Universidad e innovación: una apuesta necesaria
Las actividades innovadoras son fundamentales para las economías avanzadas, pero las referencias a la universidad en ese proceso son escasas. Estas líneas quieren romper esa inercia partiendo de dos ideas rectoras: primero, que la universidad no es una factoría de conocimiento que luego debe ser transferido al mundo productivo, sino que juega un papel más complejo; segundo, que la empresa es nuclear para la innovación por lo que los aspectos vinculados al emprendimiento deberían estar omnipresentes.
Globalmente, el panorama es claroscuro. La claridad proviene de los recursos disponibles; en 2013 el gasto en I+D de las universidades ascendió a 3.647 millones de euros, el 28% del total incurrido a nivel nacional, mientras que los recursos humanos fueron de 74.922 personas, es decir, el 36,8% del total. Las sombras las arrojan las encuestas de innovación. En el mismo año, la valoración que las empresas innovadoras conceden a la universidad como fuente importante de conocimiento es muy desalentadora: solo un 1% de las empresas innovadoras da esa calificación a las universidades, la más baja concedida entre todas las fuentes de conocimiento. La misma encuesta ofrece datos de la colaboración de las empresas con las universidades, y nos dice que solo la llevan a cabo 2.172 de ellas, esto es, el 9,46% del total de las empresas que innovan.
Para entender lo que hay detrás, veamos algunos aspectos del contexto y otros relativos a las misiones de la universidad. Empezando por el contexto, hay que referirse al compromiso del entorno sociopolítico con la universidad. Más allá de declaraciones genéricas, el compromiso real es discutible, como se aprecia por el escaso resultado de los consejos sociales que precisamente debían haberlo hecho efectivo. Esto se inserta en un clima de desconfianza que en ocasiones se justifica con referencias a despilfarros o la endogamia como males que justifican un trato distante, imponiéndose la idea de controlar las universidades más que la de verlas como un activo sustancial.
Solo un 1% de las empresas innovadoras valoran la labor de las facultades como fuente de conocimiento
La crisis ha empeorado la situación; la caída de la financiación pública ha supuesto una seria dificultad para la aplicación de las reformas de Bolonia que buscaban calidad y convergencia con Europa. La reforma se ha hecho en un escenario muy difícil por la reducción de los recursos humanos y económicos imponiendo a cambio más control y burocracia como medidas de calidad.
Esto no debe ocultar que existen serios problemas estructurales en las universidades. Un ejemplo es su proliferación no rigurosa siguiendo un patrón de clonación generalizada que ha conducido a la repetición de titulaciones, sin prestar atención suficiente a la especialización y la calidad. Añadamos a esto que sus estructuras de gobierno se basan en una idea de participación democrática no siempre acorde con una institución basada en el conocimiento, con papeles muy heterogéneos de los distintos colectivos que conviven.
Reflexionemos ahora sobre las misiones de la universidad: docencia, investigación y puesta en valor del conocimiento generado. Comenzando con la docencia, queremos referirnos a un aspecto poco analizado pero que tiene un papel importantísimo para la innovación: la enseñanza no reglada, especialmente la formación continua. Lo cambiante de los conocimientos y del entorno hace que la obsolescencia de los conocimientos se acelere y que sea mayor la necesidad de actualizarlos. Sin embargo, generalmente, la formación continua es el hermano pobre de la oferta universitaria.
Muchos grupos de investigación no tienen la dimensión adecuada para ser eficaces ni en su actividad ni en su gestión
En cuanto a la investigación, entendemos debería superarse la contraposición entre ciencia aplicada, que supuestamente genera utilidad y resultados económicos, versus ciencia fundamental, que no los genera en absoluto; este es, por varios motivos, un falso dilema. Primero, porque los plazos de ambas son distintos y también deben serlo los criterios para medir sus retornos. Segundo, porque la ciencia fundamental es esencial para las innovaciones llamadas basadas en la ciencia y que lideran buena parte del cambio tecnológico. Tercero y último, porque estudios recientes demuestran fehacientemente que la investigación básica tiene importantes retornos económicos en el corto plazo.
Sin salirnos de la misión investigadora, conviene hacer notar que en el plano organizativo nos tropezamos con muchas estructuras minifundistas que poco ayudan a su eficiencia. Así puede señalarse que el tamaño de muchos grupos de investigación no tiene la dimensión adecuada para ser eficaces ni en la actividad investigadora ni en su gestión. Los importantísimos recortes producidos en los últimos años han acentuado la debilidad de los grupos por la pérdida de capital humano y recursos financieros.
Sería más eficaz crear instituciones híbridas en las que participen agentes económicos
Finalmente, respecto a la valorización del conocimiento generado, debe modificarse el manido concepto de transferencia de tecnología. Las cosas son diferentes en el mundo de hoy; en la misma creación de conocimiento intervienen agentes sociales muy diversos, incluyendo las empresas. El proceso que va desde la identificación de campos de interés mutuo a su ejecución se lleva a cabo mediante un trabajo compartido en forma de creación conjunta de conocimiento. Debe también considerarse la transferencia inversa de tecnologías productivas y organizativas desde las empresas a las universidades.
En el terreno práctico, es central el tema de la obsolescencia de instituciones que, como las oficinas de transferencia de resultados de investigación, fueron creadas siguiendo el concepto tradicional de transferencia y a las que cada vez les cuesta más trabajo adaptarse a las nuevas situaciones. A nuestro entender, para avanzar en el proceso de valorización serían más eficaces instituciones híbridas, cogestionadas con los agentes económicos y sociales y no tanto las que se definen exclusivamente desde la institución universitaria.
En conclusión, reafirmamos la importancia del papel de la universidad para la innovación pero la plena explotación de ese potencial precisa reformas considerables, máxime después de la crisis. Existen deficiencias notables que solo hemos apuntado y algunas reformas anteriores han perdido impulso y necesitan profundas modificaciones. Si queremos tener universidades capaces de jugar un nuevo papel en la innovación necesitamos afrontar con decisión modificaciones de gran alcance, no solamente cambios menores: ¡ojalá que los responsables políticos y universitarios tomen consciencia de verdad de ello!
José Molero es Presidente del Foro de Empresas Innovadoras. Catedrático de la Universidad Complutense