Europa debe hacer los deberes
La directora del FMI, Christine Lagarde, ha echado un jarro de agua fría sobre los mercados al alertar del peligro que supone para la economía global una recuperación que sigue siendo “demasiado lenta y demasiado frágil” y que se enfrenta a riesgos cada vez mayores. Lagarde ha advertido con firmeza de la posibilidad de que el motor de la economía mundial se desacelere hasta el punto de quedarse anclado en lo que denominó como “una nueva mediocridad”. El discurso de la directora del FMI se produjo en una jornada en la que se conocía el dato negativo de los pedidos industriales en Alemania, que experimentaron el pasado febrero un retroceso del 1,2%, su mayor caída en seis meses, a la vez que la OCDE ha recortado su previsión de crecimiento del país este año, lo que confirma las debilidades latentes de la economía alemana.
Los mercados reflejaron ayer con caídas un clima de incertidumbre al que también contribuyen otros riesgos bien conocidos, como el referéndum sobre el brexit en Gran Bretaña, la evolución del petróleo, las tensiones políticas por el conflicto de los refugiados o la persistente inestabilidad que generan China y otros emergentes. En España, que arrastra su propia carga de inquietud por las dificultades para la formación de Gobierno, el Ibex cedía ayer un 2,44%.
Pese a que los diagnósticos del FMI no siempre han sido certeros, es un hecho que la economía mundial en general –y la europea, en particular– llevan meses arrastrando un crecimiento anémico y desigual. La receta para hacer frente al peligro de estancamiento que recomendó ayer Lagarde es exactamente la misma que el presidente del BCE, Mario Draghi, lleva repitiendo a los Gobiernos europeos desde los peores momentos de la crisis de deuda: mayor eficacia en el gasto público, una política monetaria activa y reformas estructurales. Estas últimas constituyen la asignatura pendiente de un buen número de socios, cuya resistencia a la liberalización y la desregulación siguen haciendo de Europa una economía rígida, burocrática y en la que coexisten una veintena de ritmos de crecimiento.
Entre las amenazas que lastran la recuperación en Europa figuran problemas como el efecto que pueda tener una política de bajos tipos de interés pensada para abaratar la financiación, pero que obliga al sector bancario a operar cada vez con menores márgenes y puede afectar negativamente a sus resultados. Pero también retos como la recuperación de la confianza por una ciudadanía envejecida en la que empieza a calar el temor a cuál será el futuro del Estado de bienestar. Como repite insistentemente Draghi, el BCE ha hecho su parte del trabajo y ahora corresponde a los Estados hacer el suyo. Ello significa en algunos casos, como el de Alemania, aumentar los intercambios con las economías más débiles, y en otros pasa por reformar modelos de crecimiento anclados en el pasado.