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Bratislava busca el antídoto para que no haya nuevos 'brexit'

El epicentro del brexit pasará hoy de Londres a Bratislava, donde se reúnen los 27 países de la UE (que quedan) para buscar un antídoto que evite que otros socios sigan el camino de salida del Reino Unido.

Los 27 llegan a la capital de Eslovaquia más preocupados por el efecto contagio del brexit que por la primera escisión en la historia del club, aprobada en el referéndum británico del pasado 23 de junio.

La mayoría de los presentes en Bratislava considera que el impacto de esa ruptura se puede asumir. Pero hay serias discrepancias en cuanto al alcance de los daños causados y, sobre todo, respecto a las medidas que deben adoptarse para sellar las fisuras que el brexit ya no permite ocultar.

La división es tan profunda y el calendario tan explosivo (próximos referéndum en Italia y Hungría, elecciones en Austria, Francia, Holanda y Alemania) que la reunión en el castillo de Bratislava (en la foto) sólo aspira a remozar la fachada del club para que no llegue demasiado ajada al 60 cumpleaños que celebrará en Roma en marzo de 2017. Y a poner en marcha un proceso de pasos cortos y muy medidos con la esperanza de recuperar el apoyo de la opinión pública y disipar los temores que asustan a buena parte de los electorados.

No se esperan conclusiones oficiales, pero los 27 pactarán unas líneas de trabajo sobre seguridad, migración y crecimiento. Con algunos objetivos concretos, según el borrador del texto, como la asistencia inmediata a Bulgaria para blindar su frontera con Turquía y evitar que se repitan las imágenes de caso del año pasado en Grecia; el compromiso de reforzar los controles en las fronteras exteriores, tanto cuando crucen ciudadanos extracomunitarios como europeos o de países terceros con visado; y revisar la política comercial (veremos qué queda del TTIP) y comprometerse a prolongar el llamado plan "Juncker" de inversión que expira el año que viene sin haber logrado recuperar el nivel de inversión previo a la crisis.

En otras cumbres esos tímidos objetivos hubieran requerido el desperdicio de horas y horas de negociación. Pero ahora, con toda probabilidad, se podrán pactar sin demasiadas objeciones, porque los problemas de fondo son de gran envergadura y por ahora no hay consenso ni sobre el diagnóstico ni sobre la solución.

Para algunos líderes europeos, encabezados por el presidente del Consejo, el polaco Donald Tusk, el brexit es el síntoma de una desconfianza creciente de los ciudadanos hacia las élites del continente y hacia la utilidad o vigencia del proyecto de integración política puesto en marcha tras las II Guerra Mundial.

"Hoy día, mucha gente piensa, y no sólo en Reino Unido, que pertenecer a la Unión Europea es un obstáculo para la estabilidad y la seguridad", afirma Tusk en la cara que ha enviado a los 27 presidentes de Gobierno para convocarles en Bratislava. Tusk añade que, a su juicio, "sería un error terrible asumir que el resultado negativo del referéndum en Reino Unido es un asunto meramente británico". Y advierte a Merkel, Hollande, Renzi, Rajoy y compañía que "es urgente recuperar la confianza (...) y no tenemos demasiado tiempo que perder. Bratislava debe ser un punto de inflexión".

Tusk se hace eco de la inquietud y desencanto que las sucesivas crisis han dejado y la creciente sensación en algunos países de que la UE no acierta a dar respuesta al paro, ni a la deuda, ni al terrorismo, ni a la migración. En el bando opuesto se sitúa el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, enzarzado con las capitales en una estéril batalla por repartir las culpas entre las instituciones europeas y los gobiernos nacionales.

Pero los ciudadanos, como apunta Tusk, no suelen repapar en esas disquisiciones sobre competencias y buscan un culpable que a veces, cada vez más, identifican con algo llamado Europa. Una Europa que ocho años después de la caída de Lehman Brohters sigue enfangada en una crisis financiera que se originó en EE UU pero que allí ya es historia. Una Europa de millones de parados, corralitos y con una generación, los millenials, que como ha admitido Juncker esta semana, puede verse condenada a ser más pobre que la generación de sus padres.

El planteamiento de Tusk no es compartido por los gobiernos de países como España, donde el euroescepticismo apenas se ha abierrto camino. Esos países creen que el brexit es una excepción y debe ser tratada como tal. Otros, se alinean con Juncker y consideran que la solución es dar un escarmiento a Londres que sirva de lección al resto. Y empujar hacia la puerta de salida a los países que se nieguen a respetar ciertos valores, con Hungría como primer candidato.

El ministro de Exteriores de Luxemburgo ya ha pedido la expulsión del país de Orban y el predecesor de Tusk, el belga Herman Van Rompuy, ha asegurado que el referéndum convocado por Budapest (el 2 de octubre, sobre las cuotas de refugiados) no respeta los valores de la UE, acusación que de probarse podría conducir a la suspensión del derecho de voto de Hungría en el club. Polonia, otro país que para algunos chirría, ya vive bajo la amenaza de ese castigo por su reforma del Tribunal constitucional.

Con este ambiente en Bratislava, fuentes diplomáticas reconocen que es imposible pensar en una refundación del club o en diseñara algo a largo plazo. Y se decantan por apuntalar lo que hay, sin grandes ambiciones, y esperar a ver si más adelante, a partir de 2018, llegan tiempos mejores.

Mientras tanto, los actuales líderes europeos se irán hoy en un breve crucero por las aguas del Danubio, cortesía de la presidencia eslovaca de la UE. Tal vez sea la única señal que salga de Bratislava de que la Unión sigue a flote.

Foto (con móvi): el Danubio y Bratislava desde los 95 metros de altura de la torre del puente SNP (B. dM. 15/9/16).

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