Ecuador y el acuerdo multipartes: una adhesión necesaria
El pacto traerá consigo un incremento del 0,4% del PIB ecuatoriano
El pasado día 11 de noviembre se suscribió en Bruselas el acuerdo entre la Unión Europea y Ecuador, cuya negociación finalizó en julio de 2014. Ecuador se ha incorporado así al llamado Acuerdo Multipartes, que vincula a la UE, Colombia y Perú, en lo que supone un notable avance en integración entre las economías andinas y vinculación de las mismas con Europa. Dejando al margen las razones por las que inicialmente Ecuador rechazó ser parte del acuerdo, hay que celebrar la rectificación que en 2013 indujo al Gobierno de Rafael Correa a solicitar la incorporación al mismo, dando pie al inicio de las negociaciones.
El texto que se ha ratificado proporciona a Ecuador la posibilidad de acogerse al conjunto de ventajas de las que ya disfrutan Colombia y Perú en su relación con Europa, pero además resuelve un grave problema que acechaba a la economía ecuatoriana desde finales de 2014. Tras pasar a ser considerado país de renta media por la OCDE, Ecuador había dejado de ser elegible para beneficiarse del Sistema de Preferencias Generalizadas de la UE (GSM+), gracias al cual una serie de productos –pesquerías, banano, flores, café, cacao y frutas– habían venido disfrutando de exenciones arancelarias en el comercio con Europa. Ese peligro se ha ido sorteando de forma provisional en los últimos dos años, pero solo ahora quedará atrás con la entrada en vigor de este texto el 1 de enero de 2017, una vez sea ratificado por la Asamblea de Ecuador y por la Eurocámara a lo largo de diciembre. Esperemos que estos últimos pasos no resulten problemáticos.
Según el estudio de impacto realizado por la Comisión Europea en junio de 2016, el acuerdo traerá consigo un incremento del 0,4% del PIB ecuatoriano. Las exportaciones de Ecuador hacia la UE aumentarán un 30% y las importaciones, un 40%.
El texto afecta a más de 300 productos ecuatorianos que ocupan fundamentalmente a pequeñas y medianas empresas. Las pymes constituyen el 99% del tejido empresarial ecuatoriano y serán ellas quienes más se beneficien de la mejora en el acceso al mercado europeo sin costes aduaneros añadidos, de las nuevas fuentes de financiación a través de inversión extranjera y de las oportunidades de internacionalización.
A estas grandes cifras se suman los efectos positivos sobre el empleo, porque el impacto del acuerdo beneficiará mucho a sectores intensivos en mano de obra, como el pesquero o la floricultura. Además, la Comisión Europea calcula que el pacto traerá consigo un alza de los salarios de los trabajadores tanto cualificados como no cualificados de alrededor del 0,5%.
Las repercusiones del acuerdo serán proporcionalmente mayores en Ecuador que en Europa, dada la diferencia de tamaño de ambas economías. No obstante, sus efectos también serán positivos para el Viejo Continente en lo relativo a empleo, salarios y beneficios macroeconómicos. Lo serán especialmente para ciertos países y regiones, por ejemplo el norte de España, donde tienen sus factorías una serie de empresas conserveras que usan materia prima ecuatoriana, y que en 2014 vieron peligrar su continuidad por la posible pérdida de su principal proveedor, debido a la inaplicabilidad del GSM+ a Ecuador. Esas empresas y sus trabajadores tienen ahora despejado su horizonte, al igual que sus proveedores ecuatorianos.
Quiero terminar con una reflexión sobre los acuerdos comerciales, su utilidad potencial y el rechazo que despiertan en un sector de la opinión pública, especialmente entre una parte de la izquierda. El caso del tratado con Quito me parece paradigmático, porque beneficia especialmente a la parte más débil (Ecuador, y en particular sus pequeñas y medianas empresas). Ese es el objetivo de los acuerdos comerciales: abrir mercados, crear oportunidades de negocio y de ese modo generar riqueza y empleo que ayudan al desarrollo de los países. No hay Estados ricos cerrados en sí mismos, ni es posible mantenerse en el aislamiento y la autarquía a las alturas del siglo XXI. El proteccionismo solo trae consigo pan para hoy y estancamiento para mañana, como la historia se encarga de recordarnos, ya se mire a la Europa de la primera mitad del siglo XX o al Japón anterior a la era Meijí.
Sin embargo, esa y otras consecuencias negativas de la globalización –económicas, medioambientales, sociales e incluso culturales– no se conjuran combatiendo el comercio internacional e impidiendo la firma de acuerdos como el que nos ocupa. Antes al contrario, un tratado comercial bien concebido puede ser un magnífico instrumento para contrarrestar o incluso evitar algunos de los efectos perversos de la versión más salvaje de la globalización. Dicho de otro modo, pueden ser una útil herramienta con la que Estados e instituciones internacionales pongan cierto freno a la mano invisible del mercado, que el neoliberalismo desreguló hasta el exceso.
Así comenzaremos realmente a resolver los inconvenientes de la globalización sin dar de lado a sus ventajas. Por eso me alegro de que Ecuador y su Gobierno hayan decidido finalmente emprender ese camino junto a Europa. Ojalá Bolivia siga sus pasos más pronto que tarde.
Ramón Jáuregui es eurodiputado y copresidente de la Asamblea Parlamentaria Euro-Latinoamericana