de Rusia, con el riesgo de injerencia de Putin, o someterse a la tutela de un club europeo en el que tardará mucho en ser considerado como un socio normal.

Rumanía también ha estado más de un año con un Gobierno tecnocrático, tras la caída del anterior por el escándalo causado por el incendio en 2015 de una discoteca, en la que murieron 46 personas. La tragedia catalizó el hartazgo de la población ante una Administración ineficiente y corrupta y se saldó con una crisis gubernamental que ha tardado más de un año en cerrarse.

Los periódicos informes de la Comisión confirman la fragilidad de las estructuras administrativas y políticas de Rumanía. Solo el 13% de los funcionarios, por ejemplo, son de plantilla. El resto dependen de contratos temporales cuya renovación o cancelación, según Bruselas, se decide a menudo en función del ciclo electoral y de los resultados de uno u otro partido político.

La endeble estructura administrativa también merma tanto en Rumanía como en Bulgaria la capacidad de absorción de los fondos estructurales, que en otros países han contribuido a acelerar la convergencia económica.

Más difícil aún les resulta beneficiarse del llamado plan Juncker de inversión, que no dispone de cuotas nacionales y solo financia los mejores proyectos. En año y medio del plan, Rumanía solo ha firmado un gran proyecto de infraestructura (con una aportación europea 20 millones de euros) y Bulgaria, ninguno.

La delicada situación de los dos socios pasa casi desapercibida en una UE ensimismada con el brexit de Reino Unido. Pero la historia reciente de Europa muestra que en las crisis más graves suele soplar viento del este.

Bruselas teme que China divida a la UE con la nueva ruta de la seda

La nueva ruta de la seda, el proyecto puesto en marcha por el Gobierno chino en 2013 para potenciar la “conectividad” entre Europea y Asia por tierra, mar y bits, está lejos de hacerse una realidad. Pero Pekín está aprovechando como arma diplomática, geoestratégica y comercial la atractiva marca del proyecto y la multimillonaria promesa de inversiones que se le presume. A falta de un acuerdo comercial entre la UE y China (poco previsible en el contexto mundial actual), Pekín negocia bilateralmente con las autoridades nacionales y hasta locales el desarrollo de las infraestructuras que requiere la llamada ruta de la seda.

La Comisión Europea ya ha detectado que esa estrategia puede dividir a la UE en sus relaciones con China. Una amenaza que, según algunos analistas, ya ha empezado a materializarse. Pekín ha puesto el foco de atención en los países de Europa del Este y en la cuenca del Mediterráneo, según un estudio de la centro holandés Clingendael en el que ha participado el instituto español Elcano.

En el Este, Pekín negocia directamente, al margen de la UE, con una plataforma que incluye países comunitarios y extracomunitarios. En el sur no hay una estructura similar, pero China da prioridad a España, Italia, Portugal, Chipre, Malta y, sobre todo, Grecia.

Esos países han sufrido una caída de la inversión tras la crisis financiera, mientras que China tiene un excedente de capital que le ha llevado a triplicar su inversión exterior en los últimos cinco años hasta superar el billón de euros por ejercicio.

Las empresas chinas han invertido en el puerto de Barcelona y estudian hacerlo en el de Valencia; se han hecho con el control del puerto del Pireo en Atenas, y en Portugal han entrado en el capital de la línea aérea TAP y en las principales empresas energéticas del país.

El estudio de Clingendael señala que las consecuencias políticas de la ofensiva ya son visibles y pone como ejemplo la reacción de Grecia y Hungría tras una reciente sentencia de La Haya sobre China, con los dos países obligando a matizar la reacción europea.

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