El naufragio de Sánchez
El enroque de Sánchez ha fracasado. El interrogante es claro ¿dimitirá?, horas, días, ¿resistirá hasta el sábado?
Zarandeado por las olas, dejado a su suerte. Varado en ninguna orilla que le auxilie, hoy el barco socialista es una nave a la deriva. Y más su capitán provisional. 17 miembros de la ejecutiva fuerzan el paso a un secretario general que se ha resistido numantinamente. Es la fractura. La división en canal de un partido que hace agua. La sala de máquinas agoniza lentamente. Todos huyen, abandonan un barco en medio de una inmensidad de vacío, de dudas, de miedos y de amargo sabor a final, cuando no a derrota. Buscan un culpable, único, una cabeza. Es Sánchez, cada vez más solo. Es la política, sin piedad. Pero el mal no solo es una persona, es no encontrar un proyecto que ilusione, que estimule, que vuelva a hacer fuerte a un partido que fue imprescindible y hoy corre el serio y amargo riesgo de diluirse.
Tarde pían quienes se dicen barones y dejaron hacer y también pactaron con el rival más duro que podían tener en su propio espectro ideológico. Podemos. No fue solo culpa de Sánchez cuando inesperadamente se arrimó al ascua ardiente de pactos de investidura envenenados y que los barones aceptaron con tal de gobernar. Tenían precio, parece que también plazo. No hay causalidades en política. Todo tiene su causa, salvo el tiempo mismo, una causalidad casualizada que nos toca vivir. Pero solo el tiempo vence y pasa por encima de nosotros. Aunque esté dormido. Y en esta letargia ha pillado de lleno al Partido Socialista.
Sánchez ha capitaneado el derrumbe de un edificio hecho mil jirones y desconectado completamente de la realidad, salvo en algunos municipios donde se vota al candidato y alcalde más que a las siglas. En marzo quemó sin saberlo su última bala. Ha resistido e incluso evitado una debacle mayor en junio, pero todo apunta a que su recorrido ha concluido. Es duro, amargo, ingrato, pero es la política que aquí se practica. Sin alma. Sin piedad. La irrupción al mismo tiempo en su zona de confort en la izquierda de Podemos, la radicalidad de su discurso en un momento de enorme descontento con la gestión de Zapatero pero también de Rajoy, el cansancio de las viejas formas y caras, el péndulo en sus posiciones y falta de coherencia y sobre todo de enhebrar un proyecto ilusionante y regenerador, hicieron el resto. Muchos culpan, siempre hay que buscar un culpable habida cuenta que la derrota es huérfana, a Sánchez de todos los males, mientras callaron y tragaron lo que otros hicieron. Pero no es el único ni principal culpable. Hay coculpables, y responsables que prefieren atrincherarse y esconder sus intrigas y poco disimuladas invectivas de ambición, pero sin demostrar ni competencia ni arte, ni gestión ni cualidades. Sánchez no ha podido, no ha sabido o no ha querido, pero al mismo tiempo tampoco le han dejado una vez que todas han venido mal dadas. Y probablemente ningún otro secretario de esta hornada presente del socialismo lo hubiere conseguido.
El socialista ha jugado a evitar su propia inmolación y a asumir en primera persona la derrota, en realidad, derrotas que desde junio de 2015 se están sucediendo. Los disconformes, los críticos, solo tenían una opción, llegar y forzar el sábado con una crisis total en el partido. Lo han logrado. Ahora Sánchez debe doblar la rodilla e hincar el orgullo. Le pasó a Suárez cuando el cascarón –porque la UCD solo era eso, un cascarón de divos y un buen puñado de ambiciosos que no dudaron en traicionar y arrinconar a aquel– se descompuso y todos huyeron hacia un lado, el contrario, o volvieron al centro del CDS, y pasa en estos momentos, donde el dilema es sobrevivir pero sin ideología. Un partido que necesita imperiosamente reencontrarse y reflexionar dónde está y dónde quiere ir si es que en realidad quiere ir a algún lugar, y sobre todo, con qué proyecto, con qué mimbres, con qué pilares máxime cuando la socialdemocracia está en plena resistencia numantina ante el retroceso que ha experimentado, sobre todo, en los países del Mediterráneo.
El PSOE abandonó su centralidad y con ello a una clase media trabajadora que han soportado la dureza de esta crisis en primera persona, y la abandonó para disputar la izquierda más montaraz con un partido sin complejos ni ataduras, convicciones, ora populista, ora socialdemócrata, ora marxista, ora lo que haga falta. Ahí Sánchez y sus barones sucumbieron, salvo la presidenta andaluza, a los encantos trufados de peajes y de rivalidad de Podemos. Hay quien ve a Sánchez como Godoy, que se dejó engañar por el francés para invadir Portugal y pasó lo que pasó hace dos siglos.
El enroque de Sánchez ha fracasado. El interrogante es claro ¿dimitirá?, horas, días, ¿resistirá hasta el sábado? La torre no gana. El rey no se salva. Es el peso del socialismo y su historia el que le aplasta a diario. Ya no son sus corresponsables barones. La realidad le está ahogando. Eso, y la ambición de otros u otra.
Abel Veiga es Profesor de Derecho Mercantil en Icade