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Tribuna
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Europa y Trump: no hay mal que por bien no venga

La UE ha de caer en la cuenta del papel que debería jugar en el concierto mundial

Las graves consecuencias que puede tener para la economía de EE UU y para la economía mundial la elección del nuevo presidente Donald Trump pueden ser compensadas si los europeos sabemos sacar las enseñanzas oportunas.

Lo ocurrido en las elecciones no puede considerarse como algo anormal en un país con un régimen político democrático y una población heterogénea. EE UU está sometido a los vaivenes electorales como cualquier país, pero con consecuencias más graves para el resto del mundo y no solo para los ciudadanos. La manera de contrarrestar esos riesgos sería reducir su importancia sistémica, haciendo que otros países, o bloques de países, democráticos tengan un peso parecido en el mundo globalizado. Aquí es donde aparece la responsabilidad de la UE, ya que de la situación política de China no se puede esperar, por ahora, que pueda desempeñar una competencia con valores democráticos como los de EE UU en el mercado global.

Las incertidumbres creadas por la nueva situación que ha generado la elección de Trump deberían hacer caer en la cuenta a la UE de su responsabilidad en el escenario global. El bien que podría venir del mal producido en EE UU sería que Europa cayera en la cuenta del papel que debería jugar en el concierto mundial, si se superaran los factores que dificultan su plena maduración y, en realidad, pasara a ser un leal competidor de la actual potencia mundial.

Y si de verdad viviéramos los valores que han caracterizado a la UE desde sus orígenes, en lo que se refiere a los aspectos socioeconómicos, ofreceríamos un modelo muy consistente que evitaría los desastres a los que puede conducir el programa económico de Trump. Sus propuestas son de un marcado proteccionismo nacionalista y un dirigismo que pretende estimular el desarrollo de determinados sectores económicos en detrimento de otros; también con una fuerte discriminación en las relaciones laborales a favor de los ciudadanos americanos nativos, en perjuicio de los inmigrantes. Frente a ello, el modelo de la economía social de mercado de los tratados europeos defiende la libertad en un mercado competitivo, que premia a los mejores sin olvidar la necesidad de una política social para ayudar a los que no pueden participar del desafío de la competencia. Para ello se admite la necesidad de un Estado, sin poderes absolutos, pero garante del buen funcionamiento de un mercado libre y competitivo, consciente de su instrumentalidad al servicio de la dignidad del ser humano.

"Una aportación clave sería la defensa de la independencia del Banco Central Europeo"

Otra aportación clave que podría hacer una UE consolidada sería la defensa de la independencia del Banco Central para garantizar una política monetaria favorable al funcionamiento del mercado referido, lo cual parece que está en contra de las intenciones de Trump respecto a la Fed. No está claro el destino de Janet Yellen: durante la campaña, el republicano amenazó con sustituirla. La actitud de Trump respecto a la ortodoxia monetaria resulta comprensible en un programa que pretende regular el mercado financiero, reducir impuestos y aumentar el gasto público en infraestructuras y en defensa, con el consiguiente aumento de la deuda. Esperemos que unas perspectivas tan poco halagüeñas no sirvan de estímulo a los partidos europeos que, en sus tres mayores países, promueven planteamientos a lo Trump, alguno de los cuales van a tener elecciones en diciembre y otros en 2017.

La toma de conciencia de las posibilidades de Europa se ha mostrado en la reunión de urgencia de los ministros de Asuntos Exteriores el día 13. Tras conocerse la victoria de Trump, la alta representante para la Política Exterior de la UE, Federica Mogherini, decidió, a instancias de Alemania, organizar la cita, a la que no acudieron los ministros de Reino Unido y de Hungría. Se trataba de una primera reflexión conjunta sobre la posible posición exterior de EE UU cuando Trump asuma el poder: el futuro de la Alianza Atlántica, de los tratados comerciales como el Nafta y TTP. Y, de acuerdo con nuestro planteamiento, el representante belga, Didier Reynders, instó a aprovechar la oportunidad para reforzar el papel de Europa: “Debemos tener una voz más fuerte en la escena internacional. Es una oportunidad que se abre ahora”.

Hay motivos para esperar que se imponga esa reflexión, que tan necesaria es para no acabar con los valores y las experiencias vividas desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, gracias en gran parte a la política americana.

Eugenio M. Recio es profesor honorario de Esade Business School.

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