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Entrevista

Max Hastings: “Se dice que Snowden es un héroe, para mí es un traidor”

El historiador destaca por buscar el lado menos conocido de los eventos que desentraña "Confiar únicamente en los espías es un error"

Juan Lázaro
Manuel G. Pascual

Max Hastings (Londres, 1945) ha iniciado la gira de presentación de La Guerra Secreta recién llegado de Vietnam. “En mi próximo libro exploraré ese conflicto, tradicionalmente visto como una tragedia americana, desde el punto de vista de los vietnamitas”, explica. Ese es uno de los rasgos de la nutrida obra de Hastings: buscar el lado menos conocido de los eventos que desentraña. La Guerra Secreta revisa el papel que jugaron los servicios de inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial, contienda de la que más ha escrito.

Pregunta. Dice usted que los espías no fueron tan decisivos como se cree.

Respuesta. La buena inteligencia fue muy importante en algunos momentos. El descifrado de códigos fue crucial en la Batalla del Atlántico contra los U-Boats y en la Campaña del Pacífico. Pero si analizamos todo el material generado durante la guerra, menos de un 1% tuvo algún tipo de efecto en lo que sucedió. Pese a que siempre se ha hablado del buen trabajo de británicos y americanos, es justo decir que los rusos tenían la mejor red de espías que ha visto el mundo, alimentada por comunistas de todos los países. Eso dio a Moscú mucha más información de la que recibían los americanos o los británicos. Por supuesto, Stalin se negó a creer los informes que se le entregaban.

P. Subraya en el libro que los países no daban demasiado crédito a sus propios servicios de inteligencia. ¿Por qué?

R. Cada Estado tendía a no creer en las posibilidades del resto hasta que era demasiado tarde. La economía americana era tan superior a la japonesa que no dieron crédito a las informaciones que apuntaban a que Tokio les declararía la guerra. Churchill advirtió a Stalin de las intenciones de Hitler de invadir la URSS. Este no se lo creyó, porque la información venía del azote británico del comunismo.

P. ¿Entonces el error parte de un exceso de confianza?

R. Los británicos y los americanos creían que la economía alemana había alcanzado su máximo en 1939, cuando es obvio que no fue así. Si Hitler no hubiese estado loco, si hubiera actuado de acuerdo a cálculos racionales, nunca hubiera intentado invadir Rusia. ¿Cómo creer a quien trae informes diciendo que ese disparate va a suceder? Con los japoneses sucedió lo mismo: ¿quién podría imaginar que Tokio atacaría a un país con una producción de acero 25 veces mayor?

P. A menudo, la mejor fuente de información, dice, no era el espionaje, sino la lectura atenta de la prensa.

R. Así es. Confiar únicamente en los espías es un error. Si uno quiere hacerse una idea mínimamente formada de algo debe recurrir a informes diplomáticos y fuentes abiertas, como los periódicos. El Gobierno británico está recortando fondos en el Foreign Office, lo cual me parece un error. La información que sale de las embajadas es valiosísima.

P. Describe en el libro decenas de episodios poco conocidos de espionaje. ¿Cuál le llamó más la atención?

R. Me fascina especialmente una operación rusa. Los alemanes creían que tenían un espía, el agente Max, en los cuarteles de Moscú, pero en realidad era un agente doble. Cuando sospecharon de él llegó a delatar una maniobra de distracción rusa llevada a cabo durante la campaña de Estalingrado. Costó 77.000 vidas de compatriotas suyos, pero le sirvió para seguir infiltrado y dar fuelle en Estalingrado. Este episodio demuestra lo despiadados que podían ser los rusos en sus decisiones tácticas. He leído documentos que demuestran que las historias de Ian Fleming no eran tan disparatadas. No existió nadie parecido a James Bond, pero sí episodios dignos de sus novelas. Un espía ruso mató a un objetivo en Ucrania regalándole una caja de chocolates con explosivos. Hacían ese tipo de cosas.

P. ¿Cree que los servicios secretos modernos son efectivos?

R. Creo que, pese a que ha habido atentados terroristas en varios puntos de Europa, han logrado evitar muchos otros, y eso es un éxito, casi un milagro. El presidente Hollande ha dicho que Francia está en guerra contra el terrorismo. Comparar el horror de una guerra con unos atentados es ridículo, aunque sé que es muy difícil que los políticos digan cosas coherentes en los momentos duros. Me temo que aumentar la seguridad comporta reducir libertades. Con el tiempo tendremos que decidir cómo queremos que quede la balanza.

P. ¿Qué opina del exconsultor de la CIA Edward Snowden?

R. Algunos de mis amigos americanos creen que es un héroe. Yo más bien le veo como un traidor que ha hecho mucho daño. Es un hecho que, desde que filtró documentos clasificados, los terroristas están usando técnicas de encriptación más complejas. Y la habilidad de monitorizar la actividad de esta gente es la única ventaja que tenemos contra ellos.

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Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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